La influencia de un mentor en mi carrera ha sido, sin lugar a dudas, uno de los pilares fundamentales en mi desarrollo, tanto dentro como fuera de la cancha. No es fácil encontrar a alguien que realmente crea en vos, que te mire a los ojos y vea en tu potencial algo que quizás ni vos mismo habías descubierto todavía. Esa persona que te guía, que comparte su experiencia y conocimientos, no solo te ayuda a crecer como futbolista, sino que también moldea tu carácter y tu visión del mundo.
Recuerdo perfectamente el día en que conocí a mi mentor. Era un entrenador con un currículum impresionante, pero más allá de sus logros, lo que me impactó fue su manera de ser, su forma de hablar y la calma con la que enfrentaba cada situación. Desde el primer momento, supe que podía aprender mucho de él, y no me equivoqué. A lo largo de los años, su influencia se convirtió en una brújula que me orientó en los momentos de duda y que me empujó cuando parecía que todo se volvía cuesta arriba.
Una de las primeras lecciones que me enseñó fue que el fútbol no se trata solo de correr detrás de una pelota o de ejecutar una buena jugada. Para él, el fútbol era una escuela de vida, un microcosmos donde se reflejaban los valores y las virtudes que uno debía tener para enfrentarse al mundo real. "En la cancha, hay que ser perseverante, humilde y, sobre todo, tener liderazgo," me decía. Y no hablaba solo de ser líder para los demás, sino de liderarse a uno mismo, de tomar el control de tus acciones y decisiones, y de ser responsable de tus éxitos y fracasos.
A través de sus palabras y de su ejemplo, aprendí a enfrentar los obstáculos con una actitud positiva. Recuerdo que en uno de los entrenamientos más duros que tuvimos, cuando ya no sentía las piernas de tanto correr y la cabeza me pedía que parara, él me miró y me dijo: "Es en estos momentos cuando se forjan los verdaderos campeones. No es en los goles que metes, sino en cómo te levantas cuando te caes." Esa frase se me quedó grabada, y desde entonces la llevo conmigo cada vez que las cosas se ponen difíciles, no solo en el fútbol, sino en la vida misma.
Pero no todo fue exigencia. Mi mentor también supo cuándo ofrecerme su apoyo incondicional. Hubo momentos en los que sentí que el mundo se me venía encima, cuando las críticas eran más fuertes que los aplausos y cuando dudaba de si realmente estaba hecho para este deporte. En esos instantes, él estaba ahí, no para darme respuestas fáciles, sino para hacerme entender que las dificultades son parte del proceso y que lo importante es seguir adelante, con la frente en alto y el corazón firme. Esa confianza que me transmitía, esa certeza de que podía lograr cualquier cosa si me lo proponía, fue clave para que yo pudiera superar los obstáculos y seguir persiguiendo mis sueños.
La relación que construimos fue mucho más allá de lo profesional. Con el tiempo, se convirtió en un vínculo personal, basado en el respeto mutuo y la admiración. No solo veía en él a un entrenador, sino a un amigo, a alguien en quien podía confiar y con quién podía hablar de cualquier cosa, dentro y fuera de la cancha. Discutíamos tácticas, claro, pero también hablábamos de la vida, de los desafíos que enfrentaba como joven futbolista, de mis miedos y aspiraciones. Y él siempre tenía una palabra justa, un consejo acertado que me ayudaba a ver las cosas desde otra perspectiva.
Con los años, esa relación se transformó en algo aún más profundo. Entendí que ser mentor no era solo una cuestión de transmitir conocimientos o de corregir errores. Ser mentor implicaba estar ahí, en las buenas y en las malas, ser una guía, un apoyo y, sobre todo, un ejemplo a seguir. Y esa generosidad, ese desinterés con el que él se entregó a mi desarrollo, fue algo que siempre me marcó.
Hoy, cuando me encuentro en la posición de ser mentor para otros jóvenes futbolistas, intento devolver esa generosidad que una vez recibí. Me esfuerzo por ser para ellos lo que mi mentor fue para mí: alguien que no solo les enseñe a jugar al fútbol, sino que también les muestre cómo ser mejores personas, cómo enfrentar la vida con valentía y determinación. Porque al final del día, lo que importa no es solo cuántos partidos ganamos o cuántos goles metimos, sino cómo vivimos esos momentos y qué aprendimos de ellos.
Cada vez que veo a uno de esos chicos lograr algo importante, sentir la alegría de un gol o superar una dificultad, me acuerdo de mi mentor y de todo lo que me enseñó. Y me doy cuenta de que el legado de un verdadero mentor no se mide en trofeos o medallas, sino en las vidas que toca, en las personas que ayuda a formar. Ese es el verdadero éxito, y por eso estaré siempre agradecido de haber tenido a alguien así en mi camino. Porque gracias a él, no solo soy mejor futbolista, sino también una mejor persona.