Ubicación: Lanzadera SEV-09, Desierto de Kazajistán – 04:17 a.m., Mayo 2029
La madrugada era helada en el viejo cosmódromo oculto entre dunas y ruinas de antenas oxidadas. Cuervo colocaba los últimos códigos de autorización en la consola de acceso de la plataforma SEV-09, un módulo soviético readaptado a tecnología privada. Lo habían encontrado gracias a coordenadas filtradas desde los propios archivos 1865.
Yelena, vestida con su nuevo traje presurizado negro con inserciones rosadas y la “N” roja en el pecho, observaba la lanzadera. En su mente, cientos de preguntas palpitaban al ritmo de su corazón. Pero su rostro seguía sereno.
—¿Segura que quieres hacer esto? —preguntó Cuervo mientras revisaba los sistemas de soporte vital.
—No he llegado tan lejos para quedarme en la superficie. Lo que sea que oculta ese satélite, tiene que ver conmigo... y con el destino de muchos.
Cuervo asintió, aunque su rostro mostraba inquietud.
—Recuerda: la Aguja Rota no fue diseñada para recibir visitas. Es inestable, y la IA que la controla lleva años sin contacto humano. Si detecta una intrusión…
—…reaccionará como cualquier sistema militar viejo: a matar —terminó Yelena—. Lo sé.
Ambos se subieron a la cápsula compacta. La cuenta regresiva comenzó.
> 00:30...
En la pantalla de navegación, la órbita del satélite aparecía como un espectro: una línea rota que fluctuaba con interferencias. El nombre “Aguja Rota” parpadeaba intermitente.
> 00:10...
—Yelena —dijo Cuervo con voz grave—. Si algo pasa allá arriba… y no vuelves...
—Si no vuelvo —interrumpió ella, clavando los ojos verdes en los suyos—, entonces asegúrate de destruir el archivo. Todo. Que nadie más tenga acceso.
> 03, 02, 01…
La cápsula tembló mientras los motores rugían y se elevaban hacia el cielo oscuro. En segundos, abandonaron la atmósfera, dejando atrás la Tierra y adentrándose en el silencio del vacío.
Órbita geoestacionaria – Aguja Rota – 04:53 a.m.
La estructura flotaba en las sombras del planeta como un cadáver suspendido. Enorme, oxidada, con fragmentos destrozados de antenas y módulos desintegrados. Aun así, seguía vivo. Paneles rojos brillaban intermitentes, y una pequeña bahía de atraque comenzó a abrirse... como si estuviera esperándolos.
—¿Nos detectó? —preguntó Yelena.
—Más bien... nos reconoció —respondió Cuervo, sin dejar de mirar las lecturas—. Está identificando tu traje como “Unidad Ultra N-19”.
—¿N-19...? ¿Nova-19?
La compuerta se cerró tras ellos. La gravedad artificial se activó. La oscuridad envolvió todo por un instante... hasta que una voz digital habló en ruso antiguo:
> “Bienvenida, Proyecto Final. Iniciando fase de evaluación. El Juicio se aproxima.”
Luces blancas iluminaron el pasillo metálico. Una serie de puertas se abrió delante de ellos, una por una.
—Esto se siente como una trampa —murmuró Cuervo.
—Lo es —respondió Yelena—. Pero es una trampa construida para mí. No podemos huir de lo que somos.
Avanzaron entre ecos, luces titilantes y pantallas oxidadas que mostraban informes secretos, grabaciones antiguas y experimentos humanos clasificados.
Hasta que se detuvieron frente a una cápsula sellada. En su interior, una figura femenina flotaba en animación suspendida. Pelo negro, traje blanco blindado, rostro sereno.
Cuervo murmuró:
—Valentina Rodríguez. UltraGirl. Pero… no puede ser...
—Está dormida. Igual que los otros 299 —dijo Yelena, tocando el cristal congelado.
Una nueva pantalla se activó a su lado. Mostraba una advertencia:
> “Fase 2: Control Mental no autorizado. Riesgo: Activación forzada en 48 horas. Código de intervención: P-07.”
Y debajo, una imagen que congeló a Yelena.
Pullman.
—Está vivo —dijo Cuervo con voz tensa—. Y planea usar la red de mega humanos... todos ellos.
Yelena cerró los puños.
—Entonces es una carrera contra el tiempo. Y esta vez… el futuro de la humanidad no se decide en la Tierra.