— ¡Te estoy hablando, Joan! ¡Joan!
He ahí Gisell.
¡WARF!
Ok, he ahí Petardo.
— Y yo te estoy escuchando así que deja de gritar tanto.
Y he ahí, obviamente, mi hermano.
— ¡Joan! ¡JOAN!
Pasos, pasos, más gritos, y aquí viene el típico...
¡BROM!
Sí, portazo, y ahora el suspiro lleno de furia:
— ¡Un día de estos va a terminar matándome! — oí, y distinguí la alarma de emergencia extrema.
Termina el desayuno pronto. ¡Termina el desayuno pronto!
Prácticamente me metí toda la tostada con mermelada a la boca y me ahogué con lo que quedaba de leche en el vaso. Corín me miró ceñuda, ya trayendo puesto el uniforme nuevo color verde oscuro de su nueva escuela; la mía no pedía uniforme.
Gracias a Dios no estábamos en la misma y no teníamos que irnos juntas.
Se puso de pie y salió casi al mismo tiempo que yo corrí al lavabo.
— ¡No sé qué problema tiene conmigo! — decía Gisell desde la sala.
Fregué con violencia mi plato y el vaso ya sin leche.
— No le hagas caso, mamá. Es un idiota desconsiderado — dijo ahora Corín.
Hui al segundo piso a la mayor velocidad posible, entré al sanitario del final del pasillo y me cepillé los dientes con fuerza.
¡Rápido! ¡Rápido!
— ¡Todo es por ella! — Caramba, ya empezó.
Tomé mi mochila, el estuche con mi violín y salí corriendo de mi habitación. Bajé las escaleras de dos en dos y visualicé la puerta principal.
Ya casi, ¡ya casi…!
— ¡¿A dónde te vas con tanta prisa?!
— ¡Llegaré tarde a la escuela! — grité desesperada; tomé el picaporte y lo giré con rapidez. Crucé el umbral y la cerré justo después de oír el tono fastidiado de Gisell, que claramente se quedó con ganas de lanzarme un par de gritos adicionales.
Crucé el césped, algo fatigada:
— Vaya, apenas es lunes y ya empezamos así.
Me colgué en un hombro la mochila y en el otro el estuche del violín. Mmm, a ver, acabo de salir a velocidad luz de casa rumbo a la escuela. El problema es que…
— ¿Dónde rayos queda?
Intenté ubicar entre las cosas que tenía en mi mochila el horario que Gisell me dio ayer: bien, aquí está la dirección así que no va a ser difícil llegar… Espero.
Dios, ¿por qué no puedo tener un primer día de clases normal? No sé, tal vez pensar en si le caeré bien a mis compañeros o algo así, y no estar huyendo de casa para evitar una retahíla de gritos.
Aunque si analizamos el asunto, creo que en esta ocasión Gisell tenía todo el derecho de estar como perro con rabia porque ayer, mientras acomodábamos las cosas, Joan no tuvo mejor idea que soltarle sin un anticipo que ya tenía una buena cantidad de dinero ahorrado para costearse la universidad. Y hasta ahí todo pintaba normal, sino fuera porque mencionó que la universidad a la que había postulado (y en la que ya había sido admitido) quedaba en Asiri.
Sí, la ciudad que acabábamos de dejar supuestamente “por él”. Por lo visto el hecho de estudiar en Lirau, tal y como todos pensábamos, estaba muy lejos de sus planes.
»— ¿Qué? — A Gisell el rostro se le desencajó. Corín traía el mismo gesto y la verdad es que si hubiera podido verme a mí misma, a lo mejor las tres hubiésemos coincidido.
»— La mejor escuela de Medicina está en Asiri, así que supongo que volveré a vivir con el abuelo — sentenció en tono relajado.
»— ¿Qué cosa? — repitió Gisell que aún no procesaba la información.
Me acerqué a él y le quité la caja que traía en brazos para que por lo menos intentara mostrarse atento a la conversación. Forcejeamos un tanto (yo más seria porque él andaba riendo entre dientes) y finalmente Gisell se puso en frente, con las manos en la cintura y esperando que todo no se tratara más que de una muy mala broma de parte de su hijo mayor.
»— ¿Qué acabas de decir, jovencito?
»— Ya está todo hecho — agregó él con tranquilidad—. Ya me dieron los resultados: me aceptaron. Estoy adentro.
»— ¿Te aceptaron? ¡¿En serio?! — exclamé contentísima.
Iba lanzarme a abrazarlo pero la mirada homicida de Gisell me detuvo.
Sí, no era momento para elogiarlo.