La brisa helada de la prisión de máxima seguridad golpeó el rostro de Yelena mientras cruzaba los pasillos metálicos, escoltada por dos agentes armados. Las puertas se abrían con chirridos que parecían advertencias. Finalmente, llegó a una sala de cristal reforzado. Del otro lado, sentados como sombras encadenadas, estaban Sebastián Pullman y Jhonatan Hardy.
—¿Viniste a juzgarnos o a entendernos? —preguntó Jhonatan sin levantar la vista.
Yelena se sentó frente a ellos, su rostro serio pero sereno.
—Quiero saber por qué. ¿Por qué trataron de matarme?
Sebastián fue el primero en hablar, su voz cargada de resentimiento y remordimiento.
—Eres un error del pasado. Una consecuencia que jamás debió existir. Nuestra guerra terminó... pero tú abriste otra. Eres el legado que no pudimos controlar.
Jhonatan bajó la cabeza.
—Y porque... olvidarte era más fácil que aceptarte como hija. Pero te subestimamos. Siempre lo hicimos.
Yelena, con la mirada firme, respondió:
—La computadora fue destruida. Valentina no volverá.
Una risa amarga escapó de Sebastián.
—¿Esa computadora? Sí. Pero había otra. En el mismo laboratorio...
Una secundaria, diseñada solo para un propósito: activar a Valentina en Modo Cacería.
Ahí no hay humanidad. Solo destrucción pura.
Yelena se levantó de golpe, la ira en su pecho crecía como una tormenta.
—¿Qué han hecho…?
Mientras tanto, en las entrañas de un antiguo laboratorio en los túneles de Virginia, Spectrum avanzaba entre maquinaria olvidada. Dos figuras etéreas emergieron de la niebla cibernética.
Uno vestía una capa negra con un visor que brillaba en púrpura. El otro tenía ojos blancos sin pupilas, como si mirara más allá de lo físico.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Spectrum, desconfiado.
—Somos lo que queda de los que creíste muertos —dijo el primero—. Me llamaban Cuervo, ahora soy Spectro.
—Y yo... Gregory, ahora llamado Spirit —añadió el otro—. Las almas no se extinguen, solo cambian de recipiente.
Los tres se acercaron a un contenedor central, donde una cápsula flotaba en un líquido brillante. En su interior, una figura humana vibraba levemente.
—Este es Louise Greece, un Mega Humano —anunció Spectro—. Para despertarlo, necesitamos llenar su cápsula con almas humanas.
Spirit activó el sistema, y un contador comenzó a sumar lentamente:
> Almas recolectadas: 27/1000
Esa misma noche, Yelena caminaba por los pasillos de su base junto a Ghost y Deadshoot. Una notificación apareció en sus pantallas:
40 muertes en las últimas 24 horas. Todas sin explicación. Todas con cuerpos sin alma.
—Algo está drenando la vida de la gente —dijo Ghost, alarmado.
Yelena frunció el ceño, con una sensación helada subiendo por su espalda.
—Y alguien... lo está recolectando.