—¡Vamos! Abre los ojos y dime que estas bien, por favor.
Sentía mi cuerpo arder, la cabeza me dolía y estaba sudada con la respiración agitada. Alguien me tenía en brazos, pero mi fuerza era nula para hacer el mínimo movimiento, estaba mal y no podía decírselo ante la desesperación en sus palabras y sus súplicas.
—Bien, ya estás conmigo. Tranquila, toma el tiempo que necesites.
Poco a poco hice lo que me pidió y con bastante esfuerzo empecé a abrir mis ojos, tenía la vista nublosa y la luz del sol me impedían ver con claridad mi alrededor, pero me esforcé por hacerlo me esforcé por mirarlo.
—Tómate tu tiempo, no hay prisa.
Cuando pude observarlo mejor y la respiración se me había controlado, me incorporé con su ayuda poco a poco. Al ponerme de pie el dolor empeoró y me tuve que sostener del tipo cuando todo mi alrededor dio vueltas otra vez.
Y por más que quise resistir volví a caer rendida.
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Sentía la boca seca, tenía calor, estaba sudada y desorientada.
Tomaron mi rostro y me dieron de beber para luego volver a acostarme, quise observar quién era ese tipo otra vez y ante el intento fallido solo me conformé con escucharlo.
—Descansa, sabes que tendremos mucho tiempo para hablar.
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El sol que parecía empezar a ocultarse me daba en el rostro, suspiré cansada, abrí los ojos y poco a poco fui incorporándome de la cama.
¿Dónde estaba? ¿No había sido un sueño?
Observo mi alrededor tratando de darle un sentido al sitio, pero no encontraba respuesta alguna. El reloj de una mesa marcaba las cuatro de la tarde y el sonido de la puerta anunciaba la presencia de alguien.
—Por lo que veo, ya despertaste mejor.
Su voz, su presencia, la marca en el cuello, recordaba... recordaba su nombre. Y n mi mente las letras se conectaron haciendo que de mi salga aquel nombre conocido anteriormente.
—Jedrek.
Sonrió—Recuerdas mi nombre, pensé que no lo harías.
Tomó una silla, le dio la vuelta y se sentó apoyando la cabeza en está mirándome detenidamente y con algo en sus ojos que no pude descifrar.
—¿De dónde te conozco?
—De la vida.
Sonreí. Esa no era una respuesta, o por lo menos no era la respuesta que quería en este preciso momento.
—¿Dónde estoy?—pregunté otra cosa en busca de otras respuestas.
—No creo que estés lista para darte información.
—¿Qué te hace creer eso?
—Tu pérdida de memoria.
Y como si sus palabras me lo recordaran, el dolor de cabeza que era leve se convirtió en uno agudo haciendo que mi alrededor diera vueltas.
¿Cómo me llamo?
¿De dónde vengo?
Todo mi alrededor empezó a girar y a gira, tanto así que cuando creí que iba a caerme, me sostuvo entre su cuerpo.
—Puedes cantar para aliviar el dolor, es un truco que siempre funciona.
Sonreí—Imagino que eres mago.
Sentí su pecho vibrar de la risa.
—Si tú lo crees, quién soy yo para quitarte la ilusión—me recostó en la cama y se volvió a sentar—Pero bueno, ese no era el tema.
—Cierto, ¿Así que cantar?
Sonrió—Cada vez que tu dolor de cabeza se agudiza canta algo que te guste.
—¿Así de fácil?
—Bueno, si no confías en la música al principio cuesta, pero luego aprendes a detener tus recuerdos de una buena manera sin dolor. Créeme que funciona.
—No te creo.
Sonrió—No lo hagas, no te estoy obligando a hacerlo.
Suspiré y miré hacia la ventana observando como el sol empezaba a desaparecer.
—¿Cómo me llamo? —pregunté.
—Si cantas te lo digo.
No pude evitar reírme de que siga creyendo esto, o peor aún que me esté chantajeando cuando apenas nos conocemos.
—Te juro que funciona—comentó divertido.
—Que mala educación al chantajear a alguien que recién conoces.
—Eso es lo que tú crees, ahora canta.
Quería mi nombre de vuelta, el nombre era la identidad de las personas y aunque unos se repitan siempre sabrás distinguir al dueño de esta. Así que me puse a pensar en músicas que creía recordar y elegí una.
Cerré los ojos suspirando, odiaba elegir
—Opino que cantes tú alguna y yo la sigo—le pedí.
Era la mejor solución para no frustrarme.
—Está bien, espero la recuerdes.
Sentada en la esquina de la celda oscura
Contando los días, deseándome ir
Riendo están las puertas abiertas
Que aquí me encuentro sin elegir
Cuando empezó a cantarla la recordé.
Música, aquello que no lo dices, pero lo cantas, aquello que no lo vives, pero lo sufres.
Eso era para mí la música, y siempre lo había sido
La había escrito yo, no sé dónde ni cuando, pero era mía. Y eso ya me hacía feliz.
—Vamos, cántala y te digo tu nombre.
—No vas a desistir a que cante ¿Verdad?
Sonrió—No. Vamos, no es tan difícil.
—¿Cómo te la sabes?
Una ligera sonrisa se plasmó en su rostro—En uno de estos días lo recordarás, ahora canta.
Aquí adentro no hay como volar
Aquí adentro no hay un descansar
Atracos y miedos, miedo y ansiedad
Me armo de valor y decido volar.
—Te llamas Annette Fermonsel, eres francesa y tienes físicamente veinticinco años.
¿Físicamente?
Va a sonar estúpido y absurdo lo siguiente, pero fue verdad. No hubo dolor de cabeza, no hubo mareos simplemente la verdad sin dolor, y miles de incógnitas más, sabía que una canción no me curaba de todos mis males, había algo más, algo que podría ser psicológicamente probable.
—Cuéntame más.
—No puedo forzar tu mente de esta manera Annette, poco a poco te iré contando las cosas y otras vendrán por si solas.
Iba a insistir, pero dio por terminada la conversación levantándose y saliendo de la habitación.