Noches de insomnio

NOCHE VI

— ¡Oh, Daquel! Pensé que ya no venías — me dijo el profesor Ademar cuando subí al autobús estacionado en la entrada de la escuela.

— No vine a clases en la mañana porque amanecí un poco resfriada, pero no quería perderme las exposiciones — expliqué. Me sonrió, me pidió la autorización firmada y me indicó el pasillo del autobús.

Amanecí sin ganas ni fuerzas para salir de la cama así que le pedí a Gisell que me dejara quedarme en casa. Me dijo que me preparara un té y me tomara un antibiótico porque lo último que quería era que me resfriara. Todo muy lindo hasta que mencionó que así evitaba que alguien más se contagiara en casa.

Aproveché la mañana entera para pensar en todo lo que había sucedido la tarde de ayer; y después de darle miles de vueltas al asunto, mi buena taza de té y yo llegamos a una conclusión muy extraña:

La parte de la persona cayendo por el acantilado no había sucedido, había sido producto de mi imaginación: una muy mala jugada de mi cabeza.

Suena raro tomando en cuenta que juraba haberlo visto por mí misma, pero misteriosamente sentía como si en realidad no hubiese pasado. Recordaba que tocaba el violín para relajarme por lo de los gritos en Izhi, e inmediatamente aparecía aquel chico saliendo de la espesura del bosque. Mi cerebro me proyectaba esa imagen, y dejaba cada vez más difuso el recuerdo de aquello que supuestamente vi caer.

Tal vez debería ir a un chequeo médico o algo. Me preocupa un poco esta sensación de “olvido”.

—   ¡Sisa! — exclamaron Loi y Etel que se habían apoderado de los dos últimos asientos.

Me acerqué y en ese momento Zara Lagares pasó junto a mí.

—   ¡Eh, Zara! — la llamé. Volteó y me lanzó una mirada indiferente —: Ayer no...ayer no te lo dije pero... umm, gracias.

Me miró sin inmutarse, asintió levemente y se sentó en uno de los asientos vacíos.

—   ¿Qué pasó con Zara? — me preguntó Etel llena de curiosidad cuando llegué a ellas.

—   ¿Por qué no viniste a clase? — ahora fue Loi—. Tomas estaba aullando de la preocupación. Decía que probablemente el chico del muelle te había secuestrado o algo —añadió con humor.

Me quedé en silencio por unos segundos y después agarré valor y les conté de manera rápida lo de ayer, omitiendo la parte en la que él aparecía, por supuesto, ya que no podía recordar muy bien por qué…

¿Por qué terminé gritándole?

—   ¡No-jodas! — me dijo Loi con el rostro desencajado.

Etel, a mi lado, soltó un chillido, entusiasmada:

—   ¡Entonces lo de los lamentos es cierto!

—   ¡¿Quieres callarte, Etel?! — le espetó Loi con brusquedad —. Esto no es como si Sisa simplemente confirmara una estúpida leyenda. La cosa es que si Zara no estaba por ahí, ¡hoy no estaría contándonos esto! ¡¿Por qué lo hiciste, Sisa?! ¡Te dijimos que nunca fueras cuando hiciera mucho frío!

—   Es verdad — la secundó Etel, estupefacta—: Pudiste haberte matado, Sisa.

Las miré con algo de culpabilidad y después prometí no volver a hacer algo semejante.

—   Chicos, ¡chicos! — exclamó el profesor Ademar para obtener nuestra atención —. Bueno, empezaremos con el pequeño recorrido para visitar las exposiciones de arte que se están presentando en algunas instituciones y centros culturales. Visitaremos seis; empezaremos con las dos de Fotografía y Diseño y dejaremos las de Pintura para el final, que son en las que nos enfocaremos con más atención: óleo, acuarela, aerografía y técnica mixta — añadió lleno de entusiasmo—. Espero que todos disfruten de las exposiciones; y Bazán, ¡por amor de Dios, ya deja de golpear a tu compañero y siéntate!

El autobús emprendió la marcha. Uno de los chicos de adelante encendió un mini parlante y una melodía electrónica estalló. Loi soltó un grito:

—   ¡Es la que promociona el nuevo disco de JOBEY! — exclamó entusiasmada.

Los pequeños recorridos que íbamos dando por cada exposición resultaron más divertidos de lo que pensé. Todos se movían sobre sus asientos cuando subíamos al bus después de cada exposición y la música volvía a sonar; excepto yo para evitar que Etel me tironeara del cabello porque estaba peinándome para entretenerse, y Zara Lagares que leía un libro de tapa dura y sin nombre con los  audífonos puestos.

A eso de las seis y media dimos el último recorrido porque bajaríamos a ver la última exposición. Algunos volverían con el bus a la escuela para de ahí ya irse a casa; yo, en cambio, me iría de frente al parque de siempre a practicar un rato con el violín.




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