Notas de un futbolista

Nota 89: Jugar con tu Ídolo de la Infancia

Jugar con mi ídolo de la infancia es, sin lugar a dudas, una de esas experiencias que te marcan para toda la vida. Es difícil describir con palabras lo que se siente compartir la cancha con alguien a quien admiraste desde chico, alguien a quien mirabas con ojos de asombro mientras veías los partidos en la tele, soñando con algún día poder estar en su lugar. Recuerdo perfectamente cómo, después de cada partido, salía al patio de mi casa con una pelota, imitando sus movimientos, tratando de replicar sus jugadas como si eso me acercara un poquito más a ser como él. Y ahora, estar a su lado en un vestuario, recibir un pase suyo en el campo, es como un sueño hecho realidad.

La primera vez que lo vi en persona, cuando me presentaron como su compañero de equipo, me invadió una mezcla de nervios y emoción. No podía creer que estaba ahí, frente a frente con quien había sido mi héroe desde que tenía memoria. Era como si el tiempo se hubiera detenido por un momento, permitiéndome disfrutar de esa experiencia única. Pero en cuanto empezamos a entrenar juntos, me di cuenta de que más allá de la admiración, estaba frente a un profesional de una categoría impresionante. Verlo entrenar, su dedicación y su compromiso con el equipo, me enseñó que la grandeza no se trata solo de talento, sino de trabajo duro y constancia.

Cada vez que recibo un pase suyo en la cancha, es como si todo el esfuerzo que puse para llegar hasta aquí valiera la pena. Recuerdo los días de entrenamiento, las madrugadas de gimnasio, las lesiones y los sacrificios. Todo eso cobra sentido cuando comparto la pelota con él. Es una especie de validación, una confirmación de que todos esos años de esfuerzo me llevaron a un lugar donde puedo codearme con los mejores, con aquellos que alguna vez fueron solo un sueño lejano. Y aunque ahora somos compañeros de equipo, él sigue siendo mi referencia, ese faro que me guía y me inspira a seguir mejorando, a no conformarme con lo que ya logré.

En el vestuario, cada conversación con él es una lección. A veces me habla de cómo vivió ciertos momentos de su carrera, de las decisiones difíciles que tuvo que tomar, de las victorias y de las derrotas. Y aunque a simple vista pueda parecer que ya lo sé todo sobre él, siempre hay algo nuevo que aprender. Su humildad, a pesar de todo lo que ha logrado, es algo que me impresiona profundamente. Es fácil olvidarse de dónde venimos cuando alcanzamos el éxito, pero él siempre tiene presente sus raíces, su amor por el juego, y eso es algo que intento emular en mi propia carrera.

El hecho de que ahora seamos compañeros de equipo no cambia el respeto y la admiración que siento por él. Al contrario, compartir el día a día me hace admirarlo aún más. Verlo entrenar, esforzarse al máximo en cada ejercicio, me motiva a no quedarme atrás, a dar lo mejor de mí en cada sesión. Es como si su presencia elevase el nivel de exigencia para todos, porque sabemos que estamos ante uno de los grandes, y queremos estar a la altura.

Jugar con él también es un recordatorio constante de que los sueños, por más inalcanzables que parezcan, pueden hacerse realidad. Recuerdo las tardes en las que me quedaba mirando la tele, viendo cómo hacía magia con la pelota, pensando que algún día quería ser como él. Y ahora, tener la posibilidad de aprender directamente de él, de compartir la cancha, de asistirlo y ser asistido por él, es algo que me llena de orgullo y me hace querer superarme constantemente.

El fútbol tiene ese poder mágico de unir generaciones, de conectar a personas de diferentes edades y contextos a través de una pasión compartida. Jugar con mi ídolo de la infancia es un testimonio de eso. Es como si, de alguna manera, el fútbol me estuviera diciendo que todo es posible, que si trabajas lo suficiente y no te rendís, podes llegar a vivir experiencias que nunca imaginaste. Compartir equipo con él no es solo un logro personal, es una reafirmación de que todos esos días de esfuerzo, de sacrificio, valieron la pena.

Y es que, aunque ahora seamos colegas, nunca dejará de ser mi ídolo. Nunca dejaré de sentir ese cosquilleo en el estómago cada vez que lo veo hacer una de esas jugadas que tanto intenté copiar de chico. Nunca dejaré de admirar su capacidad para hacer que lo difícil parezca fácil, para liderar al equipo con su talento y su experiencia. Y aunque el fútbol nos ha puesto en la misma cancha, en el mismo equipo, sé que siempre lo veré con esos ojos de admiración que tenía cuando lo veía por la tele.

Al final del día, lo que más me llevo de esta experiencia es la certeza de que los sueños pueden cumplirse. Que ese niño que corría descalzo en el potrero, imitando a su ídolo, ahora tiene la oportunidad de aprender de él, de jugar a su lado, de compartir triunfos y derrotas. Y eso, para mí, es lo más grande que me ha dado el fútbol. Porque más allá de los títulos, de los premios y del reconocimiento, está la posibilidad de vivir momentos como este, de hacer realidad esos sueños que alguna vez parecieron tan lejanos. Jugar con mi ídolo de la infancia es un regalo que siempre llevaré en el corazón, y una motivación constante para seguir luchando por lo que quiero.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.