Nova-19: Secretos De 1865

CAPITULO 3: ECOS DE PARÍS

Ubicación: París, Francia – Abril 2029

La Torre Eiffel brillaba a lo lejos, pero la belleza nocturna de París era solo una cortina. En sus entrañas, en una estación de tren abandonada y sellada desde la Segunda Guerra Mundial, algo dormía. O al menos, fingía dormir.

Yelena se deslizaba por los túneles con precisión silenciosa, sus ojos verdes escaneando cada sombra. Vestía su traje táctico negro y rosa con la “N” roja en el pecho, su identidad como Nova-19 oculta bajo una gabardina oscura.

—¿Confirmas el rastro? —susurró.

Cuervo, desde un dron a unos metros de altura, respondió:

—Confirmado. Actividad de señal espectral registrada hace menos de 20 minutos. El nombre Spectro fue usado como firma de comunicación. Estás cerca.

Yelena descendió por una escalinata oxidada hasta llegar al antiguo andén. Allí, colgando como un péndulo del pasado, un cartel caído aún decía “Gare Fantôme.”

La puerta al búnker estaba sellada con un símbolo inconfundible: la misma runa antigua que aparecía en el Archivo 1865.

Colocó un dispositivo sobre el sello y esperó. La puerta se abrió con un gemido grave. En el interior, luz tenue, tecnología moderna oculta bajo estructuras del siglo XX, y un silencio antinatural.

—¿Estás segura que esto no es una emboscada? —preguntó Cuervo.

—Desde hace un año, todo es una emboscada.

Avanzó hasta encontrar una sala central. Monitores cubrían las paredes, todos apagados... excepto uno.

En la pantalla, una figura apareció.

Un rostro pálido, masculino, joven, de ojos hundidos y pelo blanco como la nieve. No estaba presente físicamente, pero su imagen era inquietantemente nítida.

—Nova-19. —Su voz sonó como un eco robótico, artificial, casi fantasmal—. Has llegado más pronto de lo que imaginaba.

—Spectro —dijo ella con frialdad—. ¿Quién eres?

—Soy lo que debió ser el primer intento de unificación total. El experimento anterior a ti… y fallido, según Pullman. Pero en el error, encontré libertad.

Yelena no parpadeó. Pero algo en su interior se removió.

—¿Qué sabes del Archivo 1865?

Spectro se giró, como si dentro de la pantalla caminara.

—Que no es un archivo, ni un código. Es una brújula. Y tú eres la llave.

—¿Llave de qué?

—Del equilibrio... o del apocalipsis.

En ese momento, una explosión sacudió el búnker. La pantalla se apagó. Yelena sacó sus armas al instante, mientras las paredes crujían.

Cuervo gritó desde el comunicador:

—¡Yelena! ¡Tenemos compañía! ¡Detecto movimiento de los Cazadores Dormidos! Son cuatro… no sé cómo, pero no son humanos.

La compuerta por donde había entrado comenzó a cerrarse. Yelena corrió, disparando hacia los sensores. Una sombra cayó desde el techo. Una figura humanoide de traje metálico con ojos rojos la embistió.

El combate fue brutal. Rápido. Preciso. Yelena apenas logró mantener el ritmo, esquivando garras y proyectiles. No eran humanos. No eran androides. Eran algo intermedio… biomecánicos con esencia humana. Armas inteligentes.

Uno la sujetó del cuello.

—Nova-19 será desactivada.

Pero antes de que pudiera apretar, una ráfaga de energía cortó el aire. El enemigo cayó. Cuervo apareció en la entrada, rifle en mano.

—Te dije que era una trampa —dijo mientras la ayudaba a levantarse.

—Sí… pero Spectro no nos atacó. Quería advertirnos.

—¿Advertirnos de qué?

Yelena miró los escombros de lo que fue la sala de control.

—Que si no resolvemos el misterio del 1865... los 300 no tendrán que despertar. Porque alguien ya está creando nuevas armas… y no necesita laboratorios.

Mientras se alejaban, una última cámara, oculta en el suelo, transmitía en directo hacia un lugar desconocido. Pullman observaba. Sonrió.

—Aún no saben lo que son… ni por qué fueron creados. Pero lo sabrán… cuando el Umbral del Génesis se abra.




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