Notas de un futbolista

Nota 2: Primer Partido

El primer partido de la temporada siempre tiene una magia especial, esa que te llena de nervios, emoción y una expectativa que te hace sentir vivo. Es un sentimiento que llevo conmigo desde que era niño, cuando jugaba en el equipo del barrio, corriendo en canchitas de tierra con los botines desgastados pero el corazón lleno de sueños. Esos sentimientos nunca cambian, y hoy, al pisar la cancha, volví a sentir esa mezcla de nostalgia y adrenalina que me recordó por qué me enamoré de este deporte.

Desde que sonó el silbato y la pelota empezó a rodar, supe que todo el esfuerzo de los entrenamientos se iba a poner a prueba. Cada pase, cada tiro, cada movimiento en la cancha tenía una intención clara: mostrar todo lo que habíamos trabajado en esas semanas previas, bajo el sol, la lluvia, con el cuerpo cansado pero el alma lista para darlo todo. La presión era enorme, pero al mismo tiempo, la energía del equipo se sentía en el aire. Todos estábamos conectados, como si fuéramos una sola entidad moviéndose al ritmo del juego.

Durante el partido, había momentos en los que todo parecía fluir. La pelota se deslizaba entre nosotros con una facilidad casi mágica, como si estuviéramos en un patio de escuela, jugando por el simple placer de hacerlo. Como esas viejas épocas donde jugábamos en el recreo con una tapita o una pelota hecha de papel con cinta adhesiva. Pero esos eran otros tiempos.

Regresemos al partido, cada pase que daba, cada vez que la pelota salía disparada de mi pie, sentía una química con mis compañeros. Nos entendíamos con una mirada, un gesto, un leve movimiento que indicaba dónde iba a estar la siguiente jugada. Es en esos instantes cuando el fútbol deja de ser solo un deporte y se convierte en un arte, un lenguaje sin palabras que nos une. Algo parecido con el Barcelona de Guardiola, con Xavi, Busquet, Iniesta y Messi, pero obvio mucho más amateur.

Afortunadamente, con mí equipo también logramos una victoria. Los goles llegaron en los momentos justos, como si todo el esfuerzo se hubiera condensado en esas jugadas clave que marcaron la diferencia. El grito de gol, la explosión de alegría en la tribuna, el abrazo con mis compañeros... esos son momentos que quedan grabados en la memoria, que te llenan de una satisfacción que va más allá del simple hecho de ganar. Pero, más allá del resultado, lo más importante para mí fue sentir esa conexión con mis compañeros y disfrutar del juego como cuando era chico.

Porque, al final del día, el fútbol es mucho más que un marcador. Es esa sensación de correr detrás de la pelota con la misma pasión que cuando tenía diez años. Es el abrazo sincero después de un gol, el consuelo después de una jugada fallida, el esfuerzo compartido en cada minuto del partido. Esos momentos son los que me recuerdan por qué amo este deporte, por qué sigo levantándome cada mañana con ganas de mejorar, de aprender, de darlo todo en la cancha.

Hoy, con la victoria en el bolsillo, me voy a casa con una sonrisa, sabiendo que estos son los días que le dan sentido a todo el esfuerzo. Porque en el fútbol, como en la vida, lo que importa no es solo ganar, sino disfrutar del camino y de la gente que te acompaña en él.




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