Notas de un futbolista

Nota 1: Entrenamiento

Hoy fue uno de esos días en los que sientes que todo está en tu contra. Desde el momento en que llegué al entrenamiento, el ambiente estaba cargado de tensión.

El cielo gris parecía reflejar mi ánimo, y una ligera brisa fría me hizo estremecer, como si la naturaleza misma conspirara para hacerme dudar de mis capacidades, o mejor dicho darme flojera por venir, como ya me había pasado otras veces.

El entrenador, siempre exigente, hoy parecía tener una misión personal de llevarnos al límite. No paraba de gritar, sus palabras se sentían como un peso adicional en mis hombros ya cansados. Mis piernas, que en otros días se movían con la agilidad y ligereza que solo la pasión por el fútbol puede dar, hoy pesaban como plomo. Cada paso era un esfuerzo titánico, cada cambio de ritmo una lucha contra mi propio cuerpo.

A pesar de todo, me esforcé al máximo en cada ejercicio. Pensaba en ese partido del domingo, en la posibilidad de demostrar todo lo que había entrenado. Me aferraba a esa imagen como si fuera un salvavidas en medio de una tormenta, y no estoy hablando del clima, sino más bien de una mental.

La clave es mantener la motivación, me decía a mí mismo, aunque a veces sea difícil. Es en esos momentos de duda y cansancio es donde se forjan los verdaderos campeones, aquellos que no se rinden cuando las cosas se ponen difíciles.

Recuerdo las palabras de mi padre como un mantra que repetía en mi cabeza una y otra vez: "Los campeones se hacen en los entrenamientos, no en los partidos". Esas palabras, que de pequeño no entendía del todo, hoy cobran un nuevo significado para mí.

Los entrenamientos son el verdadero campo de batalla, donde se miden nuestras fuerzas, donde se templa nuestro carácter y se siembra la semilla del éxito. Pero no es fácil darse cuenta cuando uno es joven, sobre todo en esos días grises, en esos momentos de dolor y cansancio, donde se decide quiénes serán los que levantarán el trofeo al final de la temporada.

Así que hoy, más que nunca, di todo de mí. Cada sprint, cada pase, cada tiro al arco lo ejecuté con la convicción de que estaba construyendo mi futuro, paso a paso, sudor tras sudor. Mi camiseta estaba empapada y mis músculos ardían, pero en mi interior sentía una mezcla de agotamiento y satisfacción. Sabía que había dejado todo en la cancha, que había dado un paso más hacia mis sueños.

Terminé el entrenamiento exhausto, casi sin aliento, pero con una sonrisa gigante. Al final de la jornada, mientras me sentaba en el vestuario con una toalla sobre mis hombros, sentí una paz interior que solo el esfuerzo bien hecho puede dar. No puedo esperar para ver los resultados en el campo, para ver cómo cada gota de sudor se convierte en un gol, en una jugada brillante, en una victoria.

El esfuerzo siempre vale la pena, me dije a mí mismo mientras me preparaba para irme. Porque sé que, cuando llegue el domingo y suene el pitido inicial, estaré listo para dar lo mejor de mí. Y, pase lo que pase, tendré la certeza de que he hecho todo lo posible para ser el mejor jugador que puedo ser.




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