En la vida, cómo en el fútbol no hay imposibles cuando tenés el deseo ardiente y la determinación de perseguir tus sueños. Desde chico, entendí que nada te llega de arriba; hay que trabajar, transpirar la camiseta y, sobre todo, nunca aflojar. Me acuerdo de esos momentos en los que las dudas y los obstáculos se me plantaban enfrente como murallas gigantescas, pero en lugar de rendirme, encontraba la fuerza en la gente que me rodeaba. El apoyo de mi familia, amigos y equipo fue clave para que siguiera adelante cuando todo parecía en contra.
No es fácil, eso lo tengo clarísimo. Hay días en los que te levantás y sentís que el cuerpo no te da, que la cabeza está en otro lado, pero ahí es donde entra en juego la verdadera pasión por el fútbol. Esa pasión que te hace correr cuando las piernas ya no pueden, que te lleva a intentar una vez más aunque hayas fallado mil. Aprendí que el éxito no aparece de la noche a la mañana; es el resultado de años de esfuerzo, de caídas y levantadas, de aprender de los errores y de nunca perder la fe en uno mismo.
Cada paso que di hacia adelante, cada pequeño logro que alcancé, me recordó que no hay límites para lo que uno puede lograr si se compromete al cien por ciento. Recuerdo las veces que me quedaba después de los entrenamientos, pateando tiros libres hasta que caía la noche, mientras mis amigos ya se habían ido a casa. Esas horas extras, ese sacrificio, es lo que marca la diferencia. Porque al final del día, el talento puede abrirte las puertas, pero es la dedicación lo que te mantiene en el camino.
Tuve momentos en los que pensé que no iba a llegar, que tal vez el sueño de ser un jugador profesional no era para mí. Pero cada vez que esa duda se asomaba, volvía a lo básico: el amor por la pelota, el placer de sentir el césped bajo mis botines, y la adrenalina de cada partido. Esas cosas simples me recordaban por qué había empezado a jugar en primer lugar y me devolvían la fuerza para seguir peleándola.
Esa mentalidad de ir siempre para adelante, de no rendirse nunca, es la que me ha llevado a alcanzar metas que alguna vez parecían inalcanzables. Y hoy, con todo lo que he vivido, me siento con la responsabilidad de inspirar a otros. De decirles a los pibes que vienen atrás que no importa cuán difícil parezca, que si te la jugás, si te levantás después de cada caída, podés llegar a donde quieras. No hay mayor satisfacción que ver cómo tu esfuerzo da frutos, y saber que podés ser un ejemplo para otros que también tienen un sueño.
Todos tenemos el poder de alcanzar nuestras metas más grandes. La clave está en atreverte a soñar en grande, pero más aún, en trabajar incansablemente para hacer esos sueños realidad. Al final del día, los que se quedan con las manos vacías son aquellos que no se atrevieron a intentarlo o que se rindieron demasiado pronto. Yo elegí seguir adelante, a pesar de todo, y ese es el mensaje que quiero dejar: si tenés la determinación y el deseo, no hay nada que te pueda detener.