Después de haberle dicho la verdad a William y romper su corazón en mil pedazos dejando un compromiso atrás, me tiré a llorar en el piso de mi habitación, sabía que lo que había hecho estaba mal pero aún así mi cuerpo me pedía sacar el dolor a través de mis lágrimas. Cuando termine de llorar me dirigí a darme un baño con agua fría para calmarme y poder seguir adelante.
-Amo lo que el agua fría causa en mí ¿Porque no puedo casarme con esta sensación?
No quise decir nada de lo que pasó a Hiroto porque yo ya sabía que él era al que había escogido y él aún no lo sabía.
El martes llegó, arrastrando consigo una extraña sensación de ligereza… y vacío. Ya no estaba comprometida. Ya no era “la prometida de William”, y aunque había sido mi decisión, no podía evitar sentir un nudo en el estómago al pensar en él. Me había despedido de años de relación, de promesas y de un futuro seguro. Pero también había elegido algo nuevo, incierto… algo que tenía nombre y rostro: Hiroto.
Al llegar a la oficina, podía sentir las miradas sobre mí. No tardé en darme cuenta de que la noticia se había esparcido como pólvora. Algunos compañeros se acercaban con sonrisas incómodas, otros me miraban con lástima, y unos pocos —los más chismosos— parecían emocionados por el drama.
-¿Es cierto? —preguntó discretamente Miriam cuando me acerqué a mi escritorio.
Suspiré, sin querer profundizar. —Sí. Terminé con William anoche.
Su rostro mostró sorpresa, pero también algo parecido a comprensión. —¿Estás bien?
-No lo sé —respondí honestamente. Porque no lo sabía. Una parte de mí se sentía aliviada, como si me hubiera quitado un peso enorme de encima. Pero otra parte estaba aterrorizada, preguntándome si había tomado la decisión correcta.
Hiroto llegó unos minutos después, y mi corazón se aceleró al verlo. No hizo ningún comentario sobre lo ocurrido, ni siquiera mencionó haber escuchado algo. Solo me saludó con su sonrisa tranquila de siempre, como si nada hubiera cambiado. Y en cierta forma, lo agradecí.
El día transcurrió como cualquier otro, pero la tensión en mi pecho no desaparecía. Me preguntaba si Hiroto sabía. Si se había enterado por alguien más, si estaba esperando a que yo se lo dijera, o si simplemente prefería no mencionarlo. Me carcomía por dentro la necesidad de decirle: “Anoche terminé con él… por ti.” Pero no lo hice.
Cuando la jornada estaba por terminar, Hiroto se acercó a mi escritorio.
-¿Quieres hacer algo esta noche? —preguntó casualmente, pero pude notar algo diferente en su tono.
-¿Algo como qué? —sonreí, tratando de sonar natural.
-Ven a mi casa. Podemos pedir algo de comer, ver una película… o simplemente estar.
Mi corazón se detuvo un segundo. No era la primera vez que me invitaba a su casa, pero esta vez sentía un peso diferente en la propuesta. Como si ahora, sin el compromiso de William, esa invitación llevara consigo una intención más profunda.
-Está bien —respondí, casi en un susurro. -Voy contigo.
Salimos juntos del edificio, y aunque ninguno mencionó el tema, la tensión entre nosotros era innegable. El camino hacia su casa fue silencioso, pero cómodo. Yo solo podía pensar en que esta noche lo cambiaría todo. Ya no habría culpa. Ya no habría límites. Solo él y yo.
Al llegar a su departamento, todo se sintió distinto. Como si por fin estuviera entrando a un lugar donde realmente pertenecía. Se quitó la chaqueta, me ofreció algo de beber, y mientras buscaba algo para cenar, me senté en su sofá, tratando de controlar los latidos de mi corazón.
-¿Pizza está bien? —preguntó desde la cocina.
-Perfecto —respondí, pero mi mente estaba en otro lugar. En nosotros. En lo que estábamos a punto de ser.
Minutos después, se sentó a mi lado. Al principio hablamos de cosas triviales, del trabajo, de la vida, como si nada hubiera pasado. Pero eventualmente el silencio se hizo presente. Entonces lo sentí. Su mano rozando la mía, su mirada clavada en la mía. Y fue como si toda la tensión acumulada explotara.
-¿Sabes que ya no estoy comprometida, verdad? —solté de repente, sin pensar.
Hiroto me miró por un momento, como si estuviera evaluando mis palabras. —Lo escuché. Pero no quise preguntar.
-¿Por qué?
-Porque quería que me lo dijeras tú… cuando estuvieras lista.
Tragué saliva. —Terminé con él… porque ya no lo amaba. Porque ya no podía seguir en una relación donde no me sentía viva. Y porque… —Mi voz tembló— porque quería estar contigo.
Sus ojos brillaron con algo que no pude describir. Deseo, tal vez. O tal vez alivio. Entonces, sin más palabras, me besó. Pero esta vez no fue un beso culpable ni prohibido. Fue un beso hambriento, cargado de todo lo que habíamos estado reprimiendo.
La pizza quedó olvidada. La conversación también. Solo existíamos él y yo, devorándonos como si el tiempo que habíamos perdido necesitara ser recuperado esa misma noche.
Y cuando finalmente me susurró al oído: “Quédate a dormir”, supe que ya no había vuelta atrás. Esta vez, no tenía que mentirle a nadie. Esta vez, era libre de amarlo.
Y lo hice.
La noche había caído, y aquí estaba yo… envuelta en las sábanas de Hiroto, con su cuerpo pegado al mío, sintiendo su respiración cálida rozar mi cuello. Todo era diferente. Su cama, su aroma, la forma en que su piel se sentía contra la mía. Pero, sobre todo, la forma en la que mi corazón latía descontrolado, como si nunca antes hubiera conocido lo que realmente era sentirse viva.
Mis dedos recorrían lentamente su pecho desnudo, memorizando cada línea, cada curva de su cuerpo. Era fuerte, pero a la vez se sentía tan cálido, tan real. Sus manos, que hace unas horas me habían sostenido con desesperación, ahora descansaban suavemente sobre mi cintura, como si temiera que si dejaba de tocarme, desaparecería.
-¿En qué piensas? —susurró de pronto, su voz ronca y baja, haciéndome estremecer.
Sonreí débilmente, sin apartar mi mano de su pecho. —En que esto… —tragué saliva— se siente tan diferente a todo.