La ciudad no dormía, pero en esa azotea, el silencio era absoluto.
Valentina estaba sentada en el borde del edificio, con las piernas colgando, contemplando las luces de Nueva York parpadeando como luciérnagas en la noche. El viento acariciaba su cabello castaño mientras el murmullo lejano del tráfico quedaba silenciado por sus pensamientos.
El zumbido del ascensor al detenerse la hizo girar. La puerta del acceso al techo se abrió, revelando a YELENA, con su chaqueta favorita, los auriculares colgando al cuello y una expresión que era mezcla de inquietud y cariño.
—¿Me llamaste? —preguntó, acercándose.
Valentina asintió, sin mirarla aún.
—Necesitaba hablar contigo… antes de irme.
YELENA frunció el ceño, sentándose a su lado. El aire se tensó.
—¿A dónde?
Valentina tragó saliva, manteniendo la vista al frente.
—Esta tarde hablé con el doctor Richard Jackson. Le pedí que construyera una nueva cápsula criogénica. Una más avanzada, segura… definitiva.
—¿Qué? —susurró YELENA, pero la respuesta ya se sentía en su pecho como una piedra.
—Creo que no estoy lista para este mundo… no del todo. Puedo controlarme, sí, pero... ¿y si mañana me despierto siendo otra? No quiero ser un peligro, no otra vez.
YELENA negó con la cabeza, las lágrimas peleando por salir.
—Tú no eres un peligro. Eres mi amiga, eres…
—Una bomba de tiempo —interrumpió Valentina, sonriendo con dolor—. Y si algo llegara a pasar, no podría vivir sabiendo que te hice daño. O a cualquier persona inocente.
Se abrazaron. Lento. Fuerte. Como si una intentara que la otra no se desvaneciera.
—Te voy a extrañar cada día —susurró YELENA.
—Y yo a ti, Nova. No sabes cuánto.
Valentina retrocedió un paso, alzó el vuelo despacio, su silueta recortada contra la luna. YELENA la vio alejarse hasta que fue solo un punto de luz en el cielo.
Horas después, el laboratorio del Dr. Jackson se encontraba en total silencio. Luces azules brillaban en el techo abovedado. La cápsula criogénica, elegante y curvada, estaba lista. Valentina se acercó, con un traje blanco simple, descalza, y tranquila.
El equipo de YELENA estaba presente. Ghost. Teresa. Frederick. Sophia. Deadshoot. Cada uno con el rostro serio, algunos ocultando las lágrimas.
YELENA caminó hasta ella. Ya no hablaban. Las palabras se habían agotado. Solo quedaba el tacto. La mirada. El agradecimiento eterno en una despedida sin promesas.
Valentina entró a la cápsula. Se acostó con suavidad. Un cristal transparente descendió, sellando el compartimento. Dentro, Valentina sonrió.
YELENA apretó los dientes cuando el vapor frío comenzó a llenar la cámara.
La pantalla mostró el conteo:
Criogenización en proceso...
Estado vital: estable.
Sincronización neurosensorial: completa.
Valentina cerró los ojos.
La cámara emitió un pitido suave.
Silencio.
AL DÍA SIGUIENTE
YELENA estaba sentada en el borde de la cama, con su cuaderno de hojas viejas en las manos. El apartamento estaba en calma. Afuera, el mundo seguía su curso.
Con la voz entrecortada, comenzó a grabar un mensaje en su dispositivo personal:
—Nunca creí que pudiera conectarme tan rápido con alguien… Una mujer de otra época, con el alma hecha fuego, con ojos que llevaban siglos de dolor… y esperanza.
Se detuvo. Respiró.
—Su ausencia pesa. Es como si el mundo se hubiese vuelto un poco más callado. Como si el sol saliera, pero no tan brillante. Valentina no fue solo una súper humana. Fue... una amiga. Una hermana. Un pedazo de historia... que me tocó vivir.
Guardó el dispositivo.
Miró el cielo.
Y supo que, algún día, el fuego despertaría de nuevo.
Pero por ahora…
la ciudad estaba en paz.
Y Valentina, dormía.
Esperando el próximo llamado del destino.