No te contengas

23.Con todo y miedo.

Lercanos. Sin duda esa palabra quedó resonando en mi mente.

Y cuando se lanzaron hacia nosotras, pude darme cuenta que nuestra teoría acerca de que esos sujetos fueran de los suyos, era equívoca. Porque tanto Luca como Alex se interpusieron y saltaron con una ferocidad increíble hacia ellos.

Los dos cayeron y revotaron en la tierra unos cuantos metros, haciendo que el polvo se elevara y formara una capa ligera de neblina a su alrededor. Quedé impresionada por su destreza y aterrada a la vez. Si algo quedaba claro era que los hermanos Brunelli no eran normales.

Adrenalina alterada...

Recordé la oración. Una exposición de las que se hablaba en la ficha de María.

¿Entonces era posible que Luca y Alex...? ¡Por Dios!

—¡Olivia! ¡Mérida! ¡Al auto, ahora! —El alarido de Alex hizo que diera un sobresalto. Meri jaló de mi brazo, guiándome a la parte trasera del vehículo y colocó seguro a las puertas.

Seguí en shock. No podía creer lo que estaba ocurriendo y tampoco tenía idea, a decir verdad. Solo sabía que mi mente no dejaba de llevarme a las fichas, a la conversación de mi abuela y mi padre...

A ese día...

No estoy loca. No estoy loca, fue verdad, fue...

—¡Dios! ¿Qué son? —Meri gritó, observando por la ventanilla horrorizada.

Una de las mujeres tomó por el cuello a Alex y lo inmovilizó. El rubio hizo un atisbo de sonrisa, y sin poder creerlo, sus ojos soltaron un destello celeste fluorescente haciendo que el brazo de la chica comenzara a congelarse. ¡Había escarcha brotando por toda su manga!

—¡Por Dios, Liv! ¡¿has visto eso?!

Ex -exposición a bajas temperaturas...—balbuceé.

—¿Eh?

—¡Exposición a bajas temperaturas! La ficha...—Mi voz tembló.

En un movimiento rápido, Alex se deshizo del agarre y dio una vuelta en el aire abrazándola. La extraña cayó de espaldas contra el suelo empedrado y Alex por encima. Un fuerte golpe nos hizo perderlo de vista.

Luca caía contra el parabrisas. El cristal comenzó a resquebrajarse y formó una especie de telaraña en toda su longitud. Uno de los encapuchados lo sostuvo por el cuello mientras que otro, alzando sus brazos como en una especie de hechizo se encaminaba hacia él.

A nuestra izquierda Alex flotaba en el aire. Alex mantenía su boca abierta y se tomaba su garganta con ambas manos. Las lágrimas brotaban de sus ojos, sus músculos se veían tensos, parecía estar dejando de respirar. ¡El Lercano ni siquiera lo estaba tocando! Solo estaba parado frente a él y lo observaba con perversidad.

Mi cabeza estaba a punto de explotar, tenía el corazón latiendo a mil por segundo y no sabía cómo detener a lo que tenía en frente. Todos los pensamientos se anudaron en mi memoria, pero aun en medio del caos, logré atar los cabos sueltos.

La placa de Pioneer, el disco dorado de las Voyager, las pantallas que establecían coordenadas en diferentes países de América. Las veces que los había visto... ¡Siempre habían estado allí! La noche del accidente, el momento en que Luca intentó besarme, el chico que me alcanzó mis útiles en la fiesta... ¡El caos de la búsqueda del tesoro!

Los Lercanos... eran extraterrestres.

Entonces... todos esos años en Argentina, el tratamiento...

¡Todo era cierto!

—¡Liv! ¡Debemos hacer algo! ¡Van a matarlos!

De repente me costó respirar, fue como si el aire de la camioneta se densificara. Mi mandíbula comenzó a rechinar y no era capaz de controlarlo. La garganta se me contraía y el dolor era insoportable, quería gritar, pero no salía nada, todo se atoraba en mi pecho. Llevé mis manos al pecho y me hice una bolita en el asiento, desconsolada.

—¡Liv! ¡Liv! —Oí a Meri lejana—. Liv, respira, tranquila. —Tomó mi mano y respiró profundo—. Eso. Inspiro, exhalo. Eso, Liv. Cierra los ojos, solo concéntrate en tu pecho. Como se expande... eso, sigue así...

Poco a poco volví en sí. Miré a Meri y ella apretó fuerte mi mano, dándome una sonrisa.

—Eso, amiga... —Sin embargo, la mirada de mi mejor amiga se dirigió a la parte delantera del auto, donde Luca se retorcía y chillaba de dolor, sus ojos estaban idos—. Tenemos que hacer algo o van a matarlos.

—Yo...no sé, tengo miedo —balbuceé.

Apretó más el agarre.

—Con miedo y todo, pensemos... —Meri escondió sus labios.

Asentí. Me forcé a ser valiente y concentrarme. Levanté un poco más la vista sobre el asiento del conductor. El lercano veía a Alex como si con la mirada lo atravesara.

—Creo...—Me limpié las lágrimas—, creo que tenemos que hacer que dejen de mirarlos.

—¿Eh? —Meri me observó confundida.

—No lo sé. Solo están ahí, sin acercarse. Como si algo les hicieran solo con mirarlos...

Meri abrió los ojos, volteó y volvió a mí, asintiendo repetidas veces.

—¡De acuerdo! ¡si! ¡Si, inteligente, Liv! ¡Dejar de mirarlos! ¡Hecho! —Comenzó a rebuscar algo en su bolso.




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