Alex
Ver felices a dos personas que apreciaba me daba una inyección de endorfinas que tanto me hacían falta. Aquel encierro nefasto nos había dejado exhaustos. La sala disponía de un sistema especial para impedir que pudiéramos utilizar nuestras habilidades. Esas ondas de infrasonido producían la vibración de nuestras células alteradas a un nivel en el cual no podíamos reclutarlas.
Respirar aire fresco, la vista al horizonte…todo me daba una pequeña, pero muy agradecida calma.
Alcé la vista y observé a mi hermano y mi mejor amiga. Luca había pasado tanto sufrimiento a tan corta edad que el cariño de Olivia era un respiro para sus desgracias. Jamás la había olvidado, y cómo hacerlo. Habían pasado juntos toda su infancia, había sido su primer y único amor, y nunca pudo decírselo. Creyó que nunca volvería a verla, pero el destino nos tiene ciertas jugadas preparadas para vernos la cara de idiotas.
Contemplé a ambos, sí que se olvidaban del mundo cuando estaban juntos. Tatiana volvía de la costa con los brazos cruzados. Mantenía la mandíbula apretada y sus cautivantes ojos azules me observaron bajo sus espesas cejas arqueadas. Se detuvo a mi lado, y vio lo mismo que yo. Con la diferencia que, las emociones que nos generaba, no eran las mismas, de seguro.
—No entiendo. ¿Por qué ella? Solo mírala —bufó.
—La veo y entiendo porque mi hermano la quiere. Ella tiene lo que a él le faltó todos estos años —comenté mientras buscaba mis cigarrillos.
—No es fuerte. Es inofensiva. No es determinada, siempre tiene una actitud de estar insegura de todo. ¿Eso necesita tu hermano? —desabrochó el cinturón a la altura de su cadera con sus armas.
Coloqué el cigarrillo entre mis labios y lo encendí. Tras unas cuantas secas, sentí la relajación inundándome el cuerpo. Pensé bien antes de contestarle.
La verdad es que Tatiana era esa chica perfecta para la gente promedio. Bonita, cara delicada, rasgos sensuales, ojos atrapantes. Cuerpo con curvas, decidida, con carácter y ruda. Por eso quizás le costaba entender que mi hermano era mucho más de lo que realmente mostraba.
Nuestra transformación nos había costado muy caro.
Al mes de que mi madre fue capturada por los Lercanos, nuestro padrastro, dispuesto a no perder su empleo, pero ya habiendo perdido la cabeza por la desaparición de mamá, tuvo un macabro y excelente plan.
Luca solo tenía 8 años y yo 9 cuando Marco decide presentar ante sus autoridades y la Agencia de Defensa para la Reducción de Amenazas (DTRA), el Proyecto: "Comminatio Reducers”. El día en que el mismo se aprobó para pasar a la etapa de observación y experimentación, nuestra niñez se extinguió. Todavía recuerdo sus palabras.
—¿Quieren recuperar a su madre?
—Sí.
—Entonces hay que hacer sacrificios. De estos depende la existencia misma, y para enfrentarlos deberán hacer esta transformación. Serán invencibles. Serán grandes, fuertes, y por mucho que los problemas de la vida los quieran hacer caer, su experiencia les servirá para crecer como grandes hombres. Pero todo tiene un precio, y el dolor que el cambio engendra será tan intenso que los hará flaquear. No querer seguir, sin embargo, alcanzada la mutación, la recompensa será infinita.
Han pasado nueve años y ese momento quedó grabado en mi memoria y en mi piel. Quizás el pequeño Alex no lo comprendía del todo, solo estaba cegado por la fantástica idea de recuperar a su madre. De por una vez en la vida devolverle el favor a ella y ser su héroe. Papá se había ido, yo era el mayor. Yo estaba a cargo.
Pero el Alex de hoy comprende a la perfección aquellas palabras, porque el dolor tras el cambio lo marcó para toda la vida con una maldita regla a seguir. Dominar el pensamiento, contener la emoción. Te dará el control.
Esa fue la más difícil de todas las pruebas a las que nos sometían en los laboratorios. Siempre contener los arranques, la espontaneidad. Contener el dolor, el llanto, la desesperación. Contener la furia, la ira y el enojo.
“¡Tienes que hacerlo, Alex, o el fuego consumirá tu cuerpo!”. “Tienes que lograrlo, Alex, o de lo contrario el hielo congelará tus pulmones”. “¡Niño inútil! Esos monstruos en tu cabeza no son reales, deja de gritar”. Decía Erick mientras el verdadero monstruo jugaba con unos electrodos en mi cerebro.
Y de la misma forma Luca debía contener. De la misma manera debía soportar el peso de cada inyección, de cada operación, de cada noche internados vigilados por decenas de hombres en batas blancas que nos veían como una rata y no como lo que éramos, niños.
Por eso entendía la elección de mi hermano. El cambio nos había dejado vacíos. Sentir estaba prohibido porque inconscientemente eso nos pusieron en la cabeza. Que sentir, que dejarse llevar por las emociones y sentimientos nos traerían dolor, fracaso e incompetencia. Y decirle eso a dos niños que a su edad absorbían toda la información del mundo de su alrededor había sido la peor manera de formar a dos futuros adultos.
El amor de Olivia, le otorgaba algo que hacía mucho tiempo habíamos perdido: hogar, estabilidad, pertenencia. Sentirse humano, un ser valorado y apreciado por el simple hecho de ser como es y no pedirle ni exigirle nada a cambio. Y viéndolos, podía comprobar que entonces no contenerse estaba bien. Demasiado bien.
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vecinos que se odian, amigos y amor de adolecentes, extraños habitantes
Editado: 31.01.2025