No vayas a casa

Capítulo 21: Esperé

 

Vicente sabía que llamar a su madre estaba descartado, al igual que intentar comunicarse con Iris. Sin embargo, a pesar de su firme decisión de permanecer desaparecido, resultaba evidente que tenía que hacer cosas que estaban más allá de lo que pudiese manejar a distancia, o desde las sombras.

Con mano temblorosa tomó el volante del auto, y enfiló el camino a alta velocidad por la carretera, rumbo a su destino; tal vez en su esclarecedor encuentro con Sofía Cabrales la apariencia habría sido irrelevante, pero para el resto, era vital aparentar ser la misma persona de siempre, no importaba si después salían a la luz situaciones inconexas y sin una explicación clara. Hizo una parada rápida en una tienda de ropa usada de nombre desconocido, compró algo rápido y en efectivo para pasar lo más desapercibido posible, y de inmediato fue al centro comercial ubicado en el extremo norte de la ciudad, donde ingresó a los baños con ducha; lo que podría haber sido relajante o agradable se convirtió en un simple trámite, donde se limpió de forma prolija, asegurándose de librarse de los malos olores, y se vistió con la ropa comprada poco antes, con la que se sintió cubierto pero con una extrañeza física, desconociendo la forma y las texturas. No importaba.

Se deshizo de su ropa a poco de salir del centro comercial, y tras dejar el entramado de calles que rodeaba el gigantesco complejo, tomó rumbo hacia el norte, hacia la zona de La campiña, en donde vivía una de las pocas personas que podía ayudarlo a conseguir información de primera mano; de camino pasó a una farmacia y compró lo necesario para disimular el golpe que se había dado en la frente, y algunas cosas que podía necesitar después.

Libertad Manrique era la madre de la señorita Santibáñez, quien hacía clases en la escuela a la que asistía Benjamín, y muchos años atrás fue maestra de Vicente, en la secundaria. Se trataba de una mujer amante de su profesión, que durante tres o cuatro décadas se dedicó en cuerpo y alma a enseñar y dar forma a los conocimientos que era necesario inculcar en los jóvenes; fue una mujer justa, clara, apasionada por el trabajo, de una inteligencia emocional muy desarrollada y un sentido común acertado y justo. En la actualidad, ya era una mujer octogenaria, que no enseñaba y tenía una vida tranquila en una casa adquirida gracias a su arduo trabajo, ubicada a no mucha distancia de las enormes zonas de cosecha de uva propiedad de una antigua familia viñatera; Vicente había estado allí sólo una vez, en compañía de Iris, cuando ambos estaban en busca de una escuela apropiada para su hijo. Sintió una puñalada de dolor al rememorar aquella ruta alegre y contrastarla con su oscuro presente, pero se obligó a mantener la calma, capacidad que sería vital en esta prueba en busca de información.

—Buenos días.

La mujer había encanecido, pero por lo demás se veía muy similar a la última vez: alta, fuerte, de estructura imponente, que ya en su edad la hacía inspirar respeto, junto a una mirada cansada, pero sabía, de aun brillantes ojos oscuros.

—Señor Sarmiento, esto es en verdad una gran sorpresa.

La mujer sonrió al verlo, aunque sin disimular del todo la impresión al verlo, y la mirada no tan discreta al parche color piel que figuraba en su frente; Vicente se repitió lo mismo que había dicho antes, que era obligación mantener la calma, evitar cualquier respuesta comprometedora, conseguir la información, y sobre todas las cosas, salir de allí lo más pronto posible.

—Me da gusto verla, señora Manrique.

La mujer hizo un asentimiento lento, mientras algo pasaba por su mente, idea o recuerdo que desechó para estrechar su mano de manera formal.

—Para mí también es un placer, aunque debo decir que es muy sorpresivo.

Hizo ademán para que entrase, ante lo que Vicente respondió entrando con una calma que sólo era exterior; se sentó sin pedir invitación en el sofá, mientras tragaba saliva, preparado para luchar por escucharse sereno y creíble.

—Lo lamento si la estoy interrumpiendo, no debí venir sin avisar.

—Tonterías —replicó ella con una débil, aunque sincera sonrisa—, no es ninguna molestia, además a esta edad no tengo tantas ocupaciones; pero me sorprende esta visita.

Mientras viajaba en esa dirección, se había estado preguntando cómo decirlo, de forma que tomó la decisión de echar mano de un hecho muy cierto, y que, manejado de cierta forma, podría ser útil.

—Sé que es sorpresivo, lo que sucede es que necesito un tipo de información y creo que usted es la única persona que puede dármela.

Esa frase sonó convincente, puesto que ella se sentó frente a él, y asintió, atendiendo a cada una de sus palabras.

—Pues bien, escucho.

Pidió perdón por lo que estaba a punto de decir, pero era la única idea que tenía, y se estaba quedando sin tiempo.

—¿Usted recuerda a Dana, la hija del mecánico?

Le tomó apenas un segundo, que parecía muy poco; pero en realidad, lo más probable es que su mente hubiese estado haciendo las conexiones y reuniendo la información desde el momento de saludarlo. Juntando datos, relacionando a unas personas con otras.

—Sí, la recuerdo, qué historia tan infortunada la de esa chica.

—Lamento decir que es así. Dana murió hace poco, fue una falla sistémica.



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En el texto hay: misterio, paranormal, terror

Editado: 03.11.2020

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