El reino celeste o el reino de los ángeles se ha compuesto, desde el principio de su creación, en un mundo regido por la jerarquía. De esa jerarquía, solo tres grupos podían acercarse y llevar la llamada de Dios, los conocidos como Serafines y Querubines. Pero los más importantes, y los que eran realmente conocidos sobre todo en el mundo terrenal eran los Arcángeles.
Los arcángeles han sido, desde los primeros tiempos de la vida terrenal, los portadores de noticias, quienes llevaban la palabra de Dios y regían la hueste humana.
Y en una posición más baja se encontraban los ángeles, y dentro de ellos, se encontraba Azrael conocido como un ángel guerrero. Una posición por la que había peleado hasta sudar, que había ido escalando con esfuerzo solo para procurarse un nombre y un estatus de respeto tras lo que había ocurrido en su niñez. Suceso que había hecho que los de su propia clase lo evitaran y lo señalaran. Durante toda su ascensión tuvo que vivir con el murmullo constante de aquellos que querían verlo caer en desgracia y los que no se fiaban de él, pero eso solo le dio más fuerza para conseguir subir de clase.
Y ahora, varios siglos después, se había convertido en el ángel más temido y respetado del reino, pero sus ojos plateados estaban clavados en aquel preciso momento en otro ángel, que al parecer ni le temía, ni le respetaba. La tensión era palpable y aumentaba por cada persona que iba reuniéndose alrededor de las dos figuras imponentes.
Los dos ángeles estaban teniendo una disputa, algo que se había vuelto común desde hace unos meses. Los presentes los miraban con curiosidad y temor, pues conocían el temperamento de Azrael, tan volátil como una estrella fugaz.
Azrael evaluó a su oponente. Un nuevo ascendente, que se había presentado un día delante de él y haciéndose llamar Isac, lo retó a un duelo. En el mundo de los ángeles, una de las formas de ganarse el respeto de forma rápida era retar a un ángel de mayor rango, sin embargo, Azrael estaba cansado de esas tonterías e Isac no se daba por vencido, al menos una vez por mes se presentaba ante él y montaba aquel espectáculo delante de todo el mundo. Se preguntó, mientras miraba al ángel, cuando tiempo tendría que aguantar aquella situación. Precisamente él no era el ángel de la paciencia.
-¿Me estás escuchando? -Azrael cerró los ojos y suspiró.
-Cada palabra -respondió el guerrero mientras volvía a mirarlo con cansancio y algo enfadado.- Ahora si has terminado, tengo prisa.
Esquivó al ángel, pero Isac le volvió a cerrar el paso.
-¿Qué mal puede hacerte tener un duelo conmigo? -preguntó Isac bastante molesto, pero no tanto como lo estaba Azrael ya en aquel punto.
-Simplemente no me gusta perder el tiempo -gruñó Azrael.- cosa que estás haciendo que pierda ahora.
-Me estás menospreciando.
Azrael sacó una sonrisa siniestra que puso los pelos de punta a todos los presentes, que desviaron la mirada y se dedicaron a mirar al suelo como si fuera lo más interesante.
-¿Qué pretendes ganar con esto? ¿Respeto? ¿Poder, quizás? Un nuevo ascendente luchando con uno de los mejores guerreros del consejo. Dime una cosa -se acercó tanto a Isac que éste tuvo que levantar la cabeza para poder mirarlo a los ojos. La mirada de Azrael podía comprarse con la de un león evaluando a su presa, pero el chico no perdió la compostura.- ¿Cuánto tiempo crees que estarás de pie?
Isac no dijo nada, su cara se había puesto pálida.
-Créeme cuando te digo -continuó Azrael en voz tan baja que solo el chico podía escucharlo.- que serías alimento para mi espada y no creas que tendré piedad, yo no soy ningún Dios.
Azrael apartó al chico de un empujó y siguió su camino. No era el primero que le había retado a un duelo, hubo varios antes que él que acabaron clamando por piedad.
La gente observó como Azrael se alejaba con pasos firmes de allí. Habían visto un sin número de peleas contra él y el final siempre era el mismo. Sobresalía de entre los demás, y era bien sabido que era mejor no meterse con él, pues no dudaba en sacar su espada y atravesar con ella a quien fuera si le daban motivos.
Isac se quedó plantado en el sitio. Apretó los puños en los costados y se contuvo de pegar un grito. Odiaba que lo menospreciaran, odiaba a Azrael por encima de todo. Se dio la vuelta enfurecido, empujando a la gente que se interponía en su camino.
Sabía que algún día todo cambiaría.
(...)
Los pasillos del edificio del consejo estaban poco iluminados. Hacían que las sombras formaran raras figuras sobre las paredes mientras Azrael caminaba con paso decidido. Había sido convocado con urgencia esa misma mañana sin más información que la que le había proporcionado el mensajero y no había sido muy elocuente, aunque el consejo nunca había sido muy dado en dejar las cosas claras, siempre dejaban sus encargos rodeados de misterios propio de las mentes más viejas.
El consejo estaba compuesto por ángeles de rangos muy superiores. Ellos eran los únicos que podían comunicarse con los arcángeles si la situación lo requería.