Marsella – 09:43 a.m.
Edificio abandonado, Rue du Panier
El aire estaba cargado de tensión mientras Yelena avanzaba junto a su equipo. La sangre seca en el suelo no era lo único extraño. Teresa fue la primera en notarlo.
—Hay huellas. Varias. —Se agachó a examinarlas con su linterna—. Botas militares, ligeras… y estas otras… más pesadas, descalzas, ¿tal vez?
—Van hacia el ala oeste del edificio —dijo Frederick.
Yelena asintió. Su voz era firme.
—Vamos.
El grupo avanzó con cautela. Al doblar una esquina, una figura encapuchada emergió de la sombra. Rápido como una sombra viva.
—¡Espectro! —gritó Teresa.
Sin mediar palabra, el enemigo cayó sobre ellos. Un golpe lateral lanzó a Frederick contra la pared. Yelena esquivó una ráfaga de energía negra que surgía de las manos de Espectro.
—¡¿Qué hiciste con Break Bones y Destroyer?! —rugió Yelena.
—¡¿YO?! ¡Ustedes los vendieron! —gritó Espectro furioso—. ¡Su grupo fue el que nos atacó! ¡Yo los vi! ¡Con uniforme militar… armas del gobierno!
La confusión duró un instante. Luego la lucha se intensificó. Teresa descargó una ráfaga de fuego automático que forzó a Espectro a cubrirse. Gregory activó un artefacto sónico improvisado que lo aturdió brevemente.
Yelena saltó sobre él, dándole un puñetazo directo en el rostro.
—¡Te dije que no sabíamos nada de eso!
Cuatro minutos después, Espectro estaba inconsciente y atado a un asiento del avión del FBI, estacionado a dos calles del lugar, en modo encubierto.
10:18 a.m. — De regreso al edificio
Yelena, Sophia y Frederick ingresaron a la habitación donde se dirigían las huellas. Lo que vieron los dejó helados.
En el suelo, entre charcos oscuros y escombros, yacían los cuerpos sin vida de Break Bones y Destroyer.
Frederick cerró los ojos, en silencio.
—Murieron luchando —dijo Sophia, examinando los impactos—. Disparos de alta precisión… pero con señales de tortura previa.
—No fue Espectro —dijo Yelena en voz baja—. Él llegó después. Estaba diciendo la verdad…
Y justo entonces, un silbido cortó el aire.
¡BOOM!
Una explosión voló la puerta del frente del edificio. Desde los escombros emergió un grupo encapuchado armado hasta los dientes.
—¡CONTACTO! —gritó Teresa.
Era el grupo de mercenarios. Nadie llevaba insignias. Eran fantasmas. Profesionales.
La batalla estalló como un relámpago. Fuego cruzado. Gritos. Teresa cubría a Sophia, mientras Yelena y Cuervo intentaban flanquear a los intrusos.
Gregory intentó retroceder hacia una salida trasera con una copia del manuscrito en la mano, pero un disparo lo alcanzó en el pecho. Cayó al suelo, inmóvil.
—¡Gregory! —gritó Yelena, pero ya era tarde.
Cuervo se giró para ayudar, pero un proyectil le atravesó el abdomen.
—¡CUERVO! —bramó Frederick, arrastrándolo. Cuervo tomó la mano de Yelena una última vez.
—Tú… eres… la clave… detén… el ciclo…
Y luego, el silencio.
Frederick abatió a dos enemigos, pero fueron Sophia y Teresa quienes lograron derribar al último mercenario, un francotirador, y dejarlo vivo.
11:04 a.m. — Avión del FBI
El mercenario capturado estaba esposado y con la cara golpeada. Yelena, con la mandíbula apretada, lo interrogaba.
—¿Quién es tu jefe?
El hombre escupió sangre, riendo.
—Él no necesita nombre… solo órdenes. Le llamamos… El Jefe.
—¿Dónde está? —preguntó Teresa, apuntándole con un cuchillo de combate.
El hombre dudó, pero al ver los ojos de Yelena encendidos de ira y dolor, cedió.
—Al sur… de Asia… en los montes… Tian Shan… cerca de la frontera con Kirguistán. Un complejo oculto. Abandonado… pero no vacío.
Yelena se apartó. La rabia y la pérdida marcaban cada movimiento.
—Prepárense. Vamos a terminar esto. Cueste lo que cueste.