No te contengas

21.Todo es una gran mentira.

—¡Carajo! ¡Hay que hacer algo! ¡Rápido! —Meri se posicionó detrás de la puerta, llevando consigo un enorme matraz de vidrio.

El golpeteo de los escalones era un claro aviso del peligro que se avecinaba. Atiné a deslizarme debajo de la enorme mesada y sostuve con firmeza el gas pimienta. La puerta se abrió con brusquedad.

Desde mi posición, podía ver solo el torso inferior de la persona que había entrado, era una figura femenina. Mérida quedó oculta detrás de la puerta. Otro par de piernas entraron, al parecer correspondían a un hombre. Ambos comenzaron a dar vueltas por todo el lugar.

—Demonios, ¿crees que sean ellos? —La voz masculina inundó la sala con su tono grave.

Intenté con todas mis fuerzas no hacer siquiera ruido al respirar, pero por mucho que traté, no pude. Tapé mi boca con rudeza, el temblor en mi brazo era evidente. ¿En qué estábamos pensando?

Los pies de la mujer se detuvieron justo frente a mí echa un bollito. Impactó uno de sus puños contra la brillante mesada y un gemido de asombro se me escapó entre los dedos mientras di un pequeño salto sobre mi lugar.

—No, creo que son ratas. Pequeños roedores que no saben en el lugar donde se han metido.

¡Esa voz! ¿Qué hace ella aquí?

Tatiana se agachó y con ambas manos me tomó de los tobillos, arrastrándome hacia la vista de ambos. Lo había hecho en tan solo dos segundos y de un solo tirón. Su sonrisa perversa se apoderó de su rostro, y se dispuso en cuclillas quedando cara a cara, enfrentadas.

—Liv, Liv, Liv... —pronunció mi nombre con soberbia—. ¿No te cansas de meterte donde no te llaman? Qué pena por ti, pero así es esto. No dejamos chismosos sueltos... —hizo una mueca de pena fingida tocando su pecho.

Al escuchar sus palabras, un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Sus ojos tenían un tinte distinto, un brillo que juraba haber visto antes... esos destellos oscuros ¡Eran los mismos que veía en Luca cuando enfurecía!

¡No!

Una voz dentro de mí despertó. No había ido hasta allí para irme sin la verdad, y en ese momento decidí que quería escucharla de la boca de Luca y Alex. Todo estaba siendo muy extraño y ya no me detendría. No, hasta saber cada minúsculo detalle.

Además me sentí harta de que Tatiana me humillara. ¿Qué tanto problema tenía conmigo? Estaba muy equivocada sí creía que iba a ser una cobarde como siempre. No más, todo ese coraje me inundó dándome la fuerza para reaccionar.

—¡La que se cansa de meterse donde no la llaman eres tú! —Extendí el brazo que sostenía el gas pimienta y lo dejé justo frente a sus ojos—, ¡Perra! —apreté el spray y fue glorioso ver como su cara se desfiguraba.

Tatiana cayó al suelo cubriéndose los ojos, revolcándose y gritando de dolor.

—¡Ahhhh! ¡Maldita, mis ojos!

El fortachón que estaba con ella me tomó de los brazos, inmovilizándome por completo. Intenté forcejear para que me soltara, pero era inútil, así que con mis piernas me di envión y logré darle con mis borcegos en sus partes sensibles. El hombre soltó un gruñido de dolor, pero la presión se incrementó sobre mí, al punto de sentir como la piel de mis muñecas comenzaba a lastimarse.

—Te gusta jugar rudo, ¿eh? —Su voz me produjo pánico.

De un solo movimiento me estampó contra la mesada, sosteniendo con una sola de sus manos ambos brazos tras mi espalda. Su otra mano, grande y maciza, hundía mi cabeza contra la fría superficie, haciendo que mi pómulo impactase con rudeza. Su agarre cedió cuando se inclinó apenas hacia una de las mesas auxiliares que había por la sala y abrió un pequeño cajón; sacó de él una especie de pistola con un inyectable extraño.

—Veamos como reaccionas a esto, pequeña escurridiza.

El desconocido estaba a punto de inyectar el líquido en mi cuello cuando un estridente ruido lo detuvo. Los cristales cayeron junto a mí sobre la mesa al mismo tiempo que mis brazos lentamente se liberaron, dejando una ferviente sensación de ardor.

Me enderecé aún agitada y sostuve mis muñecas en un intento de calmar el dolor. Vi esparcido en el suelo al hombre, cuya sangre comenzaba a brotar de un pequeño corte en su cabeza. De pie al lado del mismo, Mérida estaba en shock, sus enormes ojos verdes contemplaban la escena con horror.

—Yo no quise, yo solo...—balbuceó, las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos.

Tomé su mano y la jalé a la salida conmigo.

—¡Vámonos antes que se repongan!

Subimos las escaleras con rapidez.

Nos apresuramos a adentrarnos al coche. Coloqué la llave y di un giro para encender, pero no me respondió.

—¡Carajo! ¡Carajo! ¡No ahora hijo de perra! —Meri gritó, estampando su mano contra la guantera.

Mis palmas temblaban y mi respiración se volvía tortuosa. Apreté el acelerador reiteradas veces mientras intentaba encenderlo. Los ruidos del arranque se repetían una y otra vez, pero no lo conseguía. El auto volvía a parar.

—¡Arranca, maldición! —Golpeé dos veces el manubrio haciendo que los bocinazos salieran.

Comencé a bombear, apretando el acelerador reiteradas veces hasta que en el último giro de llave el auto se puso en marcha. Las ruedas chirrearon sobre la acera cuando nos marchamos a toda velocidad.




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