Chicago – 09:22 a.m.
La mañana brillaba sobre los rascacielos del centro de Chicago, reflejando la luz del sol sobre el cristal de la firma legal Winters, Darl & McCoy, uno de los bufetes más prestigiosos del país. Yelena Hardy avanzaba decidida por el vestíbulo, su porte elegante contrastando con el mundo clandestino del que venía. Vestía traje negro entallado, blusa blanca y el cabello rubio recogido con firmeza.
Años de estudios, misiones y secretos la habían llevado finalmente allí, a una entrevista por un puesto como abogada penalista.
—Señorita Hardy, su currículum es... poco convencional —dijo uno de los tres socios entrevistadores.
—Creo que sabrán aprovecharlo —respondió ella con una leve sonrisa.
Pero justo cuando el ambiente se volvía prometedor, su comunicador vibró. Canal prioritario. Cuervo.
Mensaje: “URGENTE. Calle 18 y Racine, almacén 12. Viene por ti.”
El código era claro. Sin vacilar, Yelena se disculpó con profesionalismo, se levantó y abandonó la oficina. Su vida no se había normalizado. Nunca lo haría.
Chicago – Almacén 12, Distrito Oeste – 09:53 a.m.
El viejo almacén, enclavado en una zona industrial entre fábricas y edificios cerrados, era poco más que una estructura olvidada. El interior, oscuro y húmedo, olía a óxido y soledad. Cuervo la esperaba bajo la tenue luz de una lámpara colgante, con una caja metálica en las manos.
Sobre la caja: “SH-1760”
—¿Qué es eso? —preguntó Yelena, acercándose.
—La verdad. —dijo Cuervo—. La parte que no te conté.
Antes de que pudiera explicarse, una explosión sacudió el costado del almacén. Una figura encapuchada emergió entre el humo. Espectro. Su traje oscuro se mimetizaba con las sombras; solo sus ojos, resplandecientes en azul, lo delataban.
—Vine por el archivo. No me obligues a pelear, Cuervo.
Yelena no esperó. Sacó su bastón extendible del maletín. El traje profesional ya era historia. El instinto la guió.
El choque fue brutal. Bastón contra cuchillas, reflejos contra velocidad. Cada movimiento de Espectro parecía anticipado por Yelena... y sin embargo, algo en su estilo era familiar.
—¿Quién eres? —gritó ella, sujetándolo por el brazo.
—No lo sabes aún... pero pronto lo harás. —murmuró con tono sombrío.
Con un movimiento ágil, lanzó a Yelena hacia atrás, robó la caja y se desvaneció en una ráfaga oscura por el techo dañado.
Silencio.
—Cuervo —jadeó Yelena—. ¿Qué quiso decir? ¿Qué me mentiste?
Cuervo no la miraba. Solo respiraba con pesadez. Finalmente, alzó la cabeza y habló:
—En el Himalaya, te dije que era un Ultra Humano. No es verdad.
—¿Entonces qué eres?
—Soy el primer superhumano... El único sobreviviente del experimento original: el Proyecto SH-1760, llevado a cabo en Europa en ese mismo año.
—¿1760...? —susurró Yelena, incrédula.
—Mucho antes que el Archivo 1865. Mucho antes que los Mega Humanos o los Ultra Humanos. Aquello fue el verdadero inicio.
—¿Y Espectro?
—Fue parte de un segundo intento. Un intento más oscuro... dirigido por manos que aún no conocemos. Y tú... tú no eres lo que crees.
—¿Qué soy entonces?
—Fuiste creada... no solo para luchar. Fuiste elegida para decidir el futuro de los que vendrán.
Yelena se quedó en silencio. El peso de la verdad la golpeaba más fuerte que cualquier batalla.
—¿Qué había en esa caja?
—Un mapa. Un nombre. Y una ubicación: Marsella, Francia. El archivo perdido… del origen.
Yelena cerró los ojos. Todo lo que creía conocer apenas estaba comenzando.