El golpe del martillo sobre el cincel no ayudaba a Azrael a calmarse, al contrario, lo estaba enfadando más. Sentía como cada golpe iba directo a su propia dignidad. Dignidad que había perdido la noche anterior.
-Me has dicho entonces -comentó el maestro subido en la escalera enorme y haciendo su trabajo.- que Delia no te habla.
-Ni siquiera vino ayer a la casa y hoy tampoco ha aparecido -Azrael bufó, molesto, pero no con ella sino con él. Se puso de pie y empezó a dar vueltas por la estancia.
-No debiste decir eso -dijo el maestro parando su trabajo y mirando al muchacho.- Las mujeres son muy sensibles con esos temas.
-Sé que no debí decirlo -gruñó Azrael.- que me parta un rayo si lo hice queriendo. ¿Qué demonios podía decir? Estaba desnuda ante mi.
Un fuerte estruendo proveniente del techo hizo que los dos volvieran la cabeza hacia arriba.
-Me parece que se lo han tomado al pie de la letra lo del rayo -comentó el maestro aun mirando el techo.- ¿Habrá sido un pájaro?
Era imposible que fuera un pájaro. Nunca se habría escuchado de aquella forma, es más, ni siquiera se habría escuchado. Era como si algún objeto grande y pesado hubiera caído a plomo sobre el techo.
Y lo sintió en aquel momento. Los pelos se le pusieron de punta y todo su cuerpo entró en alerta. No era ni un rayo, ni un pájaro, ni un objeto contundente.
-Unax -murmuró para luego salir corriendo hacia la calle mientras el maestro le gritaba que sucedía.
Una vez fuera miró al cielo. El sol aún estaba en su apogeo lo que hizo que le deslumbrara, pero aún podía sentirlo, podía sentir como le pedían ayuda. Dio un gran salto que lo puso en lo alto del tejado del estudio en segundos, aunque no tuviera las alas aún podía saltar grandes alturas.
Y allí en el tejado, alrededor de un charco de sangre se encontraba Unax, bocabajo. Azrael corrió a su lado y le dio la vuelta, aún seguía vivo.
-¿Qué ha pasado? -gruñó Azrael mirando la herida de su compañero. Le habían apuñalado en el costado y la sangre salía a borbotones.
-Ellos… -intentó decir Unax medio agonizando.- Los caídos…
Azrael apretó los puños. El día que les pusiera las manos encima los torturaría, los haría gritar antes de matarlos. Cogió a su compañero en brazos sin esperar un minuto más, su vida se estaba escapando a paso de gigantes. Bajó de un salto al suelo y entró medio corriendo al estudio sin pensar en que Unax aún tenía visibles las alas. Aquello ya no importaba, ya se encargaría más tarde de ello.
-¡Maestro! -gritó el ángel. El maestro se quedó mirando al chico que traía en brazos, luego la sangre que empezaba a salpicar el suelo y por último las alas blancas y brillantes que colgaban sin vida tras el herido. Se tomó unos segundos para asimilar la situación, luego bajó de las alturas mientras Azrael ponía a su compañero en el suelo.
El maestro se acercó y se agachó junto al chico. No dijo nada de las alas, aunque las miró durante unos segundos preguntándose si aquello era un sueño o era real.
-Esto ya lo he vivido antes -murmuró.
-Tienes que ayudarle -el maestro miró a Azrael y se sorprendió ver la desesperación en sus ojos.
-No tengo nada aquí -pensó un momento y volvió a mirarle.- Tienes que ir a por Delia, ella sabe dónde están mis cosas y podrá ayudarme. Ve por ella.
Azrael no lo pensó un segundo más y salió corriendo del estudio dejando a Unax al cuidado del maestro.