Faltar a un entrenamiento en el mundo del fútbol es algo que no se toma a la ligera. Es más que una simple ausencia; es una falta grave que afecta no solo al que decide no asistir, sino a todo el equipo. Recuerdo a la perfección la vez que, por razones personales que en su momento parecían justificadas, decidí no presentarme a una práctica. En el momento, pensé que no sería para tanto, que un entrenamiento menos no cambiaría mucho. Pero no tardé en darme cuenta de lo equivocado que estaba.
La sensación de frustración que me invadió después fue casi inmediata. Sabía que no solo había fallado a mi compromiso con el equipo, sino también a mí mismo. El fútbol, como cualquier disciplina, se basa en la repetición, en la constancia y en el esfuerzo diario. No podés pretender ser mejor, o siquiera mantener el nivel, si no estás dispuesto a trabajar todos los días por ello. Y esa ausencia, ese día en el que opté por no ir, me mostró con una claridad brutal la importancia de la responsabilidad y el compromiso.
El impacto en la confianza de mis compañeros y entrenadores fue evidente. No era solo que habían notado mi falta; era que había sembrado una duda sobre mi compromiso, sobre mi dedicación. En un deporte de equipo, cada jugador tiene un papel crucial, y cuando uno no cumple con su parte, el grupo entero lo siente. Ver las caras de mis compañeros al día siguiente, esa mezcla de sorpresa y decepción, fue como un golpe bajo. En ese momento, entendí que no solo se trataba de mí, sino de todo el grupo, de la confianza que se construye día a día y que puede quebrarse en un instante.
Aprendí, de la manera más dura, que la disciplina y la puntualidad no son solo formalidades, sino que son los pilares sobre los cuales se edifica el éxito. No hay espacio para las excusas en este juego. Si querés mejorar, si querés ser alguien en el fútbol, tenés que estar ahí, todos los días, sin importar qué tan cansado estés o qué tan difícil sea. Faltar a un entrenamiento es dejar pasar una oportunidad de ser mejor, de superarte, y eso es algo que nunca más estuve dispuesto a hacer.
Hoy, cada entrenamiento es para mí una oportunidad para demostrar mi dedicación y mi determinación. No es solo una cuestión de estar presente; es una cuestión de estar completamente enfocado, de darlo todo en cada ejercicio, en cada pase, en cada corrida. Porque sé que ese esfuerzo constante, esa rutina que a veces parece interminable, es lo que me va a llevar a superar mis límites y alcanzar mis metas.
Esa experiencia de haber faltado, de haber tomado la decisión equivocada, fue una lección dura pero necesaria. Me recordó que el camino hacia la excelencia no se transita a medias, no se hace a paso lento ni con dudas. Exige sacrificio, compromiso constante, y la capacidad de aprender de los errores. Faltar a un entrenamiento fue un error que no estoy dispuesto a repetir, porque sé que cada día cuenta, que cada minuto en la cancha es una oportunidad de crecimiento, y que en el fútbol, la dedicación es lo que marca la diferencia entre los que se quedan en el camino y los que logran sus sueños.