No te contengas

FIN.

—¡Lo lograron! ¡Lo lograron! —Iris dio un salto, tirando la radio de la emoción.

—¡Ahí están! —Meri veía por los binoculares—. ¡Vamos! ¡Tenemos que ayudarlos!

—Julie, quédate aquí ¿sí? No vayas a querer moverte, el agente te cuidará…—miré al militar que asentía amable.

Max, Chris y las muchachas comenzaron a correr hacia las víctimas para dirigirlos a los helicópteros y las camionetas aparcadas, listos para ponerlos a salvo.

— ¡No! ¡Quiero ayudar también! —Se cruzó de brazos, berrinchuda.

—Es peligroso —dije preocupada.

—¡Por favor! Iré de tu mano, no me despegaré de ti. ¡Por favor! —Hizo puchero colocando sus manos en gesto de súplica.

—De acuerdo… —Rodeé mis ojos, aceptando la derrota— ¡Pero no te despegas de mí!

Los helicópteros seguían atacando la nave con sus ametralladoras gigantes. La tierra comenzaba a levantarse, formando una gran capa de neblina marrón que inundaba el ambiente. Las chispas del fuego salían disparadas por el aire.

Corrimos a la par de las decenas de escuadrones de uniformados. Mi respiración se volvió agitada.

—Liv, ¡me estás apretando muy fuerte la mano! —gritó Julie hundiendo sus cejas.

—¡Lo siento!

De lejos vi a Max y Meri guiando a un grupo de mujeres a los automóviles.

Los Lercanos no se rendían fácilmente. Como hormigas saliendo de su hueco debajo de la tierra con sus uniformes que los protegían del sol, comenzaron a dar batalla. Un gran tanque pasó cerca de nosotras y el sonido de las ametralladoras nos hizo tambalear, el piso se movía debajo de nuestros pies.

—Julie, ha sido pésima idea. Debemos volver.

—¡Liv, allá! ¡Esa gente! —Julie me jaló del brazo.

Las muchachas no dejaban de llorar y gritar. Me maldecí por haber traído a Julie y corrí hacia ellas.

— ¡Ey! ¡Tranquila! —Tomé a una por su espalda— ¡Vamos! Las llevaremos donde estén a salvo. ¡Sígannos!

El sonido de las balas de parte de los militares no dejó de retumbar en mis oídos. Correr cerca de ese campo de batalla era una de las sensaciones más espectaculares e impactantes que había vivido y que iba a vivir en toda mi vida, estaba muy segura de ello.

Cuando un pedazo de la nave cayó cerca, una de ellas corrió asustada hacia el centro de la lucha.

—¡Mierda! ¡Vuelve!

—¡Olivia! ¡No vayas! ¡¿Qué haces?!—Meri traía a una de las victimas cuando me detuvo.

—¡Quédate con Julie! ¡No puedo dejarla ir!

Meri observó a su dirección con el ceño fruncido.

—¡Demonios! —Mordió su labio y asintió—. ¡Ten cuidado!

Una fuerte tormenta de tierra me hizo perderla de vista, tuve que cubrirme los ojos para poder seguir. Mis oídos se encontraban demasiados aturdidos por tanto caos a nuestro alrededor.

—¡Liv! —Julie tomó mi mano por sorpresa.

—¡¿Por qué no haces caso?! ¡Te dije que te quedarás con Mérida!

Choqué contra alguien al volver al frente, y caí al suelo soltando la mano de la pequeña.

—Vaya… —El mismo lercano que había experimentado con mis recuerdos se encontraba frente a nosotras, hablando nuestra lengua—. Me lo has hecho muy fácil… —Observé su sonrisa perversa debajo de la capucha, la única parte de su rostro visible—. Julie, ¡cariño! Ven, no seas mala niña.

Alzó a la pequeña quien luchaba por salirse de su agarre, pero le era imposible.

—¡Liv! ¡Ayúdame! —pataleó con fuerza, resistiéndose.

Me levanté del suelo y corrí hacia él, pero mi cuerpo comenzó a levitar por el aire y, como sí fuese impulsada por una gran ráfaga de viento, mi espalda chocó contra el tronco de un árbol. La cabeza me palpitó de dolor y mis músculos ardieron.

El lercano corrió con la niña rodeando la batalla. Fuertes explosiones derrumbaron a algunos soldados y a nuestros rivales, los explosivos caían uno tras otro dejando huecos sobre la tierra.

Me levanté como pude y corrí desesperada. No iba a permitir que le hiciera daño. Entre tantas hojas, ramas y pólvora logré divisarlos. Me fui contra él y lo empujé con todas mis fuerzas por la espalda, ambos cayeron al suelo.

—¡Corre Julie! ¡Vete! —Agarré una gran rama y le di al Lercano en la columna.

Aun en el suelo se retorció de dolor. Cuando estuve por darle el segundo golpe rodó y frenó el trayecto del tronco, quitándomelo de las manos.

Las palmas me sudaban y mis cabellos revueltos tapaban mi visión. Retrocedí cuando se puso de pie, vi hacia ambos lados en busca de algo con que defenderme. Risueño, caminó hacia mí.

—Eres igual a ella…

—¿I-igual a quién?

Otra fuerte explosión hizo que diera un pequeño salto sobre mi lugar. El fuego comenzó a propagarse por la vegetación. Estaba llegando a nosotros.

—A ella. Tú sabes a quién… —Sonrió.

—N-no. ¡No es cierto! ¡Estás jugando conmigo! —grité, sollozando por el miedo que recorría mi cuerpo. Aún el dolor palpitaba sobre mi espalda y rostro.




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