La camiseta de fútbol es como si fuera una segunda piel. Para mí, no es solo un uniforme, es mucho más que eso; es un símbolo de mi pasión, de mi historia y de mi compromiso con este juego que tanto amo. Es como si cada vez que me la pongo, estuviera poniéndome también todas las ilusiones y los sueños que he tenido desde niño, cuando corría detrás de la pelota en el colegio o en el potrero del barrio.
Pero no hay nada que me haga sentir más orgullo que vestir los colores de mí país, sabiendo que detrás de ellos hay un equipo, una hinchada, y toda una nación que confía en nosotros, en mí.
Hoy, al entrar en ese estadio lleno de hinchas que no paran de cantar y alentar, sentí una energía indescriptible, una fuerza que solo el fútbol puede brindar. Es algo que te recorre el cuerpo, que te hace sentir invencible, como si cada grito de la tribuna te diera una dosis extra de energía.
Mientras escuchaba los cánticos, veía las banderas ondeando en las tribunas, y sentía el rugir de la gente, me di cuenta de que estaba viviendo algo que muy pocos tienen la suerte de experimentar. Esos momentos son los que me recuerdan por qué sacrificamos tanto, por qué entrenamos día tras día, incluso cuando el cuerpo pide un descanso.
Cada vez que toco la pelota en la cancha, siento el peso de la responsabilidad sobre mis hombros. No es solo un partido, es mucho más que eso. Siento que represento a mi equipo, a mis compañeros que han trabajado tan duro para llegar hasta acá, y también a los que quedaron en el camino como muchos de mis amigos.
Es un peso que llevo con orgullo, pero también con una gran responsabilidad. Ganar no es solo una opción, es una obligación que nos impulsa a darlo todo en cada jugada, en cada sprint, en cada pelota dividida. Sabemos que detrás de cada pase hay millones de corazones latiendo al unísono, esperando que hagamos nuestro mejor esfuerzo y que nuestro triunfo quizás sea su única alegría en el día o en la semana. Incluso hasta en el año para algunos.
Y aunque al final del partido a veces el resultado pueda no ser el que esperábamos, lo que realmente importa es el amor por el juego, ese sentimiento puro que nos llevó a elegir este camino. Es el mismo amor que siento desde que era un nene, cuando me escapaba de la escuela para ir a patear una pelota en cualquier rincón donde pudiera encontrar un poco de espacio. Es el amor por el fútbol lo que nos hace seguir adelante, lo que nos da la fuerza para levantarnos después de cada caída, lo que nos conecta con la gente que vibra con cada jugada, que sufre y celebra con nosotros. Porque aunque yo esté dentro de la cancha y ellos en la tribuna, todos sentimos el mismo amor por esta camiseta.
Y al final del día, lo más importante es saber que lo dimos todo, que jugamos con el corazón y que ellos dejaron la vida alentando por estos colores, por está casaca.
Este amor no solo se trata de ganar, sino de mantener viva la pasión, de seguir adelante, siempre hacia adelante, con la frente y los colores en alto.