Una noche más caminando tranquilo a casa después del trabajo. Era tarde, cerca de medianoche.
Las calles estaban desiertas, solo iba yo y la luna iluminando mi camino. Los faroles brillaban fuertemente, y en algunas casas se oía el sonido de los televisores, mientras la luz brillante de las pantallas parpadeaba en las ventanas.
El aire fresco del otoño traía consigo el olor a hojas secas y tierra húmeda.
De pronto, un nuevo aroma irrumpió en mi nariz.
Olía plenamente a primavera. Como si los capullos de rosa se hubiesen abierto antes de tiempo, ansiosos por mostrar su belleza al mundo, por llenar las calles de su dulce aroma. Ansiosos por invitar a las abejas a bailar sobre sus delicados pétalos.
Miré a mí alrededor buscando la fuente, y me pareció que veía a un ángel.
Era una mujer tan hermosa, que hasta la luz de luna empalidecía junto a ella. Parecía que tenía su propio resplandor. Una magia espectral que la hacía parecer de otro mundo, como si no fuese humana. Como si fuese algo más increíble, casi mágico. Algo que las palabras no podrían describir. Que los ojos se llenarían de lágrimas ante tan maravillosa visión, y que luego se sentirían desdichados de no poder volver a verla jamás, y tener que conformarse con las bellezas mundanas que habitan en el mundo.
Ella caminaba lentamente. Firmemente. Sin desviarse en ningún momento. Venia directa hacia mí. Caminaba como si tuviese todo el tiempo del mundo, como si nada ni nadie pudiese interrumpir tal despliegue de pura hermosura en plena noche otoñal.
El mundo pareció detenerse un instante cuando me miró a los ojos. Azules y brillantes, el mismísimo cielo nocturno plagado de estrellas parecía estar en su mirada. Bastaba observarlos para perderte en el universo. Y que hermoso fue perderse en ellos por ese eterno instante. Ese infinito segundo en que todo estaba pausado. El viento ya no corría, y las pocas hojas que aún quedaban en los arboles ya no se movían. El mundo contenía el aliento ante tan maravilloso espectáculo.
Su cabello caía en ondas castañas por su espalda, como si fuese una cascada. Su hermosa figura se veía remarcada por la luz de la luna llena.
Parecía un bello ángel. ¿Qué digo ángel? Oh, era más bellísima que el mismísimo cielo y que lucifer antes de caer.
No sé cómo, pero el tiempo se descongelo. El viento volvió a soplar. Las hojas doradas volvieron a flotar, enredándose en su cabello, y ella se acercó y se plantó frente a mí.
—¿Sabe acaso usted por qué se ven tan pocas estrellas en el cielo? —Me preguntó, con una voz dulce y una mirada triste mientras observa hacia arriba. Diría algo desolada.
—Creo que se debe a la contaminación lumínica —respondí a mi vez, intentando mantener la voz firme.
—¿Y qué es eso? —Me preguntó inocentemente.
—Es un exceso de iluminación... —respondí dubitativo. ¿Acaso no sabe nada esta chica? Pensé, y ella pareció leerme la mente.
—Lo siento si lo incómodo con preguntas tan estúpidas. Es que no soy de por aquí. —Sus mejillas se tiñeron de un hermoso tono carmesí, que casi hizo que me sonrojara yo también.
—No hay problema. —Sonreí. Quizás venía del campo y no estaba acostumbrada a las luces de la ciudad.
—¿Y por qué las personas no tienen más cuidado?, ¿acaso ya no les gusta observar el cielo? —Preguntó entonces, frunciendo el entrecejo.
—No lo sé.
—Yo creo que lo sé. —Suspiró— El humano moderno está demasiado ocupado en sus cosas como para prestarle atención a algo más. Ya no tienen tiempo para las cosas bellas.
Quedé embelesado mientras hablaba, asintiendo a todo lo que decía. Cada vez con más certezas de que esa mujer no era humana. Pero me daba vergüenza preguntárselo... sonaría bastante idiota. "Disculpe señorita, ¿acaso usted es humana?" Creo que también habría sido algo descortés... Así que solo me centré en observarla y escucharla hablar. Me sentía verdaderamente privilegiado de poder hacerlo.
—Es tan triste que sea así. Antes se podía ver tanto en la oscuridad, y ahora están tan ciegos con tanta luz.
—Y si... —empecé y me sonrojé porque me daba vergüenza continuar con algo tan estúpido. Ella me miró, expectante. Solté el aire—. ¿Y si se apagasen todas las luces del mundo? Creo que las personas recordarían la belleza que hay sobre sus cabezas si pudiesen volver a contemplarla...
A ella se le iluminó la mirada.
—¡Es una gran idea! —Sonrió—. ¿Crees que debería hacerlo?
Su pregunta me desconcertó. No sabía si me estaba tomando el pelo, si estaba loca, o si efectivamente no era humana.
—¿Qué decís?
—No creo que sea posible... y hay personas que necesitan de la electricidad para vivir, y si llegase a haber un corte en la electricidad a nivel mundial, o aunque sea solo en este país (sin contar que creo que es prácticamente imposible), las pérdidas de vidas (entre otras cosas) serían muchas...