El baño parecía un mausoleo.
Mármol blanco. Columnas como huesos. Un silencio que dolía en los oídos.
El agua de la bañera humeaba frente a mí, pero no había calor en esa habitación. Ni en el aire. Ni en mí.
Dos mujeres me esperaban. No sonreían. No decían nada que no fuera necesario.
Una alzó la vista apenas lo justo.
—Desvístete.
Sentí cómo el estómago se me encogía. Mis manos temblaban mientras desabrochaba el vestido. Los dedos torpes, la piel de gallina. Dejé que la tela cayera. No servía de nada resistirse. Ya no.
Me guiaron al agua como quien lleva un animal al matadero. El calor de la bañera me envolvió, pero era una trampa. El vapor no logró borrarme el frío de los huesos.
Derramaron algo sobre mi cabeza. Olía a hierbas viejas, amargas. Tosí, pero no se detuvieron.
Las esponjas rasparon mi piel. Las manos me dieron vuelta, me ordenaron en posiciones que me hicieron tragar la vergüenza como veneno.
—Levanta los brazos.
—Abre las piernas.
—Inclínate hacia delante.
Yo solo obedecía. ¿Qué otra cosa podía hacer?
No era por mí. Era por ellos. Por su protocolo. Por esa palabra que repetían tanto: pureza.
Cuando terminaron, me envolvieron en toallas ásperas y me secaron con movimientos rápidos, como quien seca un mueble.
Me tendieron un vestido blanco.
Como la piedra. Como la muerte.
—La cena comenzará en breve —dijo una, sin mirarme.
Asentí.
Di un paso. Sentí el frío del mármol bajo los pies descalzos. Y supe que ese era solo el principio.
Lo coloque sobre mis hombros, hasta que cayó sobre mis pies, eso junto con ropa interior demasiado bonita y elegante, jamás había usado ese tipo de ropa, me sentía halagada y hermosa.
Cuando salimos de la enorme habitación en la que nos habían metido para cambiarnos, muchas que entraron con nosotras no salieron las dejaron ahí.
No pregunté nada.
No tenía sentido. Nadie respondía preguntas aquí. Solo las que daban órdenes hablaban. Las que obedecíamos, callábamos.
El pasillo era largo, silencioso. Las paredes, tan blancas como el vestido que llevaba, devolvían el eco de nuestros pasos. Podía oír los latidos de mi corazón en los oídos. Podía oler el perfume de lavanda rancia con el que habían perfumado mi cuello.
Delante de mí, una de las mujeres abrió una puerta doble con marcos dorados. La luz que escapaba desde el interior era cálida, casi acogedora. Pero no me engañaba. En este lugar, la belleza era una máscara.
—Ve —dijo, con un gesto leve.
Entré.
El comedor era más grande de lo que jamás imaginé. Lámparas colgaban como constelaciones apagadas. En el centro, una mesa larguísima, con platos de porcelana, copas de cristal y más cubiertos de los que podría usar en una vida entera.
Algunas chicas ya estaban sentadas, vestidas igual que yo. Los rostros tensos. Ninguna hablaba. Nos mirábamos solo de reojo, con la misma pregunta escondida en el fondo de los ojos:
¿Quiénes no saldrán esta noche?
Avancé hasta una de las sillas vacías y me senté con las rodillas juntas, los brazos rígidos sobre el regazo. Una sirvienta se acercó y acomodó mi cabello como si fuera parte de la decoración. Luego, se retiró sin pronunciar palabra.
Y entonces, la Reina entró.
Vestía de rojo. Caminó despacio, con pasos suaves que, sin embargo, retumbaban en cada pecho como tambores de guerra. No saludó. No sonrió. Solo alzó la copa cuando llegó a la cabecera.
—Bienvenidas.
Solo eso.
Las puertas se cerraron a nuestras espaldas.
En un eco seco.
Sentadas ahí acompañadas y a la vez tan solas, después unos minutos las puertas se abrieron nuevamente, mostrando a un joven caballero con cabellos rubios y rostro perfilado. No nos miro, parecíamos como si fuéramos parte de la decoración.
Se sentó en la cabecera de la mesa, paso sus ojos sobre todas nosotras, mirando más a algunas que a otra.
Saludos a la reina y los sirvientes comenzaron a servir el banquete en nuestros platos.
Su cuerpo desprendía un olor sueve y embriagante que ahogo por completo la habitación.
Cenamos, el pavo, las carnes suaves y rosaceas, todo lo que hubiera en la mesa nos lo dejaron sobre la mesa.
Con el rabillo del ojo conté a las chicas frente a mi y alrededor de la mesa.
1, 2, 3, 4, . . . . 12 en total.
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Editado: 24.06.2025