Notas de un futbolista

Nota 13: Las Injusticias del Fútbol

El fútbol puede ser cruel, lleno de injusticias que nos golpean cuando menos lo esperamos. Es un juego donde lo inesperado reina, donde podés dominar durante 89 minutos y, en el último suspiro, todo se desmorona por un gol rival que cae como una puñalada en el corazón.

Aún tengo grabado en la memoria ese partido en el que merecíamos la victoria, en el que habíamos dejado todo en la cancha, corriendo, luchando, sudando cada centímetro del césped. Pero en el fútbol, nada está garantizado hasta que suena el pitido final. Cómo la vida misma.

Recuerdo cómo ese gol en el último minuto nos arrebató lo que sentíamos nuestro por derecho. Fue como ver un castillo de naipes derrumbarse, un esfuerzo colectivo desmoronarse en un segundo. La impotencia de ver cómo el árbitro no sancionaba faltas claras, cómo las decisiones arbitrales podían torcer el rumbo de un partido, es una sensación difícil de digerir. Vos dejás el alma en la cancha, pero un silbatazo puede cambiar todo. Es frustrante, te llena de bronca, y te deja con un sabor amargo en la boca, como si el esfuerzo no hubiera valido de nada.

En ese momento, la frustración se apodera de uno. Querés gritar, querés protestar, pero sabés que no hay vuelta atrás. Las injusticias en el fútbol son como esos golpes bajos que la vida te da cuando menos lo esperás. Y aunque duelan, también son lecciones. Porque el fútbol, al igual que la vida, no siempre es justo. A veces, el resultado no refleja lo que ocurrió en el campo, y esa es una verdad con la que tenemos que aprender a convivir.

En medio de esa frustración, aprendí que las injusticias son parte del juego. Nos enseñan a ser resilientes, a levantarnos una y otra vez frente a las adversidades. Son esos momentos los que nos ponen a prueba, que nos obligan a mirarnos al espejo y preguntarnos si estamos dispuestos a seguir peleando. Porque, aunque la justicia en el fútbol sea esquiva, nuestra determinación y espíritu nunca deben ser comprometidos.

Cada injusticia que enfrentamos nos fortalece, tanto como equipo como individuos. Nos recuerda que el valor real no reside en el resultado, sino en cómo enfrentamos los desafíos que se nos presentan. La resiliencia se construye en estos momentos, en esas derrotas injustas que duelen más que cualquier otra cosa. Aprendés a endurecerte, a no depender solo de la justicia del árbitro o de la suerte del partido, sino de tu propia capacidad para sobreponerte.

La vida y el fútbol están llenos de estos momentos. Momentos que te enseñan a no bajar los brazos, a seguir luchando incluso cuando todo parece estar en contra. Porque, al final del día, lo que realmente importa no es solo ganar o perder, sino cómo jugás el partido. Es esa garra, esa pasión, esa voluntad de seguir adelante a pesar de las injusticias, lo que define a un verdadero campeón.

Y aunque a veces la victoria no llegue en el marcador, la verdadera victoria está en no rendirse, en saber que diste todo, que te levantaste después de cada caída, y que seguiste adelante con la cabeza en alto.




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