— Bueno, como saben en el Arte no hay categorías como "excelente", "regular" o "malo" — nos explicó el profesor Ademar mientras caminaba entre nuestros taburetes. Etel y yo estábamos por el final, junto a la ventana —. Cada dibujo tiene algo particular de su creador y no hay manera de calificar esos trabajos. La técnica es una cosa, pero la manera de emplearla es otra. — Sacó un fólder repleto de los dibujos a carboncillo que habíamos hecho en la clase del viernes pasado, cuando nos pidió que dibujáramos lo que quisiéramos—. Todos tienen talento, chicos. Tal vez el de algunos esté más pulido que el de otros pero eso se arregla con práctica.
— ¡Ya dígalo de frente: algunos simplemente apestamos en dibujo! No sería la primera vez que fracasara en la vida — exclamó el chico delante de nosotras, y todos rompimos a reír.
El profesor Ademar nos llamó a cada uno por el apellido para ir a recoger nuestros dibujos. En su turno, el chico de antes recogió su cartulina, y pude distinguir algo parecido a una mancha negra titulada “Mi gato”.
Bueno, creo que lo de “apestamos en dibujo” no es del todo falso.
— Franco. — Etel se puso de pie y se acercó sonriente. El profesor Ademar le entregó su dibujo, claramente muy satisfecho.
La clase pasada también me había sentado junto a ella así que ya sabía qué había dibujado. La vi iniciar con palitos y círculos por doquier que no me parecían tener una forma definida; pero cuando volteé de reojo, cuarenta minutos después, me encontré con una réplica exacta del árbol del patio de atrás.
Etel tenía muy buena mano para estas cosas.
— Daquel — oí. Me puse de pie y fui a recoger mi intento de dibujo —. Está muy bien, solo hay que practicar en el sombreado si quieres enfocarte en siluetas humanas. —Asentí, pero antes de volver a mi sitio vi una cartulina con el dibujo de un precioso violín en medio. Estaba tan perfectamente hecho que parecía una foto en blanco y negro —. Lagares.
Una chica se acercó desde la última banqueta ubicada al otro extremo de donde estábamos Etel y yo. Tenía el cabello negro a la altura del mentón, vestía unos jeans desteñidos y una camisa a cuadros demasiado ancha para lo delgado que era su cuerpo.
— Muy buen trabajo, Lagares. — La aludida asintió sin siquiera sonreír —. Franco y tú tienen mucho talento para el dibujo.
El chico de la mancha negra exclamó que lo del “talento en todos” había sido una tremenda mentira, y el profesor Ademar trató de corregirse mientras reía nerviosamente.
Aprovechando que varios empezaron a reclamar entre risas, volteé y me dirigí a la chica del dibujo:
— Está muy bonito. ¿Te gustan los violines?
— Para nada, los odio — me respondió escuetamente, sin siquiera mirarme, y volvió a su sitio, indiferente.
¿Eh? ¿Pero qué...?
— ¿Mmm? ¿Sisa? — me llamó Etel cuando volví a mi banqueta, confundida.
Traté de pensar qué de malo pude haber dicho para recibir semejante respuesta, pero no encontré nada.
Volteé a ver a la chica anterior: hojeaba con desinterés una revista de cómics.
— ¿Lagares? ¿Zara Lagares? — me preguntó Loi al día siguiente después de clase, mientras permanecíamos sentados en el césped con Etel y Tomas.
Me encogí de hombros porque no sabía si era la única Lagares en el Club de Pintura.
— Traía una revista de...
— ¿Cómics? — me preguntó Tomas; asentí y me confirmó que sí se trataba de ella.
Lo noté algo incómodo.
— ¿Eh? ¿Qué pasa?
— No le hagas caso, Sisa — me dijo Etel estirándose —. Todo el mundo sabe que a Zara le falta un tornillo.
— ¡Por no decir todos! — agregó Loi con una mueca—. Es muy callada. No habla con casi nadie y la mayoría de veces es por culpa suya: suele ser muy poco amable cuando intentas acercarte a ella. Aún no entiendo cómo demonios llegaron a salir, Tomas.
Él torció el gesto y se encogió de hombros:
— En el fondo es muy buena persona. Somos vecinos así que la conozco desde que somos niños — me comentó —. Simplemente digamos que tiene una manera diferente de ver la vida.