Noche Eterna.

Fase 2: Mar de oscuridad.

El sol brilla con gran intensidad, entrando con todo su esplendor por los grandes ventanales de todas las casas lujosas de la ciudad de Nueva York, espantando más que el clima frío; también las sombras que deja la noche, hasta extinguirlas por completo; al menos las que llenan las habitaciones de la gran casa. Un reflejo gris pasó fugaz por el resplandor del sol, sin apreciar la belleza que otros quisieran poder ver. Una mirada azul está sobre el nudo de su corbata gris con rayas blancas muy finas, ignorando todo a su alrededor, pasando desapercibido aquel entorno que ha visto infinidad de veces; se posó frente al espejo, con el capricho y privilegio de observar lo que él desee, así que sólo se enfocó en su imagen, en el nudo de la corbata, en los detalles de su traje sastre gris oscuro y su cabello castaño claro, el cual observa con ceño fruncido, ya que desea que todo en él esté impecable, pues su cometido no acepta errores, ni una vista mediocre de sí mismo.

Una vez que quedó satisfecho se centró en su mirada, observando en ella lo mismo de siempre; un terrible vacío, y si no fuera por el deseo que lo impulsa todos los días, realmente no tendría nada. Por instinto llevó su mano hasta el primer cajón de la cómoda donde está reflejándose ante el espejo; pero antes de abrir dicho compartimento una voz masculina surgió desde el otro lado de la habitación, seguida de un golpecito ligero. –Adelante– Se giró para ver de frente al hombre que lo llamó.

–Sólo vine a avisarte que el coche que nos llevará al puerto está listo– El hombre regordete y de una apariencia que seguramente te recordaría a como todo el mundo se imagina a Santa Claus, recibió apenas un asentimiento imperceptible de parte del hombre que ya volvió su mirada al espejo. – ¿Les informo que ya estás listo, o quieres más tiempo Gabriel? – Volteó a verlo nuevamente cuando lo escuchó mencionar su nombre, y tras una mirada que no demuestra simpatía alguna, (y no es que no la haya; simplemente su mirada azul no puede reflejar más allá de la severidad que emana todo el tiempo), informó que ya está listo. El hombre conocido como Víctor salió de la habitación, dándole espacio para que se haga de lo más valioso que tiene en toda esa lujosa casa; la fotografía de su madre Jennifer.

Gabriel salió pronto de la habitación, con su pequeña maleta en mano, dirigiéndose escaleras abajo para encontrarse con Víctor, quien le abrió la puerta de la casa, y después la del auto que pasó a buscarlos para llevarlos al puerto.

Víctor comenzó a narrarle los detalles del viaje pero Gabriel está absorto en sus propios pensamientos, pues no es la habitación que ocupará lo que le importa, ni el tipo de comida que ofrecen, o los entretenimientos del barco, sino a la persona que se encontrará en este viaje; a la cual ya tiene muy ubicada a pesar de no conocerla, (más allá de una simple fotografía), la cual también lleva en la maleta que porta sobre las piernas. Desde que vio esa imagen y tuvo la brillante idea, no ha parado de pensar en los miles de escenarios que podrían ocurrir durante su encuentro; porque sin importarle lo que el destino tenga preparado, él hará que ese suceso ocurra, y espera algo más allá que conocerse, por eso ha puesto mucho empeño en su arreglo personal, sabiendo que le servirá en gran manera el que sea tan apuesto; cualidad que descubrió hace algunos quince años, cuando apenas tenía precisamente esa edad. –Tu camarote tiene vista al mar– Víctor rió ante su mal chiste, ganándose ese ceño fruncido que caracteriza a Gabriel; pero al menos Víctor se consuela de que haya volteado a verlo por escasos segundos, pues ya se sentía loco de ir hablando solo, aunque normalmente es así; sobre todo desde que el hombre tuvo aquella loca idea, pues no está de acuerdo con lo que Gabriel maquina en mente y que anhela lograr en la vida real; aunque por otra parte espera que el tiro le salga por la culata, y el cazador termine casado.

Antes de llegar al puerto comenzó a sentirse la brisa del mar y un olor distinto en el ambiente, como a sal; así le pareció a Víctor y se lo hizo saber a Gabriel, a quien le importa un centavo el olor en el ambiente, la vista o lo que sea; pues así como han dicho de los perros, para él todo es blanco y negro, (o más negro que blanco), nada tiene sentido, ni colores; y le da igual lugares, personas o animales, para él todo es lo mismo, cosas insignificantes que están ahí por algo, aunque a veces sea para mal; por ahora lo único que verá con colores vivos será aquél rostro de tez blanca, verá a la perfección esos ojos azules, esa boca rojiza, y ese cabello castaño, lo cual ya espera ansioso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.