Noche Eterna.

Fase 2.4: Mar de oscuridad.

Renata y Gabriel volvieron a cenar en la compañía de Víctor y las gemelas, las cuales al ser tan vivaces como el señor Daug, lograron capturar toda la charla junto con él, mientras Renata y Gabriel permanecen escuchándolos, (o intentando hacerlo), ya que él, prefiriendo la privacidad se acercó a Renata, hablándole un par de veces al oído mientras la hace estremecer con sus palabras; aunque éstas no incluyan frases de amor, sino una simple charla sobre la cena. –Me complace complacerla señorita Renata– Ella le sonrió, agradeciéndole el gesto una vez más. – ¿Desea un poco más de vino? – Ella asintió, pues su copa está casi vacía. Gabriel le sirvió un poco más y después le comentó sobre sus primas, preguntándole el por qué viajan solas. Renata le explicó el motivo de su viaje. – ¿Entonces es usted inglesa? – Renata asintió.

–Al igual que Carol y Ruth– Gabriel también asintió, más sutilmente que Renata. – ¿Entonces usted es americano?

–Sí, pero mi padre era inglés– Renata enarcó esa ceja derecha que expresa que ella está analizando o esperando información, gesto que Gabriel ya empieza a conocer.

– ¿Y su madre, americana?

–Así es. ¿Y su madre?

–Mi madre también era inglesa– Gabriel frunció ligeramente el ceño. –Murió antes de que yo quedara ciega.

–Dos grandes tragedias en una sola familia, lo lamento mucho– Renata no respondió, en sí no realizó ningún gesto que expresara dolor, pena, o si lo disculpa o no. –Lamento si toqué temas dolorosos, no es mi intención traerle recuerdos amargos Renata– Ella apenas giró un poco el rostro hacia él, con el mismo semblante impasible y la mirada a la altura de su barbilla. Las risas estruendosas de las gemelas les llamaron la atención a los dos, entonces Gabriel y Renata dejaron los recuerdos amargos fuera de la conversación para no seguirse incomodando mutuamente, pero ahora él tiene mayor interés en saber qué le sucedió a la madre de Renata, y se pregunta si su ceguera habrá sido ocasionada por el suceso de su muerte; siendo así tal hecho, sabe que se le hará más difícil cumplir el cometido que lo llevará a su venganza, pues sólo entonces podría sentir que su causa y la de ella tienen el mismo valor y eso no le agrada; para él tiene que seguir siendo esa mujer virtuosa que ha estado rodeada de excelencia, sólo así no le dolerá todo lo que tiene en mente para ella.

–Bailemos– Dijo Víctor entre risas una vez que hubo acabado la cena y el anfitrión del Óneira anunció el tan esperado baile.

Carol fue la primera en disponerse a bailar con él, pues a pesar de la edad de Víctor resultó ser un gran bailarín. – ¿Quiere usted bailar Renata? – Le preguntó Gabriel.

–No soy muy buena bailando señor Edevane– Él siente un retroceso cada vez que ella lo llama por el apellido, y siente que en esta ocasión fue por haber sacado el tema de su madre.

–Yo tampoco soy bueno, así que juntos podremos hacer el ridículo o alentarnos; lo que usted disponga– Renata sonrió y se negó con sutilidad, ya que la pieza que llena el ambiente es demasiado movida como para que cualquier inexperto con “dos pies izquierdos”, y dos ojos que no ven pueda seguirle el ritmo. – ¿Entonces si consigo que pongan una canción lenta, usted bailará conmigo? – Renata sonrió.

–Lo conseguirá, lo sé.

– ¿Por qué lo asegura?

–Porque me da la impresión de que usted es de esos hombres que siempre consiguen lo que quieren, señor Edevane.

–Tiene usted razón Renata– Se acercó a ella, sujetándola de ambas manos. –Y quiero compartir con usted más que una pieza de baile– Un escalofrío le recorrió la columna vertebral a la joven, mientras sus mejillas se tornaron de un rojizo que Gabriel acarició con los dedos. –Me encargaré de que pongan nuestra pieza de baile, enseguida vuelvo– Le besó ambos dorsos de las manos antes de alejarse, dejando a Renata con el pecho palpitando con una emoción que no creyó capaz de sentir jamás, mucho menos por un hombre como Gabriel.

Un par de minutos después, una hermosa melodía a piano comenzó a llenar el ambiente, entonces Renata sonrió al darse cuenta de que ha sido Gabriel quien ha cambiado la música estridente por algo melodioso y de buen gusto, digno de un caballero como él. –Señorita– Dijo su voz ronca a su lado. – ¿Me haría el honor de bailar esta pieza conmigo? – Renata extendió la mano hacia él accediendo a su petición, y guiada al centro de la pista de baile comenzó a seguir los pasos de su acompañante, quien se mueve lento pero decidido.

–Me ha mentido señor Edevane– Él sonrió y negó al mismo tiempo.

–Non ti mentirei mai– Le susurró al oído.

–Habla usted italiano– Gabriel asintió.

–Me doy cuenta de que usted también.




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