No te contengas

12.Esto lo ganan los valientes

Una taza de café gigante en la mano. Mi cabello recogido en un gran moño desalineado con mechones saliendo de él. Las ojeras surcaban mi rostro y dentro de una camiseta enorme que apenas si cubría mis muslos estaba en la cocina mirando a la nada misma.

Así fue como Mérida me encontró esa mañana. Sentada en una de las banquetas con mi pequeño cuerpo encorvado.

—Veo que no fui la única que no pegó un ojo anoche. —Alzó sus cejas, se inclinó a saludarme y tomó asiento en frente—. Dame un sorbo, me hace falta.

Mi mirada continuó perdida por la cocina, masticaba una tostada con queso en lo que le pasé el tazón. Me observó atenta durante unos instantes.

—¿Por qué no estás lista todavía? Son las seis treinta. No podemos llegar tarde otra vez. —Hizo ruido al beber.

—No dormí nada anoche. Estoy de pésimo humor.

—¿Paso algo que deba saber? —Arqueó una ceja. Cogió una tostada y comenzó a untarla—. Tuviste una cita con Luca Brunelli, digamos que no esperaba este rostro de perro mojado. —Le dio un buen mordisco y le quité la taza, achinando los ojos.

Respiré profundo y crucé los brazos sobre la isla. Los recuerdos invadieron mi mente.

—Casi nos besamos... —Hundí mi cabeza.

Por la respiración de Mérida supe que había entrado en un colapso nervioso.

—¿QUÉ? —Un par de migas y gotas de bebida caliente me cayeron a la cabeza, me erguí de inmediato con el ceño fruncido—. ¡Te dejo sola dos segundos y un mundo sucede! —Tomó un trapo y me limpió desesperada— ¡¿Y QUÉ PASÓ?! —Su aguda voz retumbó por toda la sala.

—¡Sh! —espeté en tono bajo—. Mis padres duermen. Mamá estará de guardia esta noche. —Advertí. Meri besó su dedo índice, jurándome silencio. Se acercó lo suficiente, dedicándome exclusiva atención. Bufé, tenía que contarle todo o no saldría con vida de la cocina—. Él no estaba del todo lúcido y ocurrió un pequeño incidente... —Le mostré mis rasguños.

—¡Viste que si es Hulk! —Chilló. Pero antes de que pudiera continuar, tapé su boca y dejé en claro que le explicaría todo en el camino. Se nos hacía tarde. Subí de puntitas de pie y me preparé para irnos.

El día, mi energía, y mis inexistentes ganas de vivir ameritaron usar un buzo overside negro y unos jeans rotos al tono. Salimos en mi auto, encendió a la primera para nuestra suerte. Durante el camino le conté todo con lujo de detalles sobre aquella patética escena. También las partes buenas de la noche porque, sí, fue lindo hasta ese momento. No iba a mentir.

—¿O sea...le gustas? —Mérida mostró unos ojitos llenos de brillo y esperanza a la espera de mi respuesta.

—¿No escuchaste nada de lo que te dije no? —Hice una maniobra forzosa para lograr estacionar.

—¡Si, pero te quiso besar! ¡Hello! —Mérida bajó la ventanilla— ¡Si así estacionas no me quiero imaginar cómo te limpias el trasero! —gritó a uno de los chicos que aparcaba junto a nosotras, excediéndose de su espacio.

Frené con brusquedad. El motor se apagó de golpe.

—¡Pero porque estaba borracho! ¡Hello! —dije con sarcasmo.

Al bajar, el chico nos miró espantado y se alejó con rapidez. La rubia le había regalado un hermoso gesto con su dedo medio.

—¡Estos pendejos! ¿Para qué les dan licencia?

Eché a reír. Nos dirigíamos a la puerta principal del instituto cuando volvió a insistir.

—Liv, los ebrios nunca mienten. Si su intención era besarte, ¡queda claro que su inconsciente fluyó bajo los efectos del alcohol! —Puso su mano en la barbilla analizando la situación y prosiguió—. Pienso que debes invitarlo hoy a la fiesta.

—¿Qué? Anoche tuvo otra de sus rabietas. No va a querer ni hablar. Y también estoy molesta —refuté.

—No le hables nada de lo de anoche. Olvídalo. Simplemente lo invitas y ya.

Antes de besarme la frase fue clara. ¿Por qué aun así lo intento?

Está bien. Hasta este momento, lo poco que conocía de él, me decía que se había convertido en una persona a la cual no le gustaba estar cerca de los demás. Casi nunca lo había visto con amigos. También intuía que el contacto físico no era lo suyo, y ni hablar de su comportamiento volátil.

Estaba consciente de que no era el mismo Luca de mi infancia. Nada había quedado del chico tierno y tímido del kínder, pero el interés que lograba despertar en mí hacía que todo se sintiera demasiado intenso y llamativo.

—No lo sé...

—¡Anímate! No pierdes nada. Y además son amigos. No tiene nada malo invitar a un amigo a una fiesta, ¿no? —Arqueó las cejas.

Negué, insegura.

Pasada la mañana, habían concurrido agentes de la policía local al instituto en busca de pistas por el caso de María Mendoza, la cual aún seguía sin aparecer. Por tal motivo, algunos hombres realizaban interrogatorios a los trabajadores del centro educativo y algunos maestros de las clases que asistía para hallar cualquier dato mínimo que ayudara a la causa.

Las últimas horas antes de su desaparición, María también había concurrido al gran partido y a la fiesta. Fue una de los tantos que llegamos con los amigos del hermano de Meri, Paul. Ellos siguieron por su lado y nosotras con Meri por el nuestro. No recordaba haberla visto. Así como tampoco recordaba como demonios Alex me había llevado hasta mi casa. ¡En realidad, no recordaba nada de esa maldita noche!




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