La resiliencia es una de esas cualidades que no se aprenden en un libro, ni se enseñan en un entrenamiento. Es algo que se forja con el tiempo, a base de golpes, caídas y, sobre todo, de la decisión de levantarse una y otra vez. En mi trayectoria como futbolista, la resiliencia ha sido mi compañera constante, una fuerza silenciosa que me ha permitido seguir adelante, incluso en los momentos más difíciles.
Desde chico, cuando empecé a patear la pelota en los potreros de mi barrio, supe que el camino en el fútbol no iba a ser fácil. No eran solo las largas horas de entrenamiento o las pruebas físicas extenuantes; eran también las derrotas, las veces que no me eligieron para el equipo, las críticas que dolían más que una patada mal intencionada. A lo largo de los años, las adversidades fueron aumentando en tamaño y en frecuencia: lesiones que me dejaron fuera de las canchas por semanas, derrotas en partidos cruciales que sentí como una puñalada en el corazón, y esas críticas injustas que, aunque no querés admitirlo, te calan hondo.
Recuerdo claramente la primera vez que tuve una lesión seria. Era joven, lleno de sueños y con la cabeza puesta en llegar a la primera división. Estábamos en un partido que no era particularmente importante, pero para mí, cada partido era una final. Fui a buscar una pelota dividida con todo lo que tenía, pero el defensor rival llegó antes y lo siguiente que sentí fue un dolor agudo en la pierna. El diagnóstico no fue alentador: desgarro muscular. En ese momento, el mundo se me vino abajo. Para alguien que vive y respira fútbol, estar lejos de la cancha es como perder una parte de uno mismo. Me costó mucho procesarlo, pero con el tiempo, entendí que esa lesión no era el fin de mi camino, sino una prueba más, un desafío que tenía que superar.
La resiliencia no se trata solo de soportar el dolor o de aguantar la tormenta, sino de aprender a bailar bajo la lluvia. En ese tiempo de recuperación, descubrí otras facetas de mi juego, trabajé en aspectos que quizás había descuidado y, lo más importante, desarrollé una fortaleza mental que me ha servido en cada situación adversa que he enfrentado desde entonces. Entendí que no importa cuántas veces caigas, lo que realmente importa es cuántas veces te levantás, y cómo lo hacés.
Las derrotas, esas que dejan un sabor amargo y te hacen cuestionarte todo, también han sido grandes maestras. No hay nada peor que sentir que dejaste todo en la cancha y aun así no alcanzó para ganar. Esos momentos en los que ves la cara de decepción de tus compañeros, de la hinchada, y sentís que fallaste. Sin embargo, con el tiempo, aprendí a ver cada derrota como una lección. No me malinterpretes, nunca me acostumbré a perder, pero sí aprendí a aceptar que las derrotas son parte del juego, y que de ellas se aprende más que de las victorias. Cada error cometido, cada gol fallado, cada pase que no llegó a destino, son oportunidades de aprendizaje. La resiliencia te enseña a no quedarte en el lamento, sino a analizar lo que pasó, corregirlo y seguir adelante.
Y después están las críticas, esas que a veces vienen de personas que no han pisado una cancha en su vida, pero que creen tener la autoridad para juzgar tu rendimiento. Al principio, estas críticas me dolían profundamente. Me preguntaba por qué, si yo daba todo en cada partido, la gente no podía ver eso. Pero con el tiempo, aprendí a no dejar que las voces externas definieran mi valor como jugador y como persona. La resiliencia también es aprender a escucharse a uno mismo, a confiar en tu propio juicio y en el trabajo que hacés cada día.
En el fútbol, la resiliencia es una herramienta indispensable. No hay un solo jugador que no haya enfrentado desafíos, que no haya tenido que superar momentos de duda y desesperación. Pero los que realmente dejan una marca, los que logran alcanzar el éxito, son aquellos que, en lugar de rendirse, usan cada obstáculo como un escalón para llegar más alto.
La resiliencia no es algo con lo que naces, es algo que se cultiva, que se trabaja día a día. Cada caída, cada golpe, cada vez que el mundo parece estar en tu contra, es una oportunidad para fortalecerte. Aprendí que cada adversidad trae consigo una enseñanza, y que es en los momentos más oscuros cuando realmente descubrís de qué estás hecho.
Hoy, cuando miro hacia atrás y veo el camino recorrido, no veo solo los triunfos y las alegrías, sino también las cicatrices, las lágrimas y los momentos de duda. Y es ahí donde realmente entiendo el valor de la resiliencia. Porque cada caída, cada vez que estuve al borde de tirar la toalla, fue una oportunidad para levantarme más fuerte, más decidido, y con una nueva lección aprendida.
En resumen, la resiliencia es el motor que me ha permitido seguir adelante, superar las adversidades y convertirme en el jugador y la persona que soy hoy. Es una cualidad que, aunque no se ve en las estadísticas ni se menciona en las crónicas deportivas, es fundamental para alcanzar el éxito en el fútbol y en la vida. Porque, al final del día, no es solo sobre ganar o perder, sino sobre cómo enfrentás cada desafío, cómo te levantás después de cada caída, y cómo seguís adelante, siempre con la vista puesta en tus sueños.