A lo largo de mi carrera futbolística, he tenido la suerte, o mejor dicho, la bendición, de vivir momentos que van más allá de lo que alguna vez imaginé cuando era solo un niño jugando en las canchitas de tierra del barrio. Desde esos primeros picados con amigos hasta los partidos más importantes, cada experiencia, cada instante dentro de una cancha, ha sido un regalo que el fútbol me ha dado. Y es esa sensación de gratitud la que me empuja, día tras día, a seguir dando lo mejor de mí, a no conformarme nunca y a buscar siempre la manera de mejorar.
La gratitud, para mí, no es solo una palabra que se dice al pasar. Es un sentimiento profundo, algo que me nace del alma cada vez que recuerdo a todas las personas que me han acompañado en este viaje. Mis entrenadores, esos que, con paciencia y firmeza, me enseñaron que el fútbol no es solo una cuestión de talento, sino también de trabajo duro, disciplina y sacrificio. A ellos les debo gran parte de lo que soy hoy. Cada uno de sus consejos, de sus retos, de esas charlas motivacionales en el vestuario antes de salir al campo, me han marcado de maneras que quizás ni ellos mismos se imaginan.
Recuerdo a mi primer entrenador, un hombre que no solo me enseñó a patear una pelota, sino también a amar este deporte con todo mi corazón. Me decía siempre: "El fútbol te da, pero también te pide, y tenés que estar dispuesto a darle todo lo que tenés". Esas palabras se me quedaron grabadas, y desde entonces, cada vez que entro a una cancha, recuerdo que tengo la responsabilidad de dar el máximo, no solo por mí, sino por todos aquellos que me han apoyado en este camino.
Y hablando de apoyo, no puedo dejar de mencionar a mis compañeros de equipo. A lo largo de los años, he compartido el campo con jugadores de todo tipo, desde los más talentosos hasta aquellos que quizás no tenían tanto brillo, pero que con esfuerzo y dedicación lograban cosas increíbles. En cada uno de ellos, he encontrado algo para aprender. Agradezco a esos compañeros que, en los momentos difíciles, estuvieron ahí para darme una palmada en la espalda, un consejo, o simplemente una mirada cómplice que decía más que mil palabras. La camaradería, ese sentimiento de estar en la misma lucha, de compartir alegrías y tristezas, es algo que valoro profundamente.
También están mis amigos y mi familia, los pilares de mi vida. Ellos son quienes han estado desde el principio, quienes me han visto caer y levantarse, y quienes, con su apoyo incondicional, me han dado la fuerza para seguir adelante. Mi familia, en particular, ha hecho sacrificios que muchas veces pasan desapercibidos. Desde llevarme a los entrenamientos cuando era chico hasta estar en las tribunas, sin importar si hacía frío o calor, si ganábamos o perdíamos. Ellos han sido mi refugio, mi lugar seguro al que siempre puedo volver, sin importar lo que pase en la cancha. Su amor y su fe en mí son el combustible que me mantiene en movimiento.
Y no puedo olvidar a los hinchas, esos que están siempre, en las buenas y en las malas, alentando con el corazón en la mano. La gratitud que siento hacia ellos es inmensa. Cada canto, cada aplauso, cada muestra de apoyo desde la tribuna es una motivación extra, un recordatorio de que no estoy solo en este camino. El fútbol es un deporte colectivo, no solo dentro del campo, sino también fuera de él. Los hinchas son parte fundamental de esta ecuación, y su energía es algo que llevo conmigo cada vez que me pongo la camiseta.
Pero la gratitud no se queda solo en las palabras o en los pensamientos. La mejor manera de demostrarla es con acciones. Cada entrenamiento, cada partido, cada esfuerzo dentro y fuera del campo es mi forma de devolver un poco de todo lo que he recibido. Es mi manera de honrar a aquellos que han creído en mí, de demostrar que su apoyo no fue en vano. Cuando me exijo al máximo, cuando corro hasta que me duelen las piernas, cuando me levanto después de una caída, lo hago no solo por mí, sino también por todos aquellos que han estado a mi lado en este viaje.
El fútbol me ha dado mucho más de lo que alguna vez soñé. Me ha permitido conocer lugares, personas y vivir experiencias que jamás habría imaginado. Pero también me ha enseñado el valor de la humildad, de recordar siempre de dónde vengo y quiénes me han ayudado a llegar hasta aquí. La gratitud es mi motor, el impulso que me lleva a seguir adelante, a no conformarme nunca y a buscar siempre la excelencia. Porque al final del día, lo que realmente importa no es cuántos títulos o trofeos ganes, sino cómo los conseguiste y con quiénes los compartiste.
Sé que mi carrera aún tiene mucho por delante, y que habrá nuevos desafíos, nuevas alegrías y, quizás, nuevas caídas. Pero lo que nunca cambiará es el sentimiento de gratitud que llevo en el corazón. Es esa gratitud la que me hace levantarme cada día con ganas de seguir luchando, de seguir aprendiendo y de seguir disfrutando de este hermoso deporte que es el fútbol. Porque al final, lo más importante no es llegar a la cima, sino el camino que recorriste para llegar ahí y las personas que te acompañaron en ese viaje. Y por todo eso, solo puedo decir: gracias.