Noctium Sidus

CAPÍTULO 5

Es mañana el sol salió con fuerza en la tierra de la toscana. Florencia podía ser un lugar muy frío en invierno, pero cuando la primavera empezaba dejar su rastro un día podía hacer calor y otro frío. Aquel día, el calor hizo una visita a los florentinos que se levantaron esa mañana.

Delia se despertó temprano. Aunque ya el maestro no estuviera en la casa, aún quedaba Azrael, así que mintió a su madre diciéndole que un conocido del maestro se estaba quedando como invitado y tendría que seguir yendo, tanto para limpiar como para que Azrael la tuviera cerca y vigilada, según había dicho él. Desde el día que estuvo Unax, la chica había estado alerta cada vez que salía a la calle, mirando con detenimiento a todas las personas con las que se cruzaba, pero no había visto nada inusual.

Se acercó al armario y cogió el primer vestido que vio, y observando que ese día haría bastante calor, se recogió el pelo en un moño bajo. Estaba concentrada en que ningún mechón se le escapara de las horquillas cuando un grito la sacó de su concentración.

-¡Delia! -al escuchar ese grito en una voz que no era ni grave ni aguda, sino que estaba en un intermedio debido a que aún no se había afianzado en ese cuerpo, suspiró. Se dirigió a la puerta para abrirla. Fuera no había nadie, así que devolvió el grito.

-¡¿Qué quieres?! -exclamó ella desde su habitación.

-¡Ha llegado una carta para ti! ¡Fiona va a celebrar una fiesta de disfraces pasado mañana! -le respondió la voz chillona de vuelta.

-¡Maldito mocoso! ¿Cuántas veces te he dicho que no abras mis cartas? -protestó Delia saliendo de su cuarto a toda prisa y bajando las escaleras para dirigirse a la sala de estar.

Al entrar vio a su hermano pequeño totalmente tirado sobre el sofá con un papel entre sus manos. Su carta. Delia lo miró enfurecida y se fue a por él, pero antes de que pudiera agarrar la carta, su hermano se levantó de un salto y se alejó a tiempo.

-Devuélvemela -ordenó Delia extendiendo la mano.

-No -respondió él sacándole la lengua.

Delia se abalanzó sobre él, pero el pequeño fue más rápido y la esquivo. Cuando estuvo a punto de cruzar la puerta, la chica lo agarró por el cuello de la camisa.

-¡Mamá! -gritó el chico intentando soltarse del agarre de su hermana.

-¡Dame la carta! -dijo Delia intentado quitársela de las manos.

-¡Por el amor de Dios! ¿Qué os pasa ahora? -exclamó la voz de una mujer entrando en la sala.

La madre de Delia era una mujer joven, pero ya podían verse las arrugas de cansancio y algunas canas que decoraban su cabello. Delia se parecía mucho a ella, con su pelo negro largo y ondulado y con una figura muy similar. Su padre siempre le decía que parecía la versión joven de su madre. La mujer siempre había gozado de una gran belleza, pero estar trabajando durante horas en el campo le habían pasado factura, aunque ahora vivían tiempos mejores.

Su padre, se había adentrado en el mundo del comercio para dar una mejor vida a su familia. Sin saber cómo, durante los años que siguieron le fueron tan bien, que pudieron mudarse a una casa de la ciudad. Podían considerarse, como se les denominaba en ese momento, una familia de clase media pudiente, las cuales tenían una serie de privilegios que antes, viviendo en el campo no tenían.

-Delia suelta a tu hermano -ordenó la mujer haciéndole señas a la chica.- y tú, Danielle, devuélvele esa carta a tu hermana.

El pequeño hizo una mueca, pero le devolvió la carta de mala gana a su hermana que lo miró triunfante.

-¿De quién es? -preguntó la mujer.

-Al parecer de Fiona, va a celebrar una fiesta de disfraces para celebrar la llegada de la primavera -contestó Delia leyendo la carta y frunciendo el ceño.

-¡Qué maravilla! -se alegró su madre.

Para ella era una maravilla, para Delia un castigo. No le gustaban esas fiestas, y, sobre todo, no le gustaba la actitud de esas niñas ricas que la miraban por encima del hombro cuando pasaban por su lado solo por el hecho de no haber nacido desde un primer momento en una familia rica. Tendría que sonreír forzadamente y aparentar una persona que no era. Prefería pasar la noche encerrada en un sótano antes de tener que ir a esa fiesta.

Delia siguió leyendo y suspiró.

-Aquí pone que podemos llevar un acompañante -comentó mientras la cerraba.

-Por desgracia, no tienes ninguno -suspiró su madre dando a entender muchas cosas.- Si te comportaras de otra forma, quizás hubieras conseguido uno hace mucho. Pero parece que en vez de venir del campo te sacamos de las montañas.

El pequeño Danielle se echó a reír y su hermana el dio un golpe con la carta en la cabeza.

-Siento no poder ser tan estirada como esas chicas, pero nunca podré ser así. Preferiría estar soltera toda mi vida.

-¿De quién habrás sacado la tozudez? -suspiró la mujer.- al menos compórtate, es una buena oportunidad, y ya sabes que contigo va el nombre de nuestra familia.



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En el texto hay: juvenil, romance, magia

Editado: 17.01.2020

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