Las calles de Moscú estaban en ruinas, cubiertas por el humo de edificios colapsados, cráteres humeantes y los restos dispersos del ejército de robots que alguna vez parecían invencibles. El equipo de YELENA había avanzado desde el oeste con una precisión quirúrgica. Cada miembro había hecho su parte, desgastando a las máquinas en su camino. Frederick había usado su telequinesis para lanzar vagones de tren contra las filas enemigas. Deadshoot y Ghost disparaban como uno solo, una danza letal. Teresa y Sophia, combinando campos de energía y hackeos en tiempo real, abrían camino a través de los enjambres metálicos.
Y al frente de todos, brillando como una estrella en medio de una tormenta, estaba Valentina.
Su piel inquebrantable repelía disparos de plasma. Su vuelo dejaba un halo de energía. Su mirada, ahora más humana y decidida que nunca, guiaba la esperanza del grupo.
Habían llegado al corazón de la ciudad. En lo alto de la antigua torre de telecomunicaciones, el Guardian X los esperaba.
Su armadura era diferente ahora: más densa, de color obsidiana, con luces rojas palpitantes en su pecho. Su rostro estaba cubierto por un casco sin expresión. Era la máxima evolución del guerrero de los orbes.
Valentina flotó frente a él. El aire se volvió denso, el tiempo pareció frenarse.
—Guardian... se acabó —dijo, sin arrogancia, sino con verdad.
El Guardian X inclinó la cabeza.
—No mientras yo exista.
Y entonces, el cielo se rasgó.
Valentina se lanzó como un misil, pero el Guardian la interceptó con un golpe que la lanzó por los cielos. Atravesó varios edificios antes de estrellarse contra un tren subterráneo.
Ella se levantó, jadeando. Tenía cortes. El Guardian apareció al instante y la lanzó al pavimento con una ráfaga de energía oscura.
—Tú eres un error, una anomalía que no debió despertar —gruñó mientras la aplastaba contra el suelo.
Valentina escupió sangre, sonrió con los dientes manchados.
—Los errores... también aprenden.
Con un grito cargado de energía, liberó una onda expansiva que lo hizo retroceder. Se elevó otra vez, sus ojos brillando de ira y fuego.
La batalla se volvió un espectáculo de fuerza pura. Golpes que rompían el sonido, ráfagas que partían edificios en dos. Valentina era velocidad y fuerza. El Guardian, estrategia y poder técnico. Ella caía, se levantaba, volvía a caer.
Pero entonces, recordó.
Las palabras de YELENA, los dibujos, su humanidad.
Con un alarido desgarrador, canalizó cada emoción, cada trauma, cada esperanza. Su cuerpo estalló en una luz dorada. Voló hacia el Guardian y lo golpeó con tal fuerza que lo lanzó a la estratósfera.
Subió tras él, lo alcanzó sobre las nubes y descargó un último golpe con toda la energía contenida desde 1760.
—¡Por todo lo que me arrebataron!
El cuerpo del Guardian cayó como una estrella fugaz, estrellándose contra las afueras de Moscú. Su núcleo chisporroteó y luego... se apagó.
Mientras tanto, en una base subterránea cerca del Kremlin, Kreel observaba lo que ocurría con desesperación.
—¡Imposible! ¡No puede ser!
Pero ya era tarde. NOVA habían llegado.
Nova, liberada por fin, cargó contra Kreel con sus rayos de plasma. Kreel, con su nueva armadura robótica, la enfrentó con violencia. Los dos colosos chocaban en una danza de destrucción, destrozando el laboratorio mientras el resto del equipo se abría paso hasta el núcleo de memoria de Kreel.
Sophia, conectada con su dispositivo, tecleaba con velocidad desesperada.
—Vamos... vamos... solo un segundo más...
Kreel empujó a Nova contra un reactor.
—¡Nadie borra a August Kreel! ¡YO SOY LA HISTORIA!
—No —interrumpió Sophia.
Presionó la tecla final. Un pitido agudo resonó. La pantalla mostró:
MEMORIA CENTRAL: BORRADA. NÚCLEO INACTIVO.
Kreel se congeló. Su mirada se volvió vacía. Cayó de rodillas, sin recuerdos, sin rabia, sin alma.
Nova lo observó con tristeza. No era victoria. Era silencio.
Horas después, bajo un cielo despejado, las tropas rusas emergieron de sus refugios. La población salió a las calles. Entre escombros y cenizas, comenzaron a aplaudir. A llorar. A sonreír.
El presidente de Rusia subió a una tarima improvisada. La cámara estatal transmitía en vivo al mundo.
—Hoy, nuestra nación fue salvada no por bombas, ni tanques, ni tratados... sino por aquellos a los que llamábamos amenazas. Me equivoqué. El mundo se equivocó. Valentina... es una heroína. Una protectora. Un símbolo de lo que la humanidad aún puede llegar a ser.
La multitud gritó su nombre.
—¡VALENTINA! ¡VALENTINA! ¡VALENTINA!
UNA SEMANA DESPUÉS...
La alarma sonó suavemente. En el pequeño apartamento en Brooklyn, YELENA se estiró en su cama. Valentina ya estaba despierta, en la cocina, con el cabello recogido y una taza de café en las manos.
—Hice panqueques —dijo sonriendo.
—¿Con chispas de chocolate? —bostezó YELENA.
—Obvio.
Después del desayuno, ambas salieron a caminar. El sol brillaba, la ciudad bullía de vida. En el parque se encontraron con Zara y Lucía, que las esperaban con bolsas de picnic y risas.
Por fin, paz.
Por fin, libertad.
Pero en el fondo del océano...
el Orbe dormía.
Y pronto, alguien más despertaría.