Marsella – 07:46 a.m.
Día después de la batalla
El amanecer en Marsella trajo un silencio incómodo. El cielo estaba gris, y la ciudad, ajena al dolor del grupo, seguía su rutina diaria. En una pequeña cafetería frente al muelle, Yelena, Sophia, Teresa y Frederick guardaban luto en silencio.
Dos fotos reposaban en la mesa: Cuervo y Gregory Lewis.
—Gregory era un tipo raro —dijo Sophia, con una sonrisa triste—. No creía en amistades, pero con nosotros… se sentía seguro.
—Nos enseñó a leer archivos antiguos como si fueran mapas del alma —añadió Teresa.
Frederick bebió de su café, con la mirada fija.
—Y Cuervo… sí, cometió errores. Pero sin él, nunca habríamos llegado tan lejos. Nos protegió cuando nadie más lo hizo. Dio su vida por algo más grande que él mismo.
Yelena no habló. En cambio, sacó un pequeño objeto del bolsillo: una vieja bala envuelta en una tela negra, que Cuervo le había dado hacía meses.
—Cuervo me dijo una vez… “la redención no se gana con palabras, sino con acciones repetidas.” Él no fue un héroe… pero al final, sí fue un aliado.
Un silencio respetuoso se mantuvo.
Marsella – 02:32 p.m.
Caminando por la ciudad
Mientras cruzaban la Place de la Joliette, un helicóptero sobrevoló la ciudad. La cámara de un noticiero local seguía el aparato y, en una pantalla de televisión en una vitrina, apareció la noticia:
> “El helicóptero logístico que despegó hace tres días desde un edificio abandonado al norte de Marsella, fue visto cruzando por el espacio aéreo de Uzbekistán rumbo a la frontera con Kirguistán. Se desconoce su propietario.”
El grupo se detuvo en seco.
—Ese es el helicóptero… del grupo que nos emboscó —dijo Frederick.
—Entonces ahí está nuestro próximo destino —dijo Yelena con decisión.
—Kirguistán… —susurró Teresa—. Justo como dijo el mercenario.
Al día siguiente – Vuelo del FBI, 36,000 pies de altura
La atmósfera dentro del avión era tensa.
Espectro, aún atado a su asiento con grilletes especiales, mantenía la mirada en el suelo. Yelena se sentó frente a él.
—Vamos camino a donde empezó todo. El “Jefe” o quien sea que esté allí… tiene los archivos, el Orbe, y sabe lo del Proyecto SH 1760.
—¿Por qué debería ayudarles? —resopló Espectro.
—Porque eres el único que sabe algo. Y porque tú también perdiste personas en Marsella —dijo Teresa, con dureza—. O nos ayudas o sigues atado como carga inútil.
Espectro tragó saliva. Miró a Yelena, y por un momento, la rabia en sus ojos desapareció.
—Lo único que sé es que los llamaban Los Herederos. No eran militares… eran algo más. Él nos estaba usando, todo el tiempo. Break Bones lo descubrió… y pagó con su vida.
—¿Quién es “él”? —presionó Yelena.
—No lo sé. Nunca lo vi. Sólo escuchaba su voz a través de un intermediario... alguien con acento ruso. Lo único que mencionaban siempre era “el dispositivo del Orbe”… y una coordenada: 41°14′ norte, 75°49′ este.
—Montañas Tian Shan —dijo Sophia, revisando su tableta.
—Entonces no vamos a la frontera… —dijo Yelena, levantándose—. Vamos directo al corazón del monstruo.
El avión aceleró hacia su destino final.