Noches de insomnio

NOCHE V

 

— ¡Ouch! ¡Bellota, ya!

— ¡Te odio!

— ¿Por qué tratas de esa manera al hermano más guapo, comprensivo y atento del mund...?

¡PLAFF!

—  ¡Auuuu! — reclamó ante el último golpe con mi mochila—. ¿Sabes? ¡Si por lo menos supiera por qué me estoy haciendo acreedor de tanto maltrato, podría mentalizarme para que no-duela-tanto!

— Te mereces todos los golpes que te estoy dando, ¡solo piensa en eso!

¡PLAFF!

— ¡Auuuch!

»— Adiós, Bellota. Ojalá no te vea a las tres de la mañana.

Ahh, todo estaba muy tranquilo ahora que ya me estaba acostumbrando a Lirau ¡y justo tenía que suceder esto!: que conociera a un maldito idiota que se creía muy guapo como para tener a alguien espiándolo; que me parezca una de las personas más antipáticas sobre el planeta, y que venga a hacer que por momentos me disguste conmigo misma al pensar que si bien él se regodeaba por guapo y atractivo, tenía todo el derecho porque “realmente” era guapo y atractivo. Y esa estúpida sonrisita altiva que tenía era absurdamente perturbadora, porque a pesar de gritarme que solo estaba burlándose de mí, la encontraba fascinante y hasta algo hermosa.

¡Y encima había tenido el descaro de llamarme "Bellota"!

— No pues, algo realmente malo ha pasado contigo — oí de Joan—. ¿Qué te ha hecho mi pobre almohada para que la ahorques con tanta furia?

Me quitó la víctima de las manos y fingió darle un par de caricias sanadoras.

— Ya, a ver, ¿qué ha pasado, Bellota?

— Nada.

— No, no, no. Con tres mujeres en la casa yo ya sé que ese “nada” es en realidad un “todo”.

¡Odio tener esta sensación de ansiedad en el abdomen! Es casi como si quisiera ver de nuevo al idiota ese para decirle un par de cosas, e intentar destruir ese enorme ego que tiene.

— ¿Bellota?

— Ah, Joan, dime... ¡¿por qué los hombres son tan idiotas?! — declaré agotada. Me puse de pie porque lo mejor era ir a terminar los deberes para mañana, cuando sentí su mirada clavada sobre mí —. ¿Qué? — solté de mala gana.

— Bellota, esto es un problema de "chicos", ¿verdad? — me dijo suspicaz.

¡Mendiga boca! ¡¿Por qué lanzas cosas así si sabes que Joan es muy intuitivo?!

— ¿Es el tal Tomas?

— No…no es nada de eso — repetí intentando sonar casual.

— Ay, Bellota, quién lo diría.

— Joan... — advertí.

— Aún recuerdo la primera vez que Marcus vino a la casa... — inició con voz fingidamente risueña. Repetí que no era nada de eso pero se lanzó a reír—: El abuelo casi saca su escopeta y lo mata cuando le dijo "buenas tardes, abuelo". Decía que era tan flaco que podía usarlo de espantapájaros.

— ¡Joan!

Marcus había sido mi primer y único novio en la secundaria. Constantemente era objeto de burlas en el salón solo por ser muy callado y llevar aquellas gafas inmensas que le concedieron el apodo de "Libélula". Éramos amigos y siempre me decía que estaba agradecido por contar con mi amistad. Yo nunca encontraba divertido los comentarios que le lanzaban, ni tampoco me gustaba reírme de sus gafas.

Entonces un día se me declaró en el patio de la escuela y el líder del grupo que lo fastidiaba fue testigo de la escena. Salió gritando a toda voz que “Libélula” se me había declarado, y para cuando nos dimos cuenta casi toda la sección estaba rodeándonos.

Admito que si bien al inicio lo acepté para evitar que se burlaran de él, después descubrí partes de Marcus que me parecieron maravillosas. Terminamos porque él se mudó a Libiak cuando teníamos quince años. Aún me comunico con él por Internet: por lo que sé sigue igual de amable y ahora tiene muy buenos amigos en su nueva escuela.

— ¿Entonces es eso?  — insistió Joan con amabilidad, pero negué nuevamente porque el odioso chico del muelle no entraba en la categoría de "problemas de chicos" ya que ni siquiera me gustaba.




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