Noches de silencio | Sh. S| Diabolik lovers

O6 | Cura silenciosa

Eran las tres de la mañana, cada uno de los relojes delataba el momento, mientras que con algo de curiosidad me levanté de mi cama observando el panorama en el que se había escuchado un pequeño alboroto que me alertó enseguida como un relámpago, tomé una vela en la cocina iluminando los pasillos silenciosos, me acerqué con cautela al detallar la situación.

Él deambulaba por los pasillos, su dorado cabello alborotado cubría aquellos zafiros llenos de ira melancólica, una que no podía conocer, caminé más y más, adentrándome a esa zona prohibida, ese deseo que me impulsaba seguirle el paso, como si quisiese consolar ese hermoso vacío que le faltaba a él.

—Eres terca, no, eres toda una masoquista ¿Qué haces aquí?

—Esto... oí ruidos, yo... —balbuceaba estúpidamente buscando alguna falsa excusa para él.

El me miró y tomó asiento en el primer sillón que tuvo a su alcance, su vaga expresión mostraba desinterés por mi preocupación.

Nunca había visto estas noches silenciosas, son tan embellecidas por el crepúsculo negro que era iluminado por la perla radiante que adornaba el cielo, azul como el mar.

Agua en el cielo, cielo en el agua, zafiro en rojo, rojo en mí.

Lo miré eternamente como si estuviese mirando el cielo muerto, su silencio era un sepulcro y sus emociones eran un vacío sin relleno.

—Oe, tú, ven aquí —el de hebras doradas había ordenado y automáticamente me moví como un imán que era llevado a su polo opuesto, pero sólo a tres pasos, me detuve—. ¿En serio te tomas la desobediencia seriamente? Patético.

Su mano se vino a mi hombro como si fuese una red que casara mariposas, y trató de traerme hacia él como la araña que envuelve a su presa. Resignada a estar atada a él me alejé retrocediendo dos pasos, estúpida decisión.

—Si en realidad estuviese enfadado ya te hubiese roto el cuello.

Gesto de alivio y escalofrío invadió mis sensaciones, ¿acaso él...?

—Shu, ¿Qué sientes?

¿Acaso me atrevo a retarlo?

Si fuera por calmar a mis emociones, entonces sí.

Que egoísta ¿no?

En realidad, creo que, no lo es.

—¿Por qué ha de interesarte?

Mi silencio era cruel, como el compás de tres violines sin cuerdas al tocar.

—¿Por qué callas? Lo haces cuando no deberías.

Mi neutralidad había desaparecido en un instante, esa apariencia sumisa y ruidosa volvió en mi otra vez.

—Yo, yo no, Shu-san, sólo pensaba, y quería saber... que piensas —cada vez el ruido de mi voz se escabullía silenciosamente de mis labios pensaba lo estúpido que podían sonar mis intenciones...

Pero.

A veces sólo quería saberlo, por tan tonto que fuera, quería saber que oculta su silencio.

Shu terminó apoderándose otra vez de mi cuerpo apegándolo junto al suyo, sentía el calor abrumarme como una oleada, su ahora lasciva mirada se fijaba en mi cuello.

—Que blanca eres. Si cortarás tu largo cabello, de seguro tu cuerpo se bañaría en sangre, que molesto. —acercó sus colmillos a mí y sentí su aliento gélido compactar con mi miedo— ¿estás aterrada? Que bien, no me desagrada ver esos ojos temerosos.

Tenía razón estaba aterrada, sólo quería escapar de este lugar, pero había algo que me ataba a esto, como cadenas perpetuas.

—La sangre no sólo corre por mi cuello, Shu-san. —mencioné frunciendo el ceño.

Acerqué mis manos cubriendo mi cuello, pero él quitó una susurrándome sigilosamente en el oído con aquel tono lascivo suyo.

—Ah, puedo notar cuan obscena eres, entonces déjame mostrarte el sabor del placer.

Sus manos se ataron a mi cadera como una soga y comenzó a acomodarme como a una muñeca contra el mueble, desabrochando cada botón olfateó cada centímetro de mi cuello descendiendo hasta mi pecho.

—Dime, ¿Qué quieres que te haga?

—¿Qué? ¡N-nada Shu-san...! —mis mejillas enrojecidas ardían al igual que mi cuerpo y la sonrisa lasciva de Shu había desaparecido en cuanto traté de separarme de él, pero sostuvo mi cuerpo tan fuerte.

—¿Por qué eres tan inocente?

—Shu- san yo-

Entonces él había interrumpido aquel momento suyo presuntuoso y lleno de lujuria, sólo para besar mis labios cautelosamente, mis ojos se abrieron como los de un búho por tal sorpresa repentina, sus labios con los míos unidos en un beso cruel, uno que no merecía.

—Ese es tu deseo egoísta, y si aun así te quieres involucrar conmigo, ofréceme tu vida, consumiré cada gota de tu sangre saciándome, hasta que ya no quede más.

Bajé mi cabeza dejando de mirarlo, algo en él había cambiado, y ya no se trataba de su egoísmo, sentía mi cuerpo arder ante su silencio, sentidos que me deliraban y dulce melancolía que me hacía llorar.




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