Luego de calmarnos un poco, ya estábamos camino a la fiesta. El hermano de Meri había pedido la camioneta primero, así que debimos usar a Black.
La noche era perfecta. La brisa fresca de la carretera nos renovó. Había que olvidar la broma pesada de aquellos idiotas.
Meri intentaba hacer funcionar la radio. Sí, la radio. En alguna sintonía que fuese la menos deprimente.
—Liv, ¿la palanca para cerrar el vidrio?
Como dije, el viejo auto no contaba con todas las comodidades.
—Fíjate debajo del asiento, seguro se ha caído.
Debía ser una imagen muy chistosa vernos arriba del anticuado y pequeño coche. Al menos, yo conducía de zapatillas. Mérida en cambio, sentada en el asiento delantero con las plataformas puestas, quedaba con las rodillas a la altura del mentón. Y ahí estaba la pobre, desdoblándose para encontrar la manija.
—¡La noche es perfecta! ¿De qué te quejas? —dije divertida—. No sabía de tu destreza como contorsionista.
—¡Jaja! Muy graciosa, imbécil —rodó los ojos, riendo—. ¡No me tarde tres horas en arreglarme para que venga una simple y fresca brisa a arruinarme el peinado! ¡Ah! ¡Lo encontré! —Cerró la ventanilla rápido. Al volverse pequeñas gotas de transpiración caían de su frente—. ¡Ve! ¡Ya estoy toda sudada y ni siquiera he bailado! —Se quejó, observándose por el espejo retrovisor.
—Atrás está mi mochila, fíjate si hay algo para secarte.
Meri asintió.
Logramos encontrar un lugar en las últimas filas del estacionamiento. Debíamos caminar unos kilómetros hasta llegar a la entrada, pero sería recompensado con ser las primeras en poder salir al finalizar todo.
Me sorprendió ver el parque rodeado de móviles policiales. Según las noticias, estarían toda la noche cubriendo el evento. La fiesta de primavera era una celebración tradicional de Stenill según me había dicho Meri.
Los fondos eran la mayor fuente de ingresos del pueblo, y parte de lo recaudado era donado a hospitales y albergues. Muchos de los estudiantes de poblados aledaños concurrían también.
Tomé mi mochila y cambié las zapatillas por los tacones. Ángela y Chris nos estaban esperando en la entrada. Chris observó a Meri sin que ella lo notara. Apenas su figura apareció, sus ojos se volvieron brillosos y una gran sonrisa se le formó en el rostro.
Me dio pena por él. Aunque Mérida no lo decía, sabía que tenía sentimientos hacía Alex, solo que no sabía cómo manejarlo. Ella era la típica amiga que perfectamente te daba los consejos y palabras necesarias para ayudarte con tus problemas en temas de amor, pero jamás las aplicaba para sí misma.
—Liv, ella es Angie. Mi hermanita.
—Hola, Liv. ¿Cómo estás? —Angela me saludó con doble beso.
—Muy bien. —Sonreí—. Estás preciosa.
—Lo mismo digo, el nuevo look te queda muy bien... —Me regaló una sonrisa.
—Gracias, es obra de Meri.
—¿Y dónde están sus citas? —Chris se dirigió a nosotras.
—Alex me dijo que no tardaba, que los esperemos en la mesa que reservó —dijo Ángela, acomodándose su sexy vestido strapless blanco.
—¿Tenía que ser justo Alex, Angie? —preguntó Chris, incómodo.
Meri saludó a Ángela con un abrazo.
—Apoyo al muchacho... —Se separó y entrecerró sus ojos—. ¿Justo el mejor amigo de tu hermano, pequeña Angie?
Reí mentalmente. "Es broma, pero no es broma".
Ángela solo se limitó a encoger sus hombros con una sonrisita picara. Meri negó, mordiéndose los labios.
—¿Max no te habló más? —Volteó hacia mí.
—Ni vi el celular todavía. Iré a dejar esto al guardarropa, adelántese... —Señalé la mochila mientras abría el cierre para buscar mi móvil.
—¿Segura?
Estaba tan cargada de estupideces que no lograba encontrarlo a simple vista.
—Si, sí. ¡Voy en un momento!
—¡Bien!
—Estaremos en la parte sur, carpas blancas. ¡Di tu nombre y te guiarán a la mesa que reservamos! —Gritó Chris a unos metros.
—¡Okey! —grité, con las manos enredadas.
Iba parando de tramo en tramo, intentando dar con el maldito teléfono. Asenté mi mochila sobre mi muslo flexionado, y con la otra pierna intenté sostenerme haciendo equilibrio al tiempo que revisaba el interior del bolso.
Fue un desastre. Unos idiotas me empujaron mientras saltaban en ronda como chiquillos. Todas mis cosas cayeron desparramadas al suelo. Alguien se percató de mi triste situación y me ayudó.
De rodillas en el suelo, la mano que me pasó los útiles llamó mi atención. Portaba un anillo de gran tamaño con una enorme piedra roja en su centro. Parecía una reliquia.
Alcé la vista para agradecerle y, en eso, un perro lamió mi rostro. El muchacho lo regañó con un gesto y el cachorro retrocedió tres pasos. No alcancé a ver muy bien al chico por la poca luz en la zona, tampoco me dirigió la palabra. Sus cabellos rizados castaños resaltaron en la oscuridad cuando me dio la espalda. Guardé mis apuntes rápido mientras me ponía de pie.
#5 en Ciencia ficción
#316 en Novela romántica
vecinos que se odian, amigos y amor de adolecentes, extraños habitantes
Editado: 31.01.2025