Nora y la selva

Nora en la selva

 

 

En un lugar escondido en lo más profundo de la selva, vivían unos niños indios que recolectaban su comida de los árboles y arbustos, también comían setas e insectos y vivían felices fuera del contacto con las ciudades. No había coches, ni humo. Y los únicos ruidos que se escuchaban eran los del canto de los pájaros, el viento y la lluvia.

Pero los hombres que vivían en las ciudades habían descubierto que en aquellos suelos había oro y otras riquezas y habían decidido quemar los árboles para dejar el suelo desnudo y así poder excavar con sus máquinas en busca del oro.

Nora vivía entonces en aquella selva y se enteró de que los pobres niños indios estaban en peligro.

 

Se lo dijo un hada de la selva, el Hada Verde, que se había hecho amiga de Nora y había concedido a la pequeña la facultad de volar. A Nora le crecían alas mágicas de mariposa en la cabeza y podía elevar su pequeño cuerpo sobre el suelo, y moverse por la selva contemplando desde el aire la gran belleza de sus bosques y animales.

Aquel día el hada había avisado a Nora:

–Corre Nora. Echa a volar. La selva te necesita.

Cuando la niña con alas de mariposa en el pelo llegó al bosque, un espectáculo horrible se apareció ante ella. Los árboles ardían sin control, los nidos de los pajaritos se quemaban y todos los animales y los niños indios, corrían muy asustados para salvar sus vidas.

Tan sólo el agua de un gran río fue capaz de detener el avance del fuego.

 

 

Nora se sentó sobre un árbol muy alto, desde el que se podía ver la inmensidad de la devastación y lloró. Lloró amargamente por todos aquellos animalitos pequeños que no tuvieron oportunidad de huir con sus patitas cortas y había muerto en mitad del incendio. Lloró por lo árboles viejos, algunos de más de quinientos años, que se habían abrasado y habían quedado convertidos en carbón. Lloró pensando en las mariposas, los pájaros, los insectos y las flores.

Pero lo que más preocupaba a Nora eran los niños indígenas. Si se habían salvado, ahora les costaría mucho más encontrar su comida.

Estaba con su llanto y su desconsuelo, cuando delante de sus ojos apareció de nuevo el Hada Verde, la que le había regalado el poder de volar. Sus cabellos, sus ojos y sus ropas eran del color verde de las esmeraldas. Entre sus cabellos brotaban flores pequeñas de color rosado y una gran flor blanca junto a su frente.

–¿Para qué me has hecho venir hada? ¡No he podido hacer nada para salvar la selva! ¡Se ha quemado todo!

–No llores niña –le pidió el hada a Nora, acariciando el pelo de la pequeña. –Te he hecho venir para que contemples el poder del amor. Yo haré crecer las plantas con mi magia delante de tus ojos. Para eso te he mandado venir.

Y al terminar de hablar, se elevó sobre la superficie quemada y de su boca salieron unas palabras que sonaron dulces como la música de un violín, pero potentes como el sonido de una catarata:

– ¡VERDANTIA FLORESCO. NATURAE REVIVISCO! –Dijo elevando el sonido de su voz sobre todos los otros sonidos de la selva.

Un eco increíble hizo volar y repetirse las palabras del hada una y otra vez. Y mientras la música de su conjuro volaba por el aire, en el suelo comenzaron a brotar verdísimos tallos, que a una velocidad increíble crecieron y crecieron, y crecieron hasta convertirse en árboles, arbustos, hierbas, musgos, hogos y todo tipo de algas y seres vegetales.

En minutos el suelo quemado había quedado cubierto de nuevo y totalmente por una mágica selva.

 

El hada desapareció y Nora bajó hasta la espesura para contemplar de cerca el milagro. Se sentó junto a una gran roca, junto a las cristalinas aguas que volvían a correr. Aspiró el perfume de las flores aún con su corazón encogido por lo mucho que había llorado. Pero ahora  la alegría más profunda iluminaba su rostro, sereno y esperanzado.

Luego voló hasta el poblado de los niños indios y comprobó que todos estaban bien.

¡La vida volvía a sonreír en aquel trozo de selva! ¡Era maravilloso!

 

Pero los hombres que habitaban en la ciudad, después de quedar sorprendidos, sin comprender qué era lo que había pasado, decidieron prender de nuevo su fuego mortal. No estaban dispuestos a quedarse sin su oro. Vaciaron muchas latas de gasolina y volvieron a tirar papeles ardiendo sobre la vegetación ahogada en combustible.

Nora ya se había vuelto a su casa y no se había enterado aún del nuevo incendio, cuando Zephyrondel, un tigre aparentemente como los demás, pero que en realidad era un tigre mágico se apareció ante Nora.

Con su pelaje que cambiaba a un color plateado. Cuando se transformaba en animal mágico, lo primero que aparecía eran dos alas translúcidas en su lomo. Podía aparecer y desaparecer y además tenía el poder de crear ilusiones de paisajes y emociones para confundir a sus enemigos.

Se apareció en los sueños de la niña que ya dormía y le dijo:

–Despierta Nora y vuelve al bosque. El fuego está quemando de nuevo todo lo que el Hada Verde hizo crecer.

 

Nora volvió a llorar el gran desastre. Pero esta vez con mayor pesar. Se había hecho la ilusión de que nunca más volvería a arder la selva y contempló  con desesperanza, como  las lenguas de fuego rodeaban los troncos y las plantas convirtiéndolas de nuevo en humo y cenizas.

– ¡Nunca podremos vencer a estos enemigos! Volverán y volverán una y otra vez hasta que acaben con toda la selva.

Una mariposa gigante que volaba presta a huir del fuego le dijo:

–Aprisa Nora, invoca al dios de la lluvia. No pierdas ni un segundo. Él nos ayudará.

 

Algo o alguien inspiraron a Nora para gritar la invocación.  Eran unas palabras que jamás había pronunciado ni oído, pero la niña las gritó con toda su alma:

–"AQUAVELLIUS, DADOR DE VIDA, LLÉVAME BAJO TU LLUVIA PURIFICADORA. ESCUCHA MI LLAMADA Y RENUEVA LA TIERRA SEDIENTA"



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En el texto hay: cuento, aventura, aventura y magia.

Editado: 15.08.2023

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