No te contengas

09.Lo que está en el pasado...es difícil de olvidar.

Juro que mi cabeza palpitaba de forma inhumana al terminar la jornada. Sentí un líquido ácido subiendo y bajando por mi pecho, y apenas si crucé palabras con Meri de regreso.

Ayer en la noche había sufrido una crisis de ansiedad, eso estaba claro. Pero que ya no recordase lo que había hecho, con quien estuve y ni siquiera cómo había llegado a mi cama, era algo con lo que no podía lidiar. Y la peor de las partes, era aceptar que las palabras de Luca habían sido el detonante de todo.

¿Cómo una persona tenía tanto poder sobre mí para desequilibrarlo todo?

Con la toalla aun rodeándome, me desplomé en la cama. Tenía merecido el descanso. Logré concluir el examen, a pesar de mi malestar y mi poca concentración. Me había quedado pensando en María, su desaparición hacía que mis vellos se estremecieran de solo imaginar los escenarios posibles. Tanto que me había costado adaptarme a la idea de que nada malo ocurría en Stenill y luego venía esto.

Y para colmo, estaban los Brunelli. Al final, Luca solo estaba preocupado por su hermano, pero Alex no lo tomó de esa forma. Lo noté muy a la defensiva y bastante alterado en la cafetería… no era normal en él, pero supuse que también la situación de la desaparición lo tenía así. En fin, tenía que hablar con Alex o no me quedaría tranquila hasta saber cómo se habían dado las cosas anoche.

Puse música. Roco subió a los pies de mi cama, y cerrando los ojos lo acaricié.

Eran un poco más de las siete cuando oí a mi abuela llamarme. Me levanté de golpe y corrí hasta su habitación mientras me frotaba los ojos. Toda la casa estaba a oscuras. Me había quedado dormida.

—¿Abue? —Entré y encendí la lamparita de noche.

Me asusté cuando observé el sudor en su rostro. Sus pómulos se teñían de un amarillo pálido y apenas si lograba balbucear.

—¡Abue! ¡Abue! ¿Qué ocurre? —Al tocar su frente me asusté. Estaba helada—. Abue, voy por agua, ¿sí?

Mi abuela asintió y siguió balbuceando.

—No tengo más… no tengo…

Giré de inmediato a la mesita de luz y comprobé su botiquín de medicamentos. Abrí los cajones con torpeza y removí todo. La caja de sus inyecciones se encontraba vacía.

—Mierda, mierda… —Cogí la mano de mi abuela y me incliné a ella—. ¡Abue, abue! No te duermas, ¿me escuchas? —Asintió con pereza. Roco ingresó a la habitación ladrando—. ¡Bien! ¡Bien! ¡Iré por medicinas! ¡Por favor no te duermas! ¡Regreso enseguida! —Roco subió a su cama y se echó junto a ella.

—¡Eso muchacho, eso! ¡Mantenla despierta! ¡Vuelvo enseguida!

Corrí a mi habitación y me vestí con lo primero que encontré. Manoteé el teléfono, la billetera y bajé las escaleras a toda prisa. Cogí las llaves del auto y salí disparada hacia afuera. Mientras ponía en marcha el auto, marqué a mamá, pero no obtuve respuesta. Intenté con papá, tampoco estaba disponible. Tiré el celular y salí a toda velocidad.

¡Yo debía cuidarla! ¡Yo debí controlar que hubiera tomado sus medicinas!

Las lágrimas empañaron mi vista, pero no pisé el freno en ningún segundo. Al menos la carretera del estúpido pueblo no era muy transitada. Mi maldito tono de llamada comenzó a sonar. Busqué por todos los lados, con la vista entre la carretera y el interior del auto cuando al fin vi la luz en el suelo del asiento trasero.

¡Mierda, Liv!

Me estiré lo más que pude. Con una mano maniobraba y con la otra intentaba alcanzar el teléfono. Observé al frente, nadie venía, así que volteé hacia atrás y al fin pude alcanzarlo. Atendí.

—¿Hola? —Pero cuando volví mis ojos a la carretera tuve que maniobrar deprisa. Grité al ver una figura erguida en medio y fui directo a la banquina—. ¡Ahhhh! ¡Mierda!

El coche se detuvo. Mi pecho subía y bajaba con desesperación. Me quedé unos segundos quieta, intentando que mi cuerpo parase de temblar. Apoyé mi frente sobre el manubrio y exhalé profundo.

—Dios…

—¡Liv! ¡Liv! ¡Estás ahí! —Oí la voz entrecortada. ¡El celular!

Lo agarré de nuevo.

—Si… si… —Mi voz apenas logró salir. Todavía temblaba y mi estomago se retorcía. Observé por el espejo retrovisor con horror, no quería verlo… pero para mi asombro, nada había allí.

—¿Estás bien? ¿Qué fue todo eso? ¿Dónde estás? —Era Luca.

—Si… bien. En-en la carretera, yo no… —Mis dientes castañeaban—. No sé dónde exactamente…

—Bien. Bien. ¡No importa, no te muevas de[ET1] ahí! ¡Voy por ti!

Asentí en silencio y colgué. Los sollozos no tardaron en ascender por mi garganta. Las lágrimas brotaron de mis ojos y no era capaz de bajar del auto. Me eché a llorar sobre el volante. Estaba aterrorizada.

No supe cuánto tiempo pasó exactamente hasta que golpearon la ventanilla. Salté del susto. Era Luca, haciéndome señas de que abriera la puerta. Le hice caso. Él tomó mi mano y me hizo bajar del coche.

—Liv, Liv… tranquila, todo está bien. No pasó nada… —Luca me aferró contra su cuerpo de inmediato. El calor se sintió agradable, y el nudo en mi garganta al fin explotó.

—Es mi culpa, fue mi culpa… —No podía contener el llanto. Sentí que iba a romperme en sus brazos—. Todo siempre es mi culpa, yo pude haberlo… —sollozaba—, y… ¡y mi abuela! —Al recordarlo, algo dentro se partió en pedazos.




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