No vayas a casa

Capítulo 20: Comencé a ver

 

—¿Qué ocurrió?

—No lo sé. Es decir, creo que me quedé dormida.

Las voces estaban ahí. Todo seguía, en apariencia, como siempre; pero a partir de ese momento, todo había cambiado para siempre.

—No te ves cansada.

—Es que no estoy cansada —replicó la otra voz—, estuve de descanso. No sé, fue raro, sólo empecé a leerle y de pronto, ya no recuerdo más.

Y jamás lo recordaría.

—¿Te sientes bien? Tal vez fue una baja en las defensas, estamos empezando la primavera.

—No, para nada. Nunca me había pasado algo así, es como si mi cerebro se hubiera desactivado así, de pronto.

—Como por un interruptor.

—Exacto. Bueno, no importa, no es como que haya pasado nada grave ¿Verdad?

—Sólo dormiste casi dos horas, no hay nada de qué preocuparse.

Claro que no. Ese día, a través de un experimento, quizás solamente por curiosidad, exploró más allá de sí; necesitaba más, descubrir qué había más allá de su propio entendimiento. Tanto tiempo de escuchar, de ser parte del paisaje mientras recibía información, tenía que servir para algo. Dentro de esa prisión, presenciaba el ruido, escuchaba las voces, y veía el exterior a su alrededor, pero seguía dentro del maldito encierro, en esa condena. Conocía muchas cosas, era una esponja que absorbía y entendía todo lo que se le decía, y poco a poco entendió que la mente de los otros era compleja también, pero que la diferencia radicaba en que ellos no se dedicaban a entenderla, lo que los hacía limitarse; entender el funcionamiento propio, conocer los traumas, el origen de las obsesiones, las causantes de los trastornos y la conexión entre las más intrincadas formas de pensamiento, daba como resultado una comprensión mayor de la forma, y del ser. Así como había entendido el silencio que lo rodeaba y aplastó su existencia desde el inicio, así como supo comprender que las personas decían unas cosas que no eran en realidad lo que estaban pensando, con el fin de aparentar, supo también que había algo mucho más grande, negado en el exterior, pero no por ello inalcanzable.

Ella nunca sabría, lo que, a través de su repentino sueño, había permitido que él hiciera.

 

2

 

Ver su piel quemándose por una acción desconocida y por completo inexplicable hizo que el dolor de aquella laceración fuera aún más intenso; o tal vez no más intenso, pero sí que tuviera un nivel de realidad que los anteriores hechos no tenían. Hizo un instintivo intento de cubrir la zona afectada con las manos, pero se reprimió, obligándose a ver lo que estaba pasando: La carne se abrió de igual forma que un cráter del porte de una moneda, convirtiéndose en piel quemada el borde exterior, y reduciéndose a cenizas la parte central, mientras quedaba a la vista la segunda capa de piel, sonrosada y más frágil que la exterior. Los temblores en la extremidad, y en todo su cuerpo, se hicieron más intensos, a medida que la quemazón se extendía, pero no hacia el borde, sino hacia las capas inferiores de la piel. Por un momento pudo ver la diferencia entre las capas, y cómo las inferiores adquirían un color rojo intenso, antes que las células que las componían se desintegraran, dando paso al nivel directamente inferior; en ese momento el dolor se hizo más intenso, y de inmediato se produjo una especie de corto circuito, por causa del efecto de la destrucción de las terminales nerviosas. En seguida, quedó a la vista una capa pulposa de un color menos sonrosado, que ante la acción invisible del calor emitió un líquido que comenzó a esparcirse por los bordes. Pasada esa barrera, la quemazón llegó hasta los vasos sanguíneos, que explotaron por la presión del calor, liberando pequeñas cantidades de sangre que se mezclaron con los fluidos emanados por el cuerpo. La piel, entonces, se ennegreció, y el olor acre de la materia quemada se hizo más persistente; al fin, el diámetro de la quemadura terminó siendo de unos dos centímetros, de la forma casi perfecta de un círculo. Vicente jadeaba de manera incesante, llevadas las manos a la pierna lacerada, rodeando la herida que, aún habiendo terminado el efecto invisible sobre ella, latía con fuerza por el daño recibido.

"Vas a aprender a respetarme".

Vicente tosió, expulsando junto con saliva algo de sangre, probablemente por el esfuerzo del grito al sentir la nueva oleada de dolor; estaba mirando aún la herida, víctima de una fascinación inexplicable que le impedía dejar de mirar en tétrico espectáculo creado frente a él. Con los músculos apretados hizo un nuevo esfuerzo, y se impulsó desde el suelo en donde estaba acurrucado, sintiendo que era una necesidad tan vital como descubrir quién estaba detrás de todo eso, lograr oponerse a la quietud, evitar que el sufrimiento lo congelara, y mantenerse en movimiento. Las piernas no respondían con rapidez ni fuerza, sentía los estertores en las cuatro extremidades junto a un cansancio que nunca había conocido, pero no se rindió, levantando la cabeza y poniéndose a cuatro patas, mirando hacia el auto que sería el único objeto al que podría recurrir como apoyo a la hora de ponerse de pie. Avanzó, arrastrando manos y pies, confirmando en el acto el terrible esfuerzo que suponía, casi como si jamás antes de hubiera movido con libertad.

"Ruega".

Esta vez, la misma sensación de calor insoportable la sintió en la espalda, a través de la espina dorsal, aunque no fue tan fuerte como para hacerlo perder el control.



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En el texto hay: misterio, paranormal, terror

Editado: 03.11.2020

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