—Quisiera dejar que descanses, pero tenemos que caminar a buscar ciertas cosas.
La noche anterior había caído rendida en la cama, creo que al final sí había sido mucha información para mí mente. Antes de dormir Jedrek empezó a cantar y me reí por lo absurdo que era esa canción para la situación en que nos encontrábamos, en la que me encontraba yo para ser concreta. Irónico que se acabe el mundo y lo único que me salva es una música.
Una insignificante y absurda musiquita.
Asombroso.
—No te preocupes—murmuré adormilada mientras me sentaba en la cama.
—Aquí te dejo ropa que creo que te puede llegar a quedar y unas pastillas contra tu dolor de cabeza, voy a estar afuera guardando lo necesario.
—Está bien, gracias.
Tenía sueño y preguntas, así que me apresuré para obtener la segunda e ignorar la primera. Me sentía realmente cansada como si un camión cargado de elefantes haya pasado encima de mi cuerpo.
Fue realmente extraño que la ropa que me proporcionó me quedara como anillo al dedo, no le di importancia y salí de la "habitación" encontrándolo ya con una mochila y guardando un arma en su cinturón.
—Me quedé perfecta, que raro. ¿Dónde la conseguiste si no hay nadie? O mejor ¿Por qué es mi talla perfecta?
Me miró apreciando mi ropa, era igual al estilo militar que él cargaba—Las tiendas abandonadas guardan ropa relativamente nueva a pesar de los años, y de la talla...—sonrió divertido—tal vez tenga buen ojo.
—Es muy temprano para mis dolores así que hagamos de cuenta que te creo.
Sonrió ante mi comentario—Priorizando tu bienestar, vamos avanzando con ese estilo salvaje.
—Dame un arma y te mato—murmuré.
—No lo dudaría.
Me detuve detrás de él y antes de que abriera la puerta me dio una mirada extraña
¿Que tuviera cuidado?
¿Está asustado?
¿De qué? ¿De mí?
Mis preguntas hacia él se disiparon cuando abrió la puerta. Al principio el resplandor del sol cegó mi vista por completo, luego...luego todo pareció dar vueltas dentro de mí.
El sentimiento fue inexplicable, observar mi alrededor era como si un día decidieron todos marcharse y nunca más volver dejando su desastre en la ciudad. La naturaleza ya empezaba a recuperar lo que alguna vez le fue arrebatado y todo mi alrededor resultó ser demasiado irreal como para asimilarlo en segundos.
No había nadie físicamente, pero el miedo me hizo creer que había más gente escondida. Esa extraña sensación de querer que alguien si estuviera detrás de los coches abandonados.
—¿Cómo sucedió todo esto? —susurré haciendo que me mirara.
—No lo sé, cuando llegué ya estaba así.
—Creo que debemos apurarnos en llegar.
Se giró para mirarme burlesco—¿Tienes miedo Annette?
—No.
No pude evitar reírme nerviosa ante tal mentira y él empezó a caminar confirmando su respuesta.
—No sabes mentir.
—Creo que ya nos dimos cuenta.
Caminamos entre esta ciudad abandonada en un silencio intranquilo, no por la compañía sino más bien por la sensación de soledad. En el trayecto Jedrek me calló cuando quise preguntar y me prometió responder mis dudas cuando lleguemos a nuestro destino, por ahora me tocaba disfrutar del extraño camino.
¿Qué haces cuando tienes el mundo para ti sin tener nada?
Aún no encontraba la respuesta.
Diría “de todo” pero eses todo no tiene sentido en la soledad.
El día estaba tranquilo aumentante aquel sentimiento de intranquilidad, no hacía sol que perturbara parecía un alma de esas que vuelan, que se pierden en el cielo y en su inmensidad preguntándome cómo puede llegar a existir algo tan hermoso, sentía el viento jugar con mi cabello y yo sonreía ligeramente ante las cosquillas que estas generaban demostrándome que siento más de lo que creo.
Y que existo más allá de lo que sé.
—Tu mirada se pierde en el mundo.
Volví a prestarle atención luego de ver un movimiento entre los árboles. Ya nos estábamos alejando de la zona más céntrica de la ciudad dejando atrás altos edificios y dándole paso a la naturaleza.
—¿Mande?
Me sonrió—Tu mirada se pierde en el mundo.
—Cómo no hacerlo con su belleza.
—Descansaremos aquí.
Nos sentamos en media autopista siendo los dueños del mundo. Podría jurar que era más de medio día a pesar de la oscuridad, estaba segura que iba a llover muy pronto y no sabía si Jedrek estaba preparado para esto.
—¿Cuánto nos falta?
Me extendió un enlatado y se acomodó a mi lado—No mucho ¿Ves esa montaña que está entre las otras dos?
Dirigí mi vista hacia donde estaba señalando y en efecto podía divisar la montaña a la que se refería—Sí, la veo. No se ve tan lejana.
—No, no lo es. Para allá vamos.
—¿Qué hay allá?
—Una de las casas que he equipado.
—¿Cuantas tienes?
—Creo que treinta por cada continente.
Casi me atraganto ante tal respuesta mientras él se burlaba de la situación.
—¿Qué te puedo decir? Con tantos años solo tenía que aprovecharlos en algo.
—Asombroso, yo no recuerdo si alguna vez tuve una casa.
Se quedó observándome y sonrió levemente—Sí tenías.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes todo de mí?
—Te conozco desde antes, ya deberías saberlo.
Sonreí—Entonces podría decir que tengo suerte de encontrarte.
—Yo diría lo mismo.
De repente un fuerte zumbido me hizo tapar mis oídos, sentí la cabeza martillarme del dolor y miles de imágenes vinieron a mi cabeza.
—Annette...
Escuchaba a Jedrek lejos, muy lejos y por más que intentaba pensar en otra cosa no podía.
Suerte
Temeraria observé la jeringa con un líquido rojo y la máquina frente a mis ojos, no había vuelta atrás, la decisión estaba tomada y no desde que yo lo había decidido, más bien desde que nací, estaba creada para esto y por esto.
Y luego de este recuerdo todo se volvió negro.