Noche Casual, o El Príncipe de la Taberna

1.1

No sé cómo, pero mis pies me llevaron directos hasta la puerta de mi querida amiga Sofía. Supongo que mi cuerpo decidió por su cuenta que no había mejor refugio, ni mejor confidente para esta catástrofe.

Golpeé la puerta con tal fuerza que temí romperla. También me preocupaba que Sofía —si es que estaba en casa— se asustara y no abriera. Pero estaba tan alterada que no podía parar.

—¡Como sigas golpeando así, te estampo la sartén en la cabeza! —gritó una voz furiosa desde dentro. Un segundo después, Sofía apareció en la puerta con una sartén en la mano, como si fuera su arma de confianza—. ¡Santos benditos! ¡Neiri! ¿Qué te ha pasado?

Intenté hablar, pero los labios apenas respondían. Balbuceé la historia entera, atropellada y confusa como siempre. Sofía, acostumbrada a mis relatos en modo “torbellino”, simplemente me hizo un gesto con la cabeza, me agarró del brazo y me metió en casa cerrando la puerta de un portazo.

—Neiri, respira hondo. Estás poniéndote azul —dijo con calma, mientras me tendía un vaso de agua.

Contuve la respiración unos segundos, solté el aire despacio y bebí varios sorbos de agua. Luego, un poco más tranquila, empecé a contarle todo desde el principio. Sin saltarme ni un solo detalle.

Cuando terminé, Sofía se quedó sentada un buen rato en silencio, completamente inmóvil, con la mirada perdida.

—Madre del cielo… —murmuró al fin—. Vaya nochecita te has marcado... ¡y el despertar ni te cuento!

—¡Sofía, no tiene gracia! ¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Cómo me quito esto… esto…?

No pude pronunciar en voz alta las palabras tatuaje nupcial. Sentía que, en cuanto las dijera, sería definitivo. Irreversible. Como si al nombrarlo, el vínculo se sellara para siempre, y yo quedara unida a Da’Kort por el resto de mi vida.

Intenté frotarme el dibujo, como si pudiera borrarlo, como si fuera una mancha. Pero no. Era inútil. El tatuaje, con sus líneas negras y complejas, no tenía intención de desaparecer.

—¡Neiri, basta! —Sofía se abalanzó sobre mí y me sujetó las manos con fuerza—. Cariño, por favor… cálmate. Sabes perfectamente que no se borra ni se quita. No así.

—¡Pero no lo quiero! ¿Lo entiendes? ¡No lo quiero!

—¿Y por qué no? ¡Es guapo, y además un príncipe! Más de una mataría por estar en tu lugar.

—¡Ese es el problema, Sofía! ¡Que es un príncipe! Aunque esté exiliado, aunque huya de algo… sigue siendo un príncipe —me tapé la cara con las manos, al borde de las lágrimas—. ¿Y yo quién soy? Solo una chica rota, una desgraciada a la que hasta sus propios padres echaron de casa.

¡Maldito Konrad!
Después de nuestra ruptura, fue corriendo a contarle a mi familia que me había comportado como una desvergonzada, que me había metido en su cama antes de la boda. Claro, no mencionó que había sido él quien insistió una y otra vez, que me estuvo convenciendo durante meses, que ya estábamos comprometidos.
Y una vez que consiguió lo que quería… salió corriendo tras otra falda como el perro que es.
Ahora va a casarse con ella. Y a mí… a mí me dejó tirada, deshonrada, destrozada.
Delante de mis padres me hizo quedar como una cualquiera.
Aunque lo hubiera contado todo, les habría dado exactamente igual. Lo único que les importaba era que no llegué “pura” al matrimonio.
Eso, según mi padre, significaba que no merecía seguir formando parte de una familia “respetable”.
Recuerdo sus gritos, escupiendo cada palabra como si me lanzara cuchillos.
Y mi madre, siempre con la boca fruncida, sin decir nada, mirándome como si le diera asco.

¿Cómo va a casarse una como yo con un príncipe?

—¡Cállate, Neiri! ¡Y no vuelvas a hablar así de ti misma! —espetó Sofía con una rabia que solo mostraba cuando alguien tocaba a los suyos—. Tus padres eran unos déspotas retrógrados, perdona que te lo diga. La virginidad no significa nada hoy en día. ¡Nada!
Los tiempos han cambiado, aunque ellos se hayan quedado anclados en la Edad de Piedra.

—Pero eso no me convierte en una buena candidata para un príncipe, Sofía… —susurré, bajando la mirada—. Me repudiaron. No tengo nada. Solo mi trabajo en la botica.

—Deja de mirarte con los ojos de tus padres. Tú mereces lo mejor que este mundo puede ofrecerte.
Eres inteligente, hermosa, generosa. No necesitas un apellido noble ni tierras ni castillos para ser digna de un príncipe.
—Sofía me rodeó con los brazos y me abrazó con ese calor suyo que siempre me derretía el alma.
Mi madre jamás me había abrazado así.

—Quizás… solo quizás… esto sea el destino.

—Es un castigo —murmuré con un suspiro ahogado—. Da’Kort va a matarme.

—No te va a matar, deja de decir tonterías. La magia del tatuaje nupcial no se lo permitiría.

—Entonces irá directo al rey, y él ordenará que me ejecuten.

Sofía soltó una carcajada. Yo fruncí el ceño. A ella le hacía gracia. A mí me daban ganas de aullar. De pura desesperación. De terror. Estaba unida a un príncipe y no tenía forma de romper ese maldito lazo. Da’Kort tenía fama de ser frío, estricto, arrogante. ¿Destino? ¡Ja! Esto era un castigo divino por…
… ¿por qué, en realidad?

—Neiri, hablas como una niña —seguía riéndose Sofía mientras me abrazaba por los hombros—. Sabes que ahora está obligado a protegerte. Aunque el matrimonio le atragante. Eso sí… te puede hacer la vida imposible si quiere.

—Ah, qué reconfortante, de verdad. Me siento muchísimo mejor, amiga mía. Casi como nueva.

—Sí, sí… se nota —respondió ella entre risas, poniéndose en pie con una teatralidad encantadora. Me miró desde arriba mientras se echaba su trenza pelirroja por detrás del hombro—. Yo digo que esto es destino. Él está exiliado, tú también. ¡Si hasta eso tenéis en común!

La miré con escepticismo. Sofía era todo ternura y sensibilidad, una soñadora empedernida que aún creía en cuentos de hadas. Una optimista de esas que buscan algo bueno incluso en la muerte. A veces me daban ganas de zarandearla para que reaccionara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.