Nova-19: Secretos De 1865

CAPITULO 12: EL LEGADO DE 1760

Marsella, Francia – 04:12 p.m.

En los túneles húmedos bajo un barrio olvidado de Marsella, Espectro ajustó sus guantes oscuros mientras dos imponentes figuras lo rodeaban. Break Bones, de piel grisácea y músculos que parecían concreto, y Destroyer, con ojos eléctricos y un andar pesado como un tanque, observaban la carpeta que descansaba sobre una mesa de acero oxidado.

—No es solo historia —dijo Espectro mientras hojeaba el contenido envejecido del archivo—. Es un mapa. Una guía. Una confesión científica de hace más de dos siglos.

El título de la carpeta decía: PROYECTO SH-1760.

—Hay fórmulas para manipular código genético, pero también símbolos que parecen... alienígenas —agregó Destroyer.

Justo cuando intentaban descifrar una página con un gráfico circular y una inscripción críptica, la oscuridad fue rota por el estallido de una granada de humo. Gritos. Disparos. Hombres armados irrumpieron, liderados por el mercenario de rostro cubierto: Bloodshoot, acompañado por exmilitares bien entrenados.

—Gracias por abrirnos la caja de Pandora —dijo, mientras disparaba primero.

El combate fue brutal. Break Bones rompía columnas con puñetazos. Destroyer lanzó descargas magnéticas. Pero la precisión táctica de Bloodshoot y su escuadrón fue demoledora.

Al final, solo Espectro quedó vivo, cubierto de polvo, apenas consciente. Vio cómo Bloodshoot tomaba la carpeta y salía con su equipo.

Terre Haute, Indiana – Penitenciaría Federal – 10:43 a.m. (hora de Chicago)

Las paredes grises parecían absorber los ecos de los pasos de Yelena Hardy y Cuervo mientras eran escoltados por dos agentes armados. Los llevaron hasta una sala de concreto, reforzada con vidrio antibalas y cámaras. Allí, esposado a la mesa, esperaba Pullman.

Su barba crecida no escondía la misma mirada afilada de siempre.

—Interesante visita —murmuró con tono sardónico—. Nova-19, ¿vienes por curiosidad... o por miedo?

—Ni lo uno ni lo otro —respondió Yelena, sentándose frente a él—. Estamos tras la pista del Proyecto SH-1760. Y quiero que me hables sobre el Orbe... y el diamante.

Pullman sonrió, inclinándose hacia adelante.

—El Orbe... No tienes idea de lo que llevabas en las manos. No es humano. Ni terrestre. Lo encontramos en 1965, enterrado en una caverna cerca del Mar Muerto. Emitía un energía cósmica constante y muy poderosa. Pensamos que era un mineral. Pero al activarlo… reaccionó con ADN humano.

—¿Y qué hizo exactamente? —preguntó Cuervo, de brazos cruzados.

—Permitió cosas que no deberían existir. Transformaciones. Mutaciones. Supervivencia en entornos imposibles. La base del Proyecto SH-1760 es el Orbe. Y lo que ustedes llaman “UltraHumanos”… son apenas intentos de replicar esa energía.

Yelena lo miró fijamente.

—¿Por qué robarías algo así? ¿Para ti?

—Para mantenerlo lejos de manos ingenuas. Ustedes creen que lo entienden, pero es como darle una bomba nuclear a un niño de cinco años.

—¿Y el diamante?

Pullman soltó una risa.

—Un cebo. Un objeto brillante para distraerlos. Económicamente valioso, sí… pero sin ningún peso en esta guerra. El verdadero poder siempre estuvo en el Orbe.

Yelena se acercó más, con los ojos clavados en él.

—¿Qué es exactamente el Proyecto SH-1760?

Pullman dudó por primera vez. Bajó la voz.

—Un experimento iniciado por la Orden Científica del Siglo XVIII. Gente que contactó con... algo más. El Orbe fue su guía. Estaban convencidos de que la evolución humana debía acelerarse, a cualquier precio. Cuervo fue uno de ellos. Pero no lo sabe todo. Yo tampoco.

—¿Tú trabajaste en eso? —susurró Cuervo, tenso.

—Fui un resultado indirecto. Como tú, Yelena. Pero tú… tú no fuiste creada para pelear. Fuiste diseñada para elegir.

Yelena se congeló.

—¿Elegir qué?

Pullman solo sonrió.

—Eso aún no lo sabes.

FBI Chicago – Centro de Análisis Estratégico – 05:33 p.m.

En la penumbra dorada del anochecer, las luces blancas de la sala de análisis iluminaban una mesa digital donde se proyectaban mapas antiguos, textos codificados y notas a mano alzada. Alrededor, pantallas flotantes mostraban registros del archivo SH-1760.

Gregory Lewis, de lentes redondos, gesto decidido y una voz que no temblaba, repasaba las traducciones que había logrado descifrar durante las últimas cuarenta y ocho horas sin dormir.

A su lado, Yelena Hardy y Cuervo observaban en silencio.

—Mi padre… Deadshoot, nunca supo en lo que se estaba metiendo —dijo Gregory, sin apartar la vista de los documentos—. Yo tenía trece años cuando murió… O eso creí hasta que encontré los archivos cifrados donde se menciona su última misión: rastrear un experimento en Europa del Este vinculado al archivo 1865.

Yelena levantó la mirada, tocada por el tema. Había conocido a Deadshoot. Pero sus pensamientos iban hacia otro desaparecido.

—Yo… también perdí a alguien —dijo en voz baja—. Bloodshoot. Fue uno de los nuestros. Después del asalto a la base del Himalaya… desapareció. Lo último que supe fue en noviembre del año pasado. Luego… nada.

Gregory bajó un poco la voz.

—Hay cosas que se esconden incluso en el silencio. Y otras que no deberían leerse nunca. Como esto.

Señaló una palabra subrayada varias veces en un manuscrito del siglo XVIII, escrita en latín:
“Transmutatio.”

—Transmutación —leyó Cuervo—. ¿Eso no es alquimia?

Gregory negó con la cabeza.

—No en este contexto. Aquí, se refiere a la transformación total del ser humano. No solo física… espiritual. Este archivo habla de modificar lo que somos, lo que sentimos, incluso lo que creemos. Cuerpo, mente y alma.

Yelena frunció el ceño.

—¿Con qué fin?

—Conseguir una nueva especie. No como los Mega Humanos o los UltraHumanos. Algo distinto… llamado “Seres del Segundo Aliento”. Este proyecto creía que la humanidad debía ser rehecha, no mejorada.




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