El aire nocturno es frío, pero no más que el peso en mi pecho. Camino por las calles casi desiertas, con la mente atrapada en un torbellino de pensamientos. Todo lo que pasó con Hiroto sigue dando vueltas en mi cabeza: lo que dijo, lo que hizo… lo que no hizo. ¿Cómo llegué a esto? Era una estúpida por ilusionarme tan rápido y una traidora por hacerle esto a William.
Al girar la esquina, veo las luces encendidas en mi departamento. William está en casa. Siento un nudo en la garganta. No quiero fingir, pero tampoco quiero que él note demasiado.
-Demonios ¿Porque tiene que estar aquí hoy?
Abro la puerta, y el aroma a té de jazmín me recibe antes que su voz. Amo beber té, es algo que muy pocos saben y William es uno de ellos.
-Hanako, llegaste tarde.
Levantó la mirada y lo veo en la sala, con una sonrisa suave. Viste el pijama que le había regalado cuando llegó, y su expresión se ilumina apenas me ve… pero entonces su rostro cambia. Me observa con atención, y en su mirada noto un destello de preocupación.
-Hice horas extra, lamentó no avisar.
-¿Estás bien?
Me quito los zapatos lentamente, como si cada movimiento requiriera demasiado esfuerzo.
-Sí… solo fue un día largo —respondo en voz baja, evitando sus ojos.
Si lo veo toda la verdad saldría de mi y no quisiera lastimarlo, él se acerca y aparta un mechón de cabello de mi rostro.
-Te ves cansada. ¿Quieres que te prepare algo de comer?
El roce de su mano es cálido, familiar. Debería sentirme en paz con él. Debería sentirme segura. Pero lo único que puedo pensar es en cómo hace unas horas mis labios estaban con los de otra persona. Hiroto. Su nombre golpea mi mente como un eco. Y la culpa regresa, pesada, sofocante.
Cierro los ojos un segundo y respiro hondo.
-No, gracias. Solo quiero descansar. ¿Quieres dormir conmigo?
William me observa en silencio por unos segundos, como si intentara descifrar lo que pasa por mi cabeza. Luego asiente con una leve sonrisa.
-Está bien. Vamos a dormir.
Lo sigo hasta la habitación, sintiéndome como una sombra de mí misma. Me meto bajo las sábanas, pero incluso con él a mi lado, el frío en mi interior no desaparece.
Me obligué a ir al trabajo con una sonrisa ensayada, pero por dentro me sentía agotada. No dormí bien en toda la noche, y el peso de mis pensamientos me seguía a donde fuera.
Cuando vi a Hiroto en la oficina, mi corazón se encogió. Esperaba algo de él, aunque no sabía qué. ¿Un gesto, una mirada, un atisbo de culpa? Pero no.
Me saludó con la misma naturalidad de siempre. Como si nada hubiera pasado. Como si sus labios nunca hubieran estado sobre los míos.
-Buenos días, Hanako.
-Buenos días, imbécil… —murmuré, sin saber qué más decir.
-¿Dijiste algo?
-No, nada solo buenos días.—me fui sin decir más.
Martes. Mi celular permaneció en silencio. Ningún mensaje de él.
-Soy una estúpida, los únicos mensajes que debería de esperar son los de William.
Miércoles. Me reí por el compromiso en la hora del almuerzo, aunque mi mente estaba en otro lado. Hiroto estaba a solo unas mesas de distancia, y ni siquiera volteó a verme.
-¿Hanako te encuentras bien?
-Si, perdón es que…—no sabía qué decir.
-¿Un día pesado?
-Exacto, un día pesado.
Jueves. Me cansé de esperar algo que claramente no iba a llegar. Tal vez me equivoqué. Tal vez para él fue solo un momento sin importancia.
Pero el viernes… el viernes fue diferente.
Salí tarde de la oficina. La mayoría ya se había ido, y cuando pasé por la sala de descanso, Hiroto estaba ahí, apoyado contra la mesa con una taza de café en la mano.
-Oye —dijo, deteniéndome antes de que pudiera seguir de largo.
Me giré lentamente, sin saber qué esperar.
-¿Si?
Dejó la taza a un lado y se acercó, con esa mirada intensa que tantas veces había evitado en la semana.
-¿Vas a seguir evitándome?
Me reí sin ganas.
-¿Yo? Fuiste tú quien actuó como si nada hubiera pasado. He tenido una semana complicada.
Él suspiró, pasándose una mano por el cabello.
-No es tan fácil, Hanako.
-No, no lo es —respondí, sintiendo cómo mi voz temblaba. Estaba cansada de este juego.
Hubo un silencio pesado, hasta que él dio un paso más cerca.
-¿Quieres que hablemos en otro lugar?
Sus ojos buscaron los míos, y su voz sonó más baja, más íntima. Como esa noche.
Sabía lo que estaba diciendo. Sabía lo que significaba.
Mi corazón latía rápido. No debía hacerlo. No debía ni siquiera considerarlo.
Pero aun así, respondí de inmediato.
-Si.
Toda la semana esperé que me buscara. Quise convencerme de que era mejor así, de que la distancia nos haría olvidar, pero cada día se sintió más pesado que el anterior. Lo extrañaba. A su voz, a su manera de mirarme como si pudiera ver dentro de mí, a sus caricias que me hacían sentir viva.
Y justo cuando pensé que debía dejarlo ir,algo había cambiado en cuanto lo vi. Sus ojos oscuros estaban cargados de algo más profundo que deseo. Era necesidad. Ansiedad. Un grito silencioso que me pedía que no me alejara.
-Hiroto yo…
-No puedo más, Hanako.
Su voz, tan baja y tan firme a la vez, me heló la piel. No pude responder. No pude moverme.
-No quiero seguir pretendiendo que esto no me importa. Que tú no me importas.
Algo en mí se rompió. Un nudo se formó en mi garganta, pero no tuve tiempo de procesarlo porque él ya estaba frente a mí, sosteniendo mi rostro con ambas manos. Su tacto era cálido, urgente, como si tuviera miedo de que me desvaneciera.
Y luego me besó.
El aire abandonó mis pulmones en el instante en que nuestros labios se encontraron. Todo lo que había intentado ignorar explotó en ese beso: la culpa, el deseo, la confusión, la necesidad. Hiroto me abrazó con fuerza, su cuerpo encajando perfectamente con el mío, como si siempre hubiera pertenecido ahí.