Note

Día Quince.

7 𝓓𝓮 𝓜𝓪𝓻𝔃𝓸.
 


𝒬𝓊𝑒𝓇𝒾𝒹𝑜 𝒟𝒾𝒶𝓇𝒾𝑜:

Mi estómago me dolía de tanto reír. Rafael era tan divertido que había comenzado a pedirle a Gabriel que no me dejara cerca de él por mucho tiempo. Aunque era bueno para mi salud mental, no lo era para mis heridas, que apenas se habían liberado de los puntos de sutura. Sin embargo, había días en los que permitía que Rafael me hiciera reír, porque eso significaba que Gabriel también reiría.

Pero retrocedamos unos días. Fui dada de alta dos días después de despertar. Gabriel nos llevó a mi madre y a mí a casa. No se había alejado de mi lado más que para ir a su casa a cambiar de ropa y ducharse. Una hora después, volvía a sentarse en el sofá frente a mi cama en el hospital.

En una ocasión, cuando estábamos solos, le aseguré:

—No tienes que sentirte culpable, esto tenía que suceder.

Él tragó saliva y sacudió la cabeza, apartando la vista de su portátil.

—Ambos sabemos que eso no es cierto. Si no hubiera sido tan orgulloso, no te habrías desangrado.

—No, incluso si me hubieras respondido, de todos modos me habrían apuñalado. No puedes aparecer en un lugar en cuestión de segundos, no habrías podido evitar que me lastimaran.

—Vi tu nombre en la pantalla, pero pensé que era algo sobre Gabi o para pedir disculpas por la pelea. Quería que esperaras —pasó las manos por su cabello, haciendo que algunos mechones negros cayeran sobre su frente—. Me dolió cuando dijiste que no era tu círculo social, que no pertenecemos. Iba a llamarte en cuanto terminara un informe, pero olvidé la llamada —dejó su portátil a un lado, apoyó los codos en las rodillas, sus ojos no me abandonaron en ningún momento—. Llegué a casa a las 6 porque había olvidado unos documentos. Teo estaba llamando con desesperación mientras tenía su teléfono en la oreja. Sentí un miedo abrumador y me acerqué a él. Me dijo que llevaba media hora llamando a tu puerta, pero que no abrías, que te llamaba y le enviabas directo al buzón. Abrí mi puerta y corrí al otro lado, toqué tu puerta pero no abrías. Teo miró por las ventanas y me dijo que no podía verte. Le pregunté si podía ver a Fiora, pero me dijo que no.

—Ella estaba cuando subí por mi canasto de ropa, pero ya no estaba cuando bajé.

—De alguna manera ella o su ausencia nos alarmó, dimos la vuelta a la casa y vimos la llave del agua del patio trasero en el suelo, manchada de sangre. Era tenue por el agua, pero no era difícil saber lo que era. Corrimos a la puerta trasera y vimos que el picaporte había sido forzado—, pasó de nuevo sus manos por su cabello y por primera vez, fui testigo de cómo lágrimas salían de sus ojos. Las mías le siguieron de inmediato—. Entré, todavía no te veía pero podía sentir en el fondo de mí que algo malo te había ocurrido. Entonces sucedió, miré a mi derecha y ahí estabas, acostada en una cama de sangre, un cuchillo en tu costado y tus manos estiradas como si quisieras alcanzar a alguien. Entonces me percaté de que estaba pisando tu sangre—, se puso de pie de un salto—. ¡Tu sangre, Sophia! Me acerqué, me olvidé de todos los protocolos de seguridad, los mandé a la mierda, no me importó revisar si había alguien más en casa, solo quería asegurarme de que estuvieras con vida, — su voz se cortó en la última palabra, deseé poder abrazarlo. —Estabas pálida, grité tu nombre, te sacudí con suavidad, pero no despertabas. Entonces sentí tu piel fría y me rompí porque creí que estabas muerta. Todo por mi culpa.

Limpié mis lágrimas con las manos, pero no dejaban de caer.

—No digas eso, si hubiera muerto, no serías culpable de nada.

Se rió, pero su tono no tenía gracia.

—Ambos sabemos que eso es una situación difícil. Si hubiera respondido, habría ido de inmediato. Aunque no hubiera evitado la puñalada, no habrían pasado horas hasta que te encontré, no te habrías desangrado y tal vez habríamos podido salvar tu riñón. Casi mueres por mi culpa y puto orgullo .

Traté de convencerlo de que no fue así, pero no importaba lo que le dijera. Gabriel era obstinado y no iba a dejar de culparse.

Dos días después, estaba parada en la puerta de entrada de mi casa, mirando a mi alrededor, buscando a mi viejita, pero no podía verla por ningún lado y mi casa nunca me había parecido tan oscura y fría.

Mi mamá entró detrás de mí, sus manos tomaron suavemente mis brazos y me guiaron hasta la sala de estar.

—Odias el pollo y vas a comer mucho.

—No odio el pollo, solo no me gusta comerlo en sopa o en caldo, lo prefiero frito.

—Nada de frito, cariño —golpeó mi espalda de manera juguetona—, nada sólido, hasta que el médico dé luz verde.

Me di cuenta de que había dos maletas negras frente a una de las habitaciones de abajo.

—¿Por qué están esas maletas? —luego mi pregunta cambió cuando Rafael salió de la habitación —, ¿Qué estás haciendo aquí?

Dejó de tomar sus maletas y en su lugar caminó hacia nosotras a grandes zancadas.

Con una enorme sonrisa y las manos en las caderas, dijo:

—Voy a vivir con ustedes.

—Oh, mierda.

—¡Sophie!

—Tranquila, Dalia, no me lo tomo personal. Sé que al final Sophie va a rogar que no me vaya.

Lo dijo con tanta seguridad y la sonrisa cursi en su rostro solo hizo que soltara una carcajada.

—¡Eres tan gracioso!

—Gracias. Bueno, voy a seguir organizando mis cosas —hizo una dramática reverencia—. Damas.

Se fue y miré a mi madre.

—¿En verdad se va a quedar aquí? —asintió—. Demonios.

—No seas mala, hija. Ellos están sacrificando su comodidad para asegurarse de que estemos a salvo.

Entonces recordé que Romeo mencionó que Gabriel también estaba incluido.

—Estamos a salvo, mamá. Ese tipo no se arriesgaría a venir de nuevo y, en todo caso, ahora tenemos una alarma —señalé la pantalla del nuevo panel táctil de la alarma, que también funcionaba como cámara de vigilancia y grababa las 24 horas del día. Tenía visión nocturna, por lo que el rostro de las personas que tocaran o se acercaran a la puerta quedaría grabado—. Nadie se va a arriesgar.




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