No te contengas

16.Los que se pelean, se cuidan...

—Olivia, cariño...

—¿Hmg?

—Todo estará bien... debemos hacer caso a los doctores. Ten, toma, te hará bien.

—Mamá... ¿Cómo está? —No respondió, solo se alejó con una mueca de pena. Tomé la pastilla y entonces mis párpados comenzaron a pesar.

—¿Mamá? —balbuceé, desesperada. Sabía que me dormiría pronto—. ¿Dónde está?

Abrí mis ojos, debí parpadear unos segundos hasta lograr enfocar. Una especie de carnaval de luces me recibió. Un pitido agudo torturó mi audición y puntos de colores rojizos, azules y amarillos me rodearon.

Intenté erguirme, pero un punzante dolor en la sien me hizo volver a colapsar. Refregué mis parpados. Está vez las borrosas figuras y luces tomaron forma, distinguí a lo lejos automóviles de la policía, bomberos y hasta algunas ambulancias.

—Al fin. ¿Cómo te sientes, peque?

Su voz fue lo primero que oí entre ecos. Luego de eso, los sonidos se volvieron más claros y próximos, así pude darme cuenta del caos que nos rodeaba.

—Bi-bien, eso creo... —Intenté enderezarme una vez más, pero fue en vano. No recordé recibir algún golpe. Luca lo había impedido, sin embargo, fue extraño. Al estar frente al sujeto comencé a sentirme descompuesta y mareada. Mis extremidades perdían fuerza y fue allí cuando me desmayé.

—No hagas mucho esfuerzo. Escucha, voy por tu madre. Me pidió que ni bien despiertes la buscara.

—Oh... ¿ella está aquí? —Tomé mi cabeza, aun desorientada.

—Todo el pueblo lo está, Liv.

Aunque el dolor se intensificó, me apoyé sobre mis codos. Había decenas de ambulancias, móviles policiales, médicos de aquí para allá y bomberos entrando y saliendo del bosque. Las camillas para emergencias estaban en el piso, nos habían puesto en una fila que parecía no tener fin. Había decenas de jóvenes sollozando de dolor, heridos y otros aún inconscientes.

Estábamos la entrada de la zona Norte. Del sendero principal, continuaban saliendo personas aterrorizadas, temblando, otras gritando nombres sin cesar. La habían clausurado con una cinta amarilla. Solo tenían acceso los bomberos que socorrían a los estudiantes.

Giré para mi derecha, otra gran cantidad de personas se aglomeraban detrás de una de pared formada por agentes policiales; sus patrullas de por medio cortaban el paso. Observé y palpé cada parte de mi cuerpo, intentando encontrar alguna lesión, pero afortunadamente todo estaba en su lugar.

Mamá y papá llegaron de inmediato. Mi madre llevaba puesta su bata blanca y cargaba con su maletín de primeros auxilios, papá vestía su uniforme policial.

—¡Liv, cariño! ¡Gracias a Dios estás bien!

Sí, bien. Gracias a Luca. A su increíble fuerza y velocidad. Era casi imposible para mí concebir que haya llegado tan rápido desde la posición donde se encontraba. Lo observé con el ceño fruncido, pensativa.

—¿Liv, te duele algo? —Removí mi cabeza, concentrándome en mis padres de nuevo.

—¿Mérida y los demás? —Inquirí a Luca. Este solo negó con su cabeza.

—Llamé a Esme, viene en camino. —Mamá revisó mi pulso, en el brazo donde horas atrás Meri me había colocado una pulsera de cuencas celestes y plateadas en honor a nuestra amistad.

—¡¿Liv, pudiste ver algo?! —Consultó mi padre.

Negué.

—No pude ver su rostro. Estaba muy oscuro.

—Tranquila, cariño. No te esfuerces... —Mamá observó a papá de reojo con una mirada de regaño—. Ahora debes descansar. Mérida estará bien, al igual que tú. —Acarició mi cabeza—. Cuando llegamos, Luca estaba contigo. No se ha movido de aquí ni un segundo hasta que despertaste... —Lo miró con una sonrisa de lado. Luca agachó la vista—. Tengo que continuar atendiendo, hay demasiados heridos. Vamos, te llevaré a la ambulancia. Aguardarás allí hasta que termine luego irás conmigo al hospital.

Papá me ofreció una botella con agua y una pastilla. Rechacé esta última, pero mamá insistió.

El bosque tenía un aspecto siniestro y oscuro como nunca pensé que lo vería algún día. Tantos hermosos recuerdos en ese lugar, que no me entraba en la cabeza lo que había ocurrido.

No sabía qué pensar, pero si tenía en claro dos cosas: que Stenill no era un aburrido pueblo como todos me habían hecho creer al llegar. Y la segunda, una sola persona no había causado este caos. Esto ya era mucho más grande y temible que un simple lunático como todos pensábamos. Había llegado a la conclusión que las desapariciones anteriores y esto debían estar conectados.

Los familiares aguardaban desesperados, rogando porque sus hijos aparecieran. Los llamaban entre la multitud, pero nadie devolvía respuestas. Miraba de un lado al otro mientras mamá y papá me llevaban a cuestas hasta la ambulancia, intentando toparme con las caras de mis amigos, pero no los veía por ningún lado.

La superficie del lago reflejaba las luces de las sirenas policiales. Todo lo mágico de la noche se había evaporado. En la entrada al predio, a lo lejos, se estacionaban las ambulancias donde iban trasladando a las personas en estados más críticos. Había decenas de heridos, y papá me había comentado que aún no podían dar un número exacto de desaparecidos.




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