No vayas a casa

Capítulo 12: Di lo que estás pensando

 

La casa estaba temperada, y además aun no empezaba el invierno de forma oficial, de modo que Vicente dejó de lado la opción de dormir en la habitación de invitados del primer piso, y sólo sacó del armario de ese cuarto una manta de hilo, con la que se cubrió al recostarse en el sillón de la sala. Programó la alarma del móvil y trató de quedarse dormido, aunque esto fue mucho más difícil de lo que esperaba porque estuvo mucho tiempo pensando y dando vueltas a la misma situación; en cuanto despertó, fue a esperar a Iris afuera del cuarto, esperando que ese respeto por la intimidad forzosa fuera un buen signo de su arrepentimiento por sus acciones.

—¿Qué haces ahí?

La voz de ella, al verlo de pie fuera del cuarto, fue cuidadosamente neutra, tras un instante muy breve de sorpresa al verlo al salir de la habitación; eran las seis treinta y cinco de la mañana.

—Iris, necesitamos hablar.

Estaba mirándola de forma abierta; no pensó en nada, ni preparó un discurso para ese momento. Decidió que lo mejor que podía hacer era ser sincero al cien por ciento, no importaba cuánto tuviera que soportar escuchar de ella, incluyendo las palabras ofensivas que sin duda se merecía.

—No es momento para eso, Benjamín tiene que ir a la escuela.

—Es que sí es el momento —cortó el paso hacia la habitación del pequeño, pero procurando no hacer contacto físico, cuando resultaba evidente que ella no lo quería—. No podemos dejar pasar esto, ni esperar más, si lo hacemos, va a ser peor.

—No quiero hablar de esto.

—Sí, quieres —dijo él con determinación—. Necesitas decirlo, necesitas decir lo que estás pensando, lo que pensaste de mí; antes que me escuches o que te pida disculpas, tienes que decirlo, o eso te va a hacer más daño. Tienes que hacerlo, Iris.

Ella se lo quedó viendo durante un instante; en seguida, se acercó en un paso largo a él, levantando la mano derecha. Fue como si pusiera toda la fuerza de su cuerpo y mente en ese movimiento, pero no llegó a dar la bofetada que él pensó que daría, y el gesto se quedó en la mano alzada, pero no en la posición de asestar el golpe; en su interior, pidió que lo hiciera, que descargara la rabia y el pesar, que al menos empatara las cosas. Quedaron a tan sólo unos centímetros el uno del otro, y él pudo ver con claridad un resto de delineador en el párpado inferior de su ojo izquierdo, seña sutil, pero al mismo tiempo brutalmente clara de que hasta ese punto había interferido su acción, hasta inmiscuirse en su rutina de cuidado personal diario. Lo miró con una furiosa determinación, sin miedo ni asomo de llanto, tan solo con un único sentimiento, una fuerza arrebatadora que él jamás había visto en ella.

—Hazlo.

—Si me pides que lo haga —replicó con intensidad—, quiere decir que en todos estos años no has aprendido a conocerme lo suficiente. Porque yo jamás haría algo como eso.

No, ella no lo haría; pero no se trataba de un caso normal, no era pedírselo porque quisiera, sino porque no veía otra salida.

—¿Ni siquiera si eso ayudara a que te sintieras un poco más aliviada? Me lo merezco, merezco que lo hagas y que me digas lo que se te venga a la cabeza.

Iris lo miró como si al escuchar esas palabras no alcanzara a comprender por completo su significado; volvió a poner distancia entre ellos.

—No me sentiría más aliviada, porque yo no soy esa clase de persona. Escúchame muy bien, la única razón que me haría ser violenta con alguien, si pensarlo siquiera, es que algo amenace a mi hijo. Pero no pienses ni por un momento que algo como lo de anoche va a volver a pasar.

Quería abrazarla, arrodillarse a sus pies y pedirle perdón, pero algo se lo impidió; sintió que al hacerlo estaría intentando el camino fácil, el de inspirar lástima, lo cual a todas luces no funcionaría.

—Sé que no es una buena explicación —dijo con voz conmovida—, pero lo que dije anoche es cierto: no estaba pensando, pero eso no soluciona nada de lo que hice. Fui un estúpido, cometí un acto de agresión contra ti y no puedo perdonarme; no quería hacerlo, nunca he querido y lo sabes, me conoces demasiado como para que no lo sepas.

—Pero lo hiciste.

—Y no lo puedo arreglar ahora —sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero aun con el nudo en la garganta, siguió hablando—. No puedo arreglar eso, sólo puedo jurarte que nunca se va a volver a repetir, no solo porque no debió suceder, sino porque no mereces estar ni siquiera en riesgo de esto.

Se quedó un momento sin palabras. ¿Cómo podía explicar lo que realmente sentía, cómo derribar esa pared de desconfianza? Hizo acopio de valor y dijo algo que pasó por su mente, sin siquiera pensar la dimensión de sus palabras.

—No puedo perderte —replicó apenas siendo capaz de articular las palabras—. No sabes cuánto te amo, pero si tengo que irme, si me tengo que alejar por hacer algo indebido, lo haré.

—¿De qué estás hablando?

—Solo estoy diciendo lo que siento —replicó con sinceridad—, te amo demasiado, y aunque pueda decir que no se va a volver a repetir, es como si no fuera suficiente; si quieres que me vaya, o si tan siquiera hubiera un peligro de que pasara algo así otra vez, lo dejaré todo si así tú lo decides.



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En el texto hay: misterio, paranormal, terror

Editado: 03.11.2020

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