No vayas a casa

Capítulo 07: No es lo que crees

 

—¿Qué te sucede, hombre?

Vicente se llevó la mano a los ojos, y los cerró durante un momento mientras se reía en voz baja.

—¿De qué te estás riendo?

—De nada, es que el agua está tan buena, estoy tan relajado que siento como si alguien me estuviera invitando a quedarme aquí durante todo el día.

Juan Miguel se rio estruendosamente al tiempo que golpeaba la superficie del agua. Tener la razón se contaba entre las cosas que lo hacían divertirse mucho.

—Te lo dije. Te dije que este lugar te iba a encantar y que después de venir ibas a hacerte cliente habitual ¿vas a solicitar un pase por el día o una membresía anual?

—Vamos, no es eso; eso no quiere, es sólo que… al diablo, puede ser que tengas razón. Después de todo, no he estado tan tranquilo como quisiera ¿qué mal me puede hacer? Por supuesto no es ahora cuando me voy a quedar todo el día, pero supongo que tienes razón cuando me dices que es una buena idea; podría venir una vez a la semana o cada dos. Aunque en realidad se supone que en este momento estoy resolviendo un asunto en la empresa, no creo que pueda hacerlo todos los fines de semana.

Juan Miguel hizo un gesto de desprecio con las manos, como si estuviera eliminando algo imaginario que estorbara en la superficie del agua.

—En ese caso, lo que tienes que hacer es escaparte durante la semana —comentó su amigo— ¿Sabes algo? Tienes que tratar de dejar de hacerte problemas por situaciones tan sencillas; apuesto que Iris no te pregunta si te parece bien que vaya o no a arreglarse el cabello o a hacerse algo en las uñas ¿verdad? ¿Te has preguntado la cantidad de cosas que las mujeres hacen por sí mismas mientras que nosotros nos vamos a cortar el cabello en 5 minutos y nos afeitamos? No estoy diciendo que te conviertas en uno de esos ridículos modelos de televisión con la piel de muñeca y las cejas perfiladas, sólo hazlo y ya.

Pensándolo bien, en los últimos dos días había experimentado muchos cambios emocionales y, por otra parte, si quería continuar con su vida según estas nuevas ideas, no le haría mal un poco de cuidado personal.

—Está bien, tienes razón, encontraré la manera de venir a nadar un rato, aunque sea una vez cada dos semanas.

—Me gusta esa actitud, es lo correcto. Ahora me parece que deberíamos dejar de estar quietos aquí ¿no crees?

Sin esperar más se zambulló, lo que Vicente interpretó de inmediato como un desafío; inspiró con fuerza y se sumergió también, pudiendo ver la silueta de su amigo en el agua, impulsándose hasta el fondo de la piscina. Ambos nadaron por el fondo durante varios segundos, realizando una competencia de resistencia en lugar de la de velocidad anterior; en este caso se trataba de cuál de los dos podía llegar más lejos conteniendo la respiración. Para su sorpresa, Juan Miguel se rindió antes que él y regresó a la superficie.

 Vicente en tanto se tomó el lujo de avanzar un par de metros más; estaba empezando a sentir el cansancio, la falta de oxígeno que causaba una especie de presión en la cabeza y hacía más lentos sus movimientos. Con el triunfo en el bolsillo regresó arriba impulsándose con lentitud, hasta que regresó a flote y volvió a respirar. Juan Miguel estaba a cierta distancia, sonriendo, pero con un evidente síntoma de agotamiento.

—¿Qué pasó? Te rendiste muy rápido.

—No alcancé a respirar lo suficiente antes de meterme —replicó el otro, con naturalidad—. Me salió el tiro por la culata ¿sabes? que creo que por ahora es suficiente de agua. Acompáñame a la sala del sol.

Nadaron de forma relajada hasta la orilla y se acercaron al panel en donde colgaban las toallas y batas.

—Parece que sólo faltan las camareras en traje de baño.

—Ni lo pienses, esto se convertiría en un burdel para gente con dinero y ya hay uno a unas cuantas manzanas de aquí. Además, no es ese el tipo de relajación de la que te hablaba cuando estábamos en el agua.

—Lo sé, es sólo una broma.

Caminaron por un pasillo lateral hasta llegar a una puerta, a cuya izquierda había un tarjetero y un casillero metálico en dónde se podían colocar las tarjetas de forma ordenada.

—En la semana o cuando hay más gente hay un chico aquí vigilando que respetemos las horas; como ahora no hay nadie no está. Tú sólo tomas tu tarjeta y la pones en la hora que te parece más necesaria si está libre, ahora por ejemplo no hay nadie, si te fijas.

Sacó del tarjetero una ficha con su nombre y la puso en la hora correspondiente; la sala que había detrás de la puerta era mucho más grande de lo que parecía: se trataba de un salón cuadrado con paredes que parecían desnudas, pero que al ver de cerca explicaba por sí mismo el concepto de sala de bronceado. Los tubos de rayos ultravioleta se encontraban distribuidos por las murallas y también el techo, detrás de una lámina que probablemente era aleación de vidrio que permitiera que la luz pasara sin que aumentara la temperatura en la superficie. Había grandes taburetes de lo que parecía ser imitación de madera de nogal, mientras que al centro se encontraba un pequeño bar refrigerado acompañado de vasos acrílicos y unas píldoras de colores dispuestas en un recipiente.

—Son hidratantes —dijo Juan Miguel como si adivinara en dónde había ido a parar su mirada— son el reemplazo de un buen trago o de una bebida isotónica, ya sabes que hay personas que les gusta nadar, pero odian tomar cualquier cosa que no contenga alcohol. ¿Me acompañas?



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En el texto hay: misterio, paranormal, terror

Editado: 03.11.2020

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